La venera y 28 poemas de amor y tempestad

Ricarda Huch

70 páginas

Serapis


Las cinco etapas del duelo

Linda Pastan

104 páginas

Serapis


Alegría doble: Serapis publicó en edición bilingüe dos libros, uno de Ricarda Huch (Alemania,1864-1947) y otro de Linda Pastan (Estados Unidos, 1932-2023). El libro de Ricarda lo tradujo Héctor Aldo Piccoli y el de Linda, Renata Prati. 

Descubrir a las poetas o reencontrarse con ellas si ya las conocían es un esperado regalo lírico. Además, Renata Prati escribe a manera de prólogo: “Cartógrafa de tierras intimas y ambiguas”, un texto para no perdérselo en el que no solo cuenta que Linda le ganó a Sylvia Plath en un concurso de poesía cuando eran estudiantes. 

Hechas las presentaciones solo resta lo mejor: leerlas. 

En La venera y 28 poemas de amor y tempestad, Ricarda Huch “teje el quejido silenciado” de la pasión y sus trasfiguraciones, variaciones tempestuosas y ondulantes como ondula el tacto sobre la venera, una marca beata y melancólica que apenas se entierra para borrar el límite entre el mar y la orilla. 

Son amores de ojos ebrios, de sed insaciable, de furia salada donde la sangre y la piel también tienen en libertad anhelada los límites borrados: “No quiero almohada bajo la cabeza, / ni ser quien sobre alfombras blandas pisa”. 

En los versos de La Venera coinciden las urgencias de la dicha carnal, las gotas milagrosas y las piedritas del camino que vuelan por el aire y vuelven como asteroides.

Poeta, historiadora y filósofa (se doctoró en Zurich en 1891), bibliotecaria, estudiosa del romanticismo alemán y docente, abandonó la Academia Prusiana de las Artes (había sido la primera mujer que pudo entrar) como acto de protesta cuando llegó Hitler. 

Se casó y se divorció dos veces: con un primo primero y con un dentista después. En 1931 ganó el premio Goethe.

En Las cinco etapas del duelo, Linda Pastan nombra en la belleza de lo sencillo (aparentemente sencillo) el latido peligroso que abruma en persuasiva profundidad ¿será tal vez porque la asustaba pensar en las nunca quietas agujas del reloj? 

Sus versos sobre la placidez cotidiana no son sino un caudal de peligros que acechan esa supuesta placidez. La pérdida es uno de esos peligros. 

Una experiencia emocional (como le gustaba llamar a ella a la acción de leer poesía) que gatea la maternidad, la vejez, lo circular, el amor, el insomnio (“una lucha contra la conciencia misma”), la ausencia y la muerte: “La muerte, por supuesto, es el peligro máximo, la pérdida máxima, y, a medida que me acerco a ella, escribo sobre ella con más frecuencia y quizás con más sentimiento (…) aunque encontré algunos poemas que escribí cuando tenía 12 años, y también son sobre la muerte”. 

En Las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión, aceptación) Linda elige con acertado dolor iniciar el camino citando a Ricardo II (William Shakespeare): “Podrás quitarme mis dominios y mi cetro, pero mis penas no: sobre ellas aún reino”. 

La infancia en brazos en una visita al cementerio, la ropa amontonada, la verdad en las sombras que se mueve como el agua, la sopa de piedras con perejil prestado, un abrigo remendado, la imprecisión de la nieve en una ventana, un árbol desnudo: candelabro de cuervos y las cicatrices: “acá me ven subiéndome el vestido/ante un montón de extraños/ para mostrar mi cicatriz”, son apenas algunas de las huellas que muestran el espacio para siempre invadido.

 Lo dicho, dos alegrías poéticas que irrumpen en el día que dura tres otoños.