Rubia, alta, con una mancha de ceniza en la mejilla y una pala en la mano, esta “mallinera”–una de muchos cuya casa se quemó por completo en el incendio todavía activo en Mallin Ahogado–está bailando.

Es probable que ni ella se diera cuenta en aquella visita a las ruinas que quedó de su casa, pero con cada movimiento alargando una manguera o agarrando un serrucho se desplazaba con tanta delicadeza que una se quedaba con el corazón clavado en la garganta al ver algo tan exquisito aleteando entre tantos escombros.

La bailarina Carolina Frontera es una de las íconas de Mallin Ahogado, una zona rural en la cordillera justo en las afueras del pueblo de El Bolsón. Allí vive una comunidad diversa de artistas, músicos, artesanos, pobladores, originarios y hippies cuyo entorno es único y cosmopolito dado que sus residentes son de muchas nacionalidades y lugares distintos. Muchos de ellos, incluyendo Carolina, construyeron sus casas poco a poco durante muchos años con sus propias manos.

Más de 120 casas se han quemado en el incendio que sigue activo en Mallin Ahogado. Arrasó casi 3.000 hectareas en una zona de interface que creció mucho en los ultimos años a pesar de su poca planificación, escasez de agua y una red electrica precaria que corre tierra arriba a través del bosque (un peligro en sí). Al menos 5.000 habitantes viven en la zona, donde se accede a la mayoría de los refugios de montaña de la zona, el circuito más grande del país.

Carolina en lo que quedó de su casa. Foto: Jade Sívori

Desde las ruinas

Carolina, profesora de danza, es una persona muy fuerte y sensible a la vez. Para su amiga Suriya Chiappe, nacida y criada en la zona, Carolina es “energia, positividad y red. Porque Caro hace de red.” Mucha de su red pasa por el arte, una danza impregnada con la naturaleza donde vive. Es artísta pero también huertera. Elabora sus propios dulces y jugos mientras compone sus coreografías. La mezcla de arte y vida rural es algo que distingue a Mallin Ahogado. Y por supuesto, le gusta salir a la montaña.

De hecho, es dónde se encontraba Carolina junto a más que 700 personas alejadas en los 12 refugios en la zona cordillerana cuando el incendio inició el 30 de enero.

Pienso mucho en la ancestralidad de los bosques, de las montañas, los árboles que están desde hace cientos de años allí,” dice Carolina, sentada arriba de las ruinas de su casa mirando el monte quemándose a unos pocos kilómetros. “Cómo se pierde esta información de años y años y años.”

Mientras el incendio devora Mallin Ahogado, dos incendios grandes siguen activos al menos de 100 kilómetros de la zona, apretando los pocos recursos después de que el gobierno de Milei en 2024 bajó el presupuesto nacional para combatir incendios un 43,8% menos respeto de 2023, con probabilidad de seguir bajando. Los vuelos aéreos para la prevención del fuego proyectados eran de 5100 horas, pero solo se ejectuaron 3100 el año pasado.

Mientras tanto, el calentamiento global hace que los incendios provocados intencionalmente o no, de origen humano o natural se prenden con cada vez más facilidad y se apagan con cada vez más dificultad. El 75% de la tierra se ha vuelto permanentemente más seca en las últimas tres décadas. A eso se suma el pino, introducido de forma masiva en la zona, que es sumamente inflamable, capaz de tirar sus piñones prendidos a cientos de metros.

La respuesta gubernamental ante al incendio fue mandar cientos de combatientes apoyados por un par de aviones hidrantes y un (después dos) helicópteros. No alcanzó, y la comunidad lo sabía. Un movimiento muy grande de grupos auto-convocados y voluntarios subían a Mallin Ahogado a su propio riesgo para ayudar combatir el fuego.

“Somos personas normales, civiles, que ponemos nuestro auto, nuestras herramientas, nuestros zapatos, nuestro cuerpo y la vida, para ir a ayudar a eso, al ecosistema, a las casas, a amigos, a gente desconocida, que actuan en urgencia total,” dijo Carolina, hablando de las brigadas auto-convocadas. “Creo que eso es a la par de los bomberos o el SPLIF que están todos poniendo su cuerpo, su corazón, su vida, sus conocimientos allí.”

Su compañero Luis Ballejos, llamado Polo, resaltó lo poco preparado que está el gobierno ante la crisis. “El gobierno tiene que responder antes” de una crisis, dijo. “Tiene que entrar a un lugar y decir, ‘¿qué necesitan por aca?’ y darles las herramientas.”

“¿Qué pasa con los aviones?” preguntó Suriya. “Por qué no hay aviones hidrantes? En qué se invierte? Es algo tan importante.” El Bolsón no cuenta con avión hidrante propio; los aviones que llegaron para combatir el incendio son alquilados.

En su momento, lo que más le preocupó a Polo era que Carolina iba a bajar del refugio y volver al terreno antes que él. Polo tuvo que huir de la casa con el fuego atrás suyo, agarrando sus mascotas para salvarles la vida.

La casa que estaban construyendo en los últimos 12 años quedó convertida en una pila de ceniza y ladrillos con un par de paredes de barro. Todo hecho a mano.

Mientras tanto, la red de Carolina se despertó. Según Polo, “esta red tuvo una reacción inmediata impresionante” que lo acojió a él tambien. “Ya está, es mi red, vamos,” dijo.

Carolina quedó asombrada también. “Obviamente, yo lloro unas 70 veces al día por lo menos, algunos de tristeza, pero la mayoría de conmovida, de todo lo que sucede alrededor,” dijo, porque “no te dejan pensar” en tus necesidades.

“Cuando te acordaste que no comiste nada en todo el día, no tenés hambre y no podés pensar en hacerte una comida, está llegando una comida calentita que alguien te hizo, cuando quedamos con lo puesto al nivel de una bombacha puesta o no tener calzado, todo llegó,” dijo.

“El mensaje que quiero dar es de agradecimiento…que los corazones de las personas sean tocados,” agregó después, ya preparándose para sacar ramas y apagar focos alrededor.

“La gente que por ahí está re lejos y ni sabe, ni te conoce, y está ahí también, dándote una mano,” dijo. “Y eso, a mí, me da mucha esperanza, porque te hace pensar que la humanidad todavía está viva, que hay lazos de empatía y solidaridad que, hoy en día, es lo que nos sostiene,” dijo, poniendose de pie.

Se fue caminando para agarrar unos guantes, ya bailando, sin saber, de nuevo.