Se estrenó en el Espacio Callejón de la ciudad de Buenos Aires la nueva obra de la directora, dramaturga y actriz María Figueras, donde se cruzan una serie de capas que nos acercan a un conurbano sur profundo a partir de un espacio/cosa que queda vivo, latente, suspendido, y que llega completamente roto, junto a los personajes de la historia, a través de un ciclo que va de la década de 1990 a hoy. Diversas líneas confluyen en esta comedia dramática situada en el presente resbaloso y continuo de lo que queda como resto de otro momento: una familia, un local, una galería comercial y un barrio que subsisten en ese tiempo detenido y que son permanentemente acechados por el presente.

Local/cito, la obra, se nutre de una serie de hechos que se remontan al comienzo de la década del 90, y a partir de eso se habilita para hablar sobre las marcas y lo que queda de esos des(h)echos que quedaron tras la instalación, en ciudades como Avellaneda y de la mano de la aparición de grandes capitales, de paseos de compra o shoppings que terminaron impactando en la vida cotidiana de los vecinos, alterando el circuito comercial a su alrededor y trasformando su fisonomía hasta hoy. Tanto los modos de consumir como los de relacionarse terminaron modificándose a partir de entonces, y con ello reconfiguraron las formas de sociabilidad a lo largo de las décadas que le siguieron.

En esta comedia, ácida y ágil, la autora y directora, oriunda de Avellaneda, logra presentarlo de manera fluida, sin necesidad de explicitarlo, a partir de una serie de dispositivos y de situaciones que le van dando forma a una historia que no parece cerrarse. Figueras consigue componer y darle forma a esta mirada, aguda e interesante, sobre lo que quedó de ese momento, imprimiéndole un sutil análisis de tipo sociológico a un mundo intensamente poético y particular y apelando a un humor al que no falta una carga sórdida e inquietante, que nos pone atentos a lo que va a pasar durante el tiempo que convivimos con la pieza, sus cosas y sus personajes, pero nos permite surfear el derrotero de ese río de subjetividades.

Local/cito, junto con los otros locales, es un espacio/cosa que dejó de ser de un lugar de encuentro y circulación de la vida de los habitantes del barrio y se vio arrasado por la aparición de una novedad que aglutinaba un gran abanico de posibilidades de consumo en un solo lugar, que casi cuadruplicaba el de esa galería y daba la idea de estar subsumido en una constelación de marcas y de objetos. Local/cito es un local integrado a un barrio de una ciudad dormitorio de los años 90, cuando terminaba de desplomarse el aparato productivo y comenzaba el modo de producción de servicios, que vivió acechado por ideas de “modernización”, mejoras y cambios durante décadas y que a partir de la llegada del shopping se vio fuera de lugar, con el eje corrido y sin poder volverse a acomodar a los tiempos y a las rutinas de los habitantes que lo rodeaban.

En la obra, cargada de signos y de citas que enriquecen y entusiasman la mirada, una de las actrices entra diciendo, a lo Hamlet, que el tiempo está dislocado. Es en este tiempo desacomodado que se mueve la historia, en la que algo cobra vida para quien pasó años y años detestándolo. En una comunicación por momentos onírica y por momentos material, el local, en efecto, se vuelve vital para la protagonista, acechada por ese titán desenfrenado del shopping y la liquidación de todo lo que les queda y lo que habían sido ella, su difunto marido y sus hijos, Iván y Katia. Pero esa es solo una de las capas que componen la obra. Otra es el diálogo a escondidas que se genera con el Tarkovski de El espejo, que cuenta a través de la relación entre Alekséi y su mujer lo que en definitiva es entendido cómo el devenir de su país.

En este caso Figueras logra contar la historia de esos harapos materiales y simbólicos que fueron quedando en una parte de la sociedad luego de la década del 90 y la crisis del 2001. Lo hace a partir de la vida de Olga y sus dos hijos y la foto del difunto Alexei, junto a un entramado tejido por un hilo claro de vodka y de lo único que les quedó a los miembros de la familia, ese local, junto a las agendas que estaba vendiendo el padre antes de morir y a través del vínculo que establecen con el shopping para sobrevivir, a partir de trabajos temporales y mal pagos en las secciones más inverosímiles del lugar, mientras viven en lo que antes fue un espacio comercial vuelto ruinas y entre recuerdos invadidos por un clima inesperado para navidad al costado del Riachuelo.

Y el local. Que, como ya dijimos, cobra vida. Lo que produce, en ese cobrar vida del local a partir del vínculo que establece con la mujer, una situación de afecto y de rechazo, de amor y desamparo en que la madre y sus dos hijos se vinculan con él, que no terminan de aceptar que corra el mismo destino que el resto de los comercios. Aquí está todo roto, todo derruido, muebles y personas que intentan cargar con ese peso, acechados por las mismas promesas que se habían aparecido en los 90, cuando prometían que iban a sanear el Riachuelo y que nosotros podríamos practicar kayakismo en el brazo que conecta el Matanza-Riachuelo con el mismísimo río sin orillas, el mar de agua dulce, el Río de la Plata.

Vuelve a aparecer María Julia, con sus tapados de piel, sus ideas de viviendas conectadas con la naturaleza, los pájaros y ese río detenido por los desechos, como el propio local/cito, y su promesa de saneamiento, imposible y falsa. En este contexto, en lo que fue quedando de esa familia y de esa población se sostiene la historia, que va transitando, como puede, el presente que acecha ofreciendo volver a repetir el mismo universo discursivo de tres décadas atrás, cuando todo fue despeñarse lentamente, cargando cada una de las marcas y fingiendo poder seguir adelante mientras la vida cotidiana se desplegaba entre microviolencias, despojos, privaciones y sometimientos.

Local/cito es una comedia en la que podemos reírnos de lo que pasa y hasta en alguna medida identificarnos, pero también una obra que carga con una profundidad, intensa como el recorrido que hacía el Nautilus de Jacques Cousteau en la década del setenta, cuando se internaba en las profundidades para develar los secretos que el mar mantenía en secreto.