¿Alguien sabe en cuáles de las tantas provincias de nuestro vasto territorio están en este preciso instante en plena tarea de construcción de rutas? Hace un par de días, un conocido pudo mencionar una en la provincia de Neuquén, que transitó algunos meses atrás. Habrá lectores atentos que podrán hacer algunos otros aportes, pero no tantos y talvez sean recapados o bacheos, que no está nada mal. Además hay que ver cómo está estructurado el financiamiento y la posibilidad de finalizarlas en el contexto actual, donde el Presidente se ha jactado de haber suspendido todas las obras que tenía previstas el gobierno nacional en el “mayor ajuste de la historia”, como si eso fuera un gran logro. Es indudable que la realidad no se le da muy bien y prefiere las redes sociales, donde no es necesario asfaltar nada. Claro, él no va en tren ni en auto, solo en avión, como decía Charly, y casi exclusivamente a Estados Unidos.
Hace un año y medio atrás, escribí una nota en esta misma columna titulada “Por qué la Interbalnearia” donde explicaba que era mi ruta preferida. La ruta 11 es una larga cinta de 583 kilómetros que bordea la costa atlántica de la mitad de la provincia de Buenos Aires, saliendo desde Punta Lara y llegando hasta Mar del Sur, apenas pasando la ciudad de Miramar. Contaba que durante muchos años estuve viviendo “entre rotondas”: la de San Bernardo, donde pasé mi niñez y adolescencia, y la de Mar del Plata, donde viví mi juventud y ahora transcurre mi adultez plena.
El fin de semana pasado viajé a mis pagos de La Costa. Hacía un año que no recorría ese hermoso tramo de casi 200 kilómetros que conozco como la palma de mi mano, cada bache arreglado, cada surco, cada puentecito, cada árbol o monte. Y por supuesto, el paso obligado por los accesos de los balnearios y localidades. Todo estimula mi imaginación, convenientemente mezclada con aún vívidos recuerdos. Lo que me hace entrar en intensos momentos, que ha falta de una palabra precisa, me gusta llamar ensoñaciones. Una road movie que no tiene nada que envidiarle a Jack Kerouac.
Pocos metros después de abonar el peaje en Mar Chiquita, me sorprendió el nuevo paisaje, que comenzó a alterar sustancialmente lo que está marcado con un hierro caliente en mi memoria. Enseguida recordé el anuncio unos meses atrás del Gobernador Axel Kicillof sobre la construcción de la segunda vía hasta Villa Gesell. Son 72 kilómetros a todo trapo, con una calzada de siete metros de ancho, que se construye a contrapelo, con financiamiento provincial a partir de un crédito del BID, en épocas de vacas más que flacas, escuálidas.
Debo contarles que de entrada me molesté. La vieja resistencia al cambio se hizo presente. Porque recorrer la Interbalnearia se trata de una costumbre que tiene más de cuarenta años. Y van a alterar “mis” paisajes, ya nada será lo mismo, es más, ya no lo es. Adiós a mis sitios favoritos, tanto a la ida como a la vuelta. Quizás con la alteración, se esfumen algunos de mis recuerdos, que obviamente me constituyen, me hacen ser quien soy, para bien y para mal. También debo confesar, no sin algo de vergüenza, que me gusta ir en una única vía, para rebasar los autos remolones calculando las velocidades propias y ajenas, resabio de viejos estudios de física clásica. Módica aventura temeraria que convendría ir superando, mucho más cuando uno va iniciando la tercera edad y no se puede confiar en la vista y los reflejos. Cuando esté la doble vía, será tan seguro que se volverá aburrido, pensé. Pero luego de ese primer momento, la cosa empezó a cambiar.
Porque nunca hubiera creído que me iba a emocionar viendo en varios tramos al costado de la ruta excavadoras, apisonadoras y niveladoras, junto con camiones que trasladan tierra y piedras de un lado al otro. Jamás pensé que vería con agrado a los banderilleros que ordenan el tránsito para evitar accidentes. Incluso en un día domingo, se veían decenas de trabajadores en plena tarea, como si se tratara de un viejo gobierno peronista de décadas atrás. Y también recordé a mi padrino que con su enorme “camión volcador”, como le decíamos cuando yo era un niño, trabajó en la construcción de la ruta 2, llevando piedras y cemento para los puentes cercanos a Dolores. Y que subido a ese camión, conocí Mar del Plata yendo por esa ruta, porque no existía la ruta 11.
Y además, razono minutos y kilómetros después, que estas políticas hacen mover la industria de la construcción que necesita mano de obra intensa, y que mejorará la conectividad, la real no la virtual, que une a los balnearios. Y eso seguirá empujando el crecimiento turístico y económico de miles de costeros, como lo fui y lo sigo siendo, aunque ahora esté radicado en Mar del Plata.
Y entonces, los recuerdos quedaron atrás, reemplazados por una sana mirada hacia el futuro, cuando incluso ya no esté recorriendo mi ruta preferida. Pero volvieron enseguida porque siempre regresan en una suerte de continuum con el presente, y recordé que el Gobernador ha convocado a componer canciones nuevas. Y pensé en cómo se hace. Y me respondí que quizás no sea tan fácil en estas épocas, y que se pueden componer reformulando otras ya escritas. Y que quizás con reversionarlas o bien, por ahora nos alcance.
No pude evitar sentirme orgulloso sabiendo que somos muchos quienes no nos comemos el verso de que cada obra pública es un nicho de corrupción, y que no solo no bajamos las banderas sino que las agitamos como el banderillero al cual le pedí permiso para sacarle la foto que ilustra esta nota, quien me dijo con mucho orgullo que era de Villa Gesell y me dio su teléfono para que luego le enviara el link.