Un jardín de infantes. Una reunión de mamis y papis. Y una bomba a punto de estallar. La Sala Roja, escrita y dirigida por Victoria Hladilo, transita su 12º año en cartel y mantiene la vigencia que la llevó a coronarse como uno de los imperdibles teatrales de cada temporada. Con gran éxito en el circuito off y también en el comercial, la obra puede verse los jueves a las 20.30 horas en el Teatro Astros (Corrientes 746).

Interpretada por Manuel Vignau, Carolina Marcovsky, Julieta Petruchi, Victoria Marroquín, Axel Joswig y la misma Hladilo, la pieza pone en escena a un grupo de padres y madres alterados que se reúnen en una escuela para dirimir el futuro de sus retoños. Con sus hijes en ausencia, los adultos intentarán llegar a un acuerdo, pero lo que parece un trámite sencillo se convierte en una batalla campal que involucra hasta a la propia maestra. “Es una comedia muy divertida que, a la vez, te invita a reflexionar acerca de qué tipo de sociedad estamos construyendo”, analiza Hladilo acerca de la que fuera su ópera prima teatral antes de escribir otros títulos como La culpa de nada, La casa de las palomas y Cartón pintado.

La Sala Roja me abrió la puerta a la escritura, porque yo escribía sobre todo guiones de cine, pero lo hacía desde un lugar muy tímido. Y la experiencia de escribir esta obra me permitió formarme como dramaturga”, agrega sobre este proyecto que ya fue visto por más de 35.000 espectadores, y que se presentó en los escenarios de España, Paraguay, Panamá, Uruguay y Brasil, e incluso tuvo una adaptación en la televisión brasileña.

En la puesta, Hladilo interpreta a Sandra, una mamá que busca imponer su perspectiva en la reunión. “Sandra es bastante controladora, y no está muy abierta a escuchar otras posibilidades de crianza. Entonces, se para en un lugar en el cual si no pensás como ella, te convertís en su enemigo”, describe acerca del personaje nacido de su pluma.

- ¿Cómo surgió la escritura de esta obra?

- Surgió a partir de mi reencuentro con la escolaridad, ya no como una alumna sino como una madre que lleva a su hijo y a su hija. En ese marco, empecé a observar que en la escuela se da una suerte de disputa, porque las madres y los padres sienten la necesidad de confiar pero al mismo tiempo una necesidad de controlar lo que allí ocurre. Y me generó mucha curiosidad indagar en ese espacio social compartido entre padres, madres, niños y niñas. Me parecía, por un lado, un tema pintoresco y muy gracioso y, por el otro, sumamente dramático.

- "La sala roja" lleva 12 años en cartel, y en todo este tiempo, inevitablemente, hubo cambios sociales y culturales. ¿De qué manera se reflejaron esas transformaciones en la escena?

- En cada temporada, la obra tuvo un trabajo de adaptación muy minucioso. Donde más advertimos los cambios fue en la velocidad con la que cambió la tecnología en estos años. Cuando estrenamos, en 2013, no se usaba WhatsApp y la forma de comunicarse dentro de un grupo era a través de un mail. Eso hoy eso está prácticamente obsoleto. Sin embargo, todo lo vincular y lo emocional sigue funcionando de un modo muy similar. Lo que además sucede es que, a nivel social, La Sala Roja representa una pequeña sociedad, porque no sólo retrata la dinámica de una institución, sino que además da cuenta de un encuentro entre padres y madres que se ven obligados a socializar por el bien de sus hijos e hijas. En este caso, se trata de una microsociedad que se empieza a desbordar ante la ausencia de alguien que la lidere. Porque la directora está ausente, y la maestra auxiliar que la reemplaza no tiene la autoridad suficiente para ejercer ese rol. Entonces entre los adultos se arman bandos, y todo eso que hace 12 años ya nos representaba como sociedad, hoy pareciera ser aún más evidente. La manera agresiva en la que estos padres se vinculan era algo que antes generaba sorpresa, pero ahora eso está más naturalizado. Y entonces ahí, desde el texto, hice un trabajo inverso y en las últimas adaptaciones busqué que en esos momentos de confrontación aparecieran más sutilezas. 

- ¿Cómo impactó en la puesta el pasaje del circuito off a la escena comercial?

- En el teatro independiente, las salas son mucho más pequeñas, y eso hacía que el público pudiera sentirse parte de la obra, como si estuviera dentro de la salita del jardín. Pero en una sala de teatro comercial, la mirada se expande entonces desde la puesta trabajamos para poder orientar al espectador hacia las situaciones en las cuales hay que hacer foco. Y algo que nos ha pasado en algunos festivales, donde también hemos estado en salas muy grandes, es que todas las reacciones de la platea, como las risas, las opiniones o las exclamaciones, se multiplican. Y eso es muy impactante para nosotros que estamos en el escenario.

- ¿Por qué advertís que tuvo tanto éxito?

- Creo que no hay un solo motivo por el cual un material funciona. Pienso que sí hay algo de suerte, que es algo inexplicable, y por otro lado creo que en este caso la temática que abordamos es muy universal porque tiene que ver con la cantidad de emociones que se desprenden del vínculo con un hijo o una hija, en el cual hay amor, pero también hay temor, cansancio, incertidumbre, pasión, celos o ilusión. Por eso, cuando viajamos a España, y no sabíamos cuál iba a ser la repercusión, nos dimos cuenta de que la obra tiene una zona que nos toca como humanidad. Cada personaje representa un arquetipo, pero al mismo tiempo es único y presenta distintas capas de profundidad, y eso hace que sea muy sencillo identificarte con alguno de ellos.

- ¿En qué otros proyectos estás trabajando?

- Actualmente, sigo presentando mi película La culpa de nada en distintas provincias del país, y tengo otro proyecto de cine en desarrollo. Por otro lado, escribí también una obra de teatro que se llama Siete estaciones para hablar de amor, que ganó un premio de Argentores. Y es un material que tengo ganas de hacer pronto.