Está bien que la religión es el opio de los pueblos, tal como parece indicar el dictum marxista, pero a veces se olvida que, engaño o no, es un sistema de interpretación de la realidad y, por lo tanto, un modo de accionar político, una forma de organizarse. El siglo XIX pareció haber ejercido todo tipo de críticas a cualquier idea en torno a lo divino un poco en esta línea: herederos, cada uno, del Spinoza del Tratado teológico-político, los pensadores de la sospecha, el ya citado Marx, Nietzsche y Freud le encontraron los pies de barro al dios del monoteísmo, no sin por eso dejar de admirar, celosamente, en algunos casos, las ventajas y ganancias producidas por más de un sistema religioso. De ahí que este “regreso a lo divino” por el lado de las Alt-Right sea como aquello que Deleuze y Guattari, ya en el siglo XX, entendieron como la súbita tMark Twain fue autor de varios textos antirreligiosos y un crítico mordaz de la manera en la que el nombre divino sirvió para justificar tanto las violencias sobre uno como sobre los demás. El gran problema es que esos trabajos se han mantenido prácticamente inéditos hasta la salida de Contra la religión, una reunión de las entradas más rabiosas de uno de los padres de las letras norteamericanas contra ese enemigo invisible, pero constante: la fe en lo trasmundano