Se hace cuerpo en escena ese local donde sucede la acción. El espacio es un personaje de carne y hueso, suerte de maestro de ceremonias que nos recibe bailando. Esa mutación o manifestación del lugar (Local/cito) en una persona, una entidad que, en un principio solo nosotros vemos, desplaza a la obra del realismo.

Mientras Iván (Agustín Daulte) simula que estudia y se distrae escribiendo algunas consignas políticas en su cuaderno y la madre (Aymará Abramovich) parece momificada, poseída por el efecto garra que la hace mantener los brazos en alto sosteniendo un frasco con medicamentos y una máquina para etiquetar los productos mientras duerme, el personaje Local/cito (Miguel Ferrería) nos introduce en el nivel de la historia. 

El relato de las épocas felices cuando esa mujer era una joven recién casada que compró con su marido ese local en larguísimas cuotas, entra en conflicto con este presente en decadencia. El marido está muerto y la familia perdió la casa y vive arrumbada en ese local triste donde venden agendas viejas. Todo parece un sinsentido, una construcción inútil del tiempo en el que la madre y sus dos hijos (Iván y Katia a cargo de Malena Resino) no encuentran salida.

El momento de fuga llega a partir de dos personajes que vienen del shopping más importante de la zona sur (Local/cito pertenece al territorio conurbano) que son los encargados de transformar la escena. Walter (Ezequiel Baquero) y la chica del puesto de Dogui (Mercedes Moltedo) tienen un propósito claro: convencer a la familia de vender el local a cambio de un departamento de tres ambientes frente al riachuelo. Lo que podría ser una solución o una salida no es más que parte de ese mundo sin alternativas. 

Los personajes de esta obra escrita y dirigida por María Figueras están atrapados en una suerte de destino propio de algunos dramas realistas. Seres sin estrategias que se dejan ganar por la voluntad de los otros y que se muestran impotentes frente a las condiciones sociales que les tocaron vivir. La realidad siempre es más fuerte que ellos. Pero María Figueras elige ir hacia la comedia mientras el drama sucede de forma inevitable. 

El texto exige una actuación que pueda manejarse en dos planos. Por un lado todo parece liviano, extremadamente cotidiano y, al mismo tiempo, cada acción es definitiva. La familia va hacia el desierto como figura simbólica que atraviesa buena parte de la literatura nacional. Saben que se equivocan en cada paso que dan pero no pueden evitar hacerlo, como si para ellos no existiera otra posibilidad. Hay en Local/cito una derrota que no se subraya pero que habita a todos los personajes. En este sentido la lectura política contempla ese modo en el que los derrotados intentan salvarse a costa de los que están en su misma condición: la chica que no escatima estrategias para convencer a la familia de dar su firma y obtener alguna mísera comisión y Walter que establece con Katia una relación de intercambio sexual donde saca partido de su pequeña cuota de poder, no son seres indiferentes al dolor de esa familia y están siempre a punto de ponerse de su lado pero terminan siendo piezas de un mecanismo económico al que aceptan obedecer.

La figura del narrador (que Ferrerías juega con la soltura de un maestro de ceremonias y con la inocencia de un ser que no sabe mucho del mundo pero tiene un cuerpo que le permite experimentar sensaciones un poco difíciles de asimilar) incorpora un elemento ilusorio, especialmente cuando la madre consigue verlo y se establece entre ellos un romance dislocado que funciona como un escapismo dentro de esa situación agobiante. 

Las luces de Matías Sendón les dan a estas escenas cierta dimensión espectacular y el lugar, que se parece más a un cuarto de objetos descartables que a un local que ofrece productos a la venta, adquiere una alegría fugaz como si existiera para ellos una leve esperanza.

Este dato fantástico dialoga con esa nieve en pleno diciembre, con un cambio de temperatura desmesurado que parece una versión opaca de una navidad de película, como un sueño que al concretarse es incapaz de alcanzar el brillo que se anhelaba y solamente les deja a los personajes un frío áspero que los hace sentir más desolados.

Hay algo de Tennessee Williams en ese realismo que se arrepiente de serlo y se escapa hacia un universo fantasioso donde los sueños no pueden alejarse demasiado de la crudeza del entorno.

Local/cito se presenta los martes a las 20:30 y los sábados a las 22 en Espacio Callejón.