En clave de sol es que se le fue abriendo el mundo del sonido a Franco Luciani. Un inquieto adolescente era aún, cuando hurgaba ya en partituras para flauta, violín y clarinete, a la vez que estudiaba batería en su Rosario natal. Pero el desencanto no era poco cuando no lograba dar con ninguna para armónica cromática, su futuro metié. “No hallaba material, ni siquiera breve, para obras progresivas escritas para el instrumento. Y mucho menos basadas en la música argentina”, evoca el hoy consagradísimo armoniquista, con el aplomo de haberse jugado una patriada. Es que a aquellos tiempos acaba de oponerle un sesudo trabajo combinado, que no solo habilita partituras en criollo para quienes quieran seguir su senda, sino que también agrega un disco y videos que convierten al material en preciado. La obra –tridimensional- lleva por nombre Diez piezas breves para armónica cromática y su doble fin completa la intención: escuchar su música, por un lado, y utilizar como material de estudio, por otro. “Tal vez no era algo que pensaba en mis inicios, pero lo fui desarrollando progresivamente, recopilando y seleccionando material hasta llegar a este momento”, desliza.
El álbum publicado en tándem por Epsa y Acqua va entonces acoplado al material audiovisual que Franco subió a su canal de YouTube, y a un libro que ya se puede descargar desde el sitio de la editorial Mil Campanas, y que pronto saldrá en físico. “Aún no hay mucho material escrito para el instrumento. La armónica es un instrumento en pleno desarrollo, y creo que incluso nosotros, los profesionales, seguimos aprendiendo y descubriendo detalles. No es fácil transcribir para armónica si no se cuenta con la partitura, precisamente porque tampoco existen muchas referencias escritas, lo que refuerza la importancia de generar este tipo de material”, resalta Luciani, a punto de volver a volar hacia Italia, Francia y Alemania para mostrar sus músicas.
-¿Qué prima entonces en el trabajo?, ¿la docencia, la interpretación o la composición?
-La idea es ofrecer un material que sirva tanto para el desarrollo técnico del ejecutante, ya sea principiante o profesional, como para enriquecer el repertorio del instrumento. Las obras son progresivas, pero también están pensadas para que resulten en un disfrute para quien las interpreta y para quien las escucha. Algunas de estas piezas, por ejemplo, las utilizo como introducciones para otros temas en mis conciertos. Siento, sin embargo, la necesidad de remarcar que, tal vez, lo más importante es ofrecer lo que yo mismo buscaba y no encontré en mis comienzos, como dije antes.
El vínculo del rosarino con las tres dimensiones abordadas es parejo. De su virtud como ejecutante y compositor habla por sí su devenir desde los años de Armusa hasta una actualidad con tres gardeles en su haber, una decena de discos, dos nominaciones a los grammy latinos, y sobrado reconocimiento más acá y más allá de las fronteras. De la cosa pedagógica, si bien más “oculta”, habla su título de maestro nacional. “No llegué a trabajar en las escuelas, pero he dado muchas clases particulares”, cuenta. “Siento que me he criado, me he formado, me he construido e inspirado en cada una de las aristas, por lo que me siento más que todo un artista de escenario que sube para interpretar y entregar a full cada obra, pero soy un poco de todo”.
-¿Te miraste en algún antecedente específico para concebir la obra?
-No me inspiré en ningún ejemplo local, aunque es cierto que en el último tiempo se han realizado ediciones muy interesantes de partituras de música argentina. Más bien, tomé como referencia muchos ejemplos provenientes de la música clásica. Existen numerosas obras escritas para instrumentos solistas, como violín solo, flauta sola, pequeñas composiciones, miniaturas, divertimentos o estudios, que no solo responden a una búsqueda académica, sino que también forman parte del repertorio y ofrecen disfrute. Aunque estas son obras más breves, siempre me han inspirado piezas como la “Partita para flauta sola en la menor de Bach”, entre otras, así como las sonatas y partitas.
-¿Cómo hiciste para orientar la obra al público de culto, cautivo, y a la vez a otro que puede ser más, si se quiera, instintivo?
-Porque justamente me crié abrevando de todo eso. De grande, uno empieza a ser más consciente de cómo existen etiquetas, de cómo se puede ser selectivo. Pero, de chico, si te criás escuchando a tus padres hablar de Piazzolla, de Bach, un chamamé bien criollo o una milonga de Yupanqui, entendés que todo eso tiene un común denominador. En mi formación como músico, estudiaba lo que generalmente se enseña de manera académica, pero también intentaba llevar al papel aquello que no lo era. Lo pensaba con el mismo “enfoque intelectual” que se aplica a otros géneros, aunque a algunos no se los considere de ese modo. Siempre dije que me enorgullecía poder tocar tanto una obra contemporánea de Esteban Benzecry como el repertorio más criollo en un festival de un pequeño pueblo del interior profundo.
-Con todo lo que ello implica en esta cultura centralista, que omite a las periferias desde siempre.
-Argentina fue un país con una identidad cultural única, que supo influir de manera significativa en todo el mundo de habla hispana y aún más. Sin embargo, hoy, hablando desde la cultura, parece un territorio en ruinas. A pesar de esto, siempre existe la posibilidad de reconstruir y recuperar lo perdido.