Cuando Viviana Debicki era una niña jugaba con la lata de botones del costurero mientras su abuela cosía a máquina. Así aprendió los colores. “Mi abuela que cosía ‘para afuera’ y también ‘para adentro’, no quería transmitirme sus saberes. Me decía: ‘Vos andá a Bellas Artes’.” Y eso hizo. Es Licenciada en Artes Visuales y escultora, y justo en el momento en que su abuela empezó a perder la memoria, comenzó a incorporar en su obra materiales y técnicas textiles. “Fui eligiendo los más simples y humildes, los que están en todas las casas y casi no vemos de tan cotidianos”. Algo de todo eso fraguó para la muestra La máquina de los sueños, en la cual Debicki trabaja con objetos ensamblados con textiles, bordados e imágenes de época de su propio archivo o de otros. “Un traspaso generacional de la costurera que cosía a destajo, a la niña que se da la posibilidad de hacer arte, que es lo que ocurrió entre mi abuela y yo”, señala con gratitud.

Máquinas de coser, tabla de planchar, cajoncitos de madera, agujas, botones y carreteles se mezclan con prolijidad y mesura en algunas obras, mientras que en otras se enfrentan creativamente con lo lúdico. Porque en esta exposición, la artista toma sueños y objetos para entrelazarlos y disparar sentidos y significados, como aquellos que anidaron en muchas mujeres trabajadores del hogar durante los primeros 50 años del siglo pasado.


Un oficio de puntadas

Las máquinas de coser Singer ofrecían la posibilidad de ciertos trabajos “para afuera", porque además de ocuparse de los trabajos cotidianos, saber coser implicaba la entrada en la casa familiar de dinero extra. Arreglos de ropa o corte y confección aportaban a la economía familiar, en un tiempo en el cual los estereotipos sociales enmarcaban a las mujeres solamente en los trabajos domésticos. “Si la escasez de sustento las impulsaba a trabajar, lo hacían en el mismo hogar. Solo la extrema necesidad económica las llevaba hacia afuera, a la fábrica, al taller”, cuenta Debicki. “Eran trabajos sin horario fijo, con una remuneración baja y por pieza: camisería masculina, prendas de trabajo, uniformes militares, ropa interior, era el tipo de tarea que se llevaba a domicilio”. Por eso, en La máquina de los sueños, Debicki reconstruye aquella presencia de las mujeres-madres en sus hogares, donde la reproducción de la vida recaía exclusivamente sobre sus hombros para evidenciar las mismas desigualdades que todavía hoy persisten y nos atraviesan.

¿Es en la figura de tu abuela donde anida tu interés personal por este tema?

-Desde hace muchos años, abordé esa línea de trabajo y, en esta ocasión, centré el relato en las máquinas que la Fundación Evita donaba u otorgaba a crédito y su impacto en la vida de las mujeres. Ese fue el caso de mi abuela que, como muchas mujeres, encontró en la costura posibilidades de desarrollo e independencia económica, de valoración y, creo yo, de expresar sus pulsiones estéticas.

Sobre esa política de la Fundación Evita que acercó a miles de mujeres la máquina de coser, Debicki reflexiona: “La máquina de coser como un instrumento genuino de superación e independencia. La costura domiciliaria fue fomentada con créditos directos para la adquisición de las máquinas otorgadas a confeccionistas, modistas y costureras. Se atendió a la inserción en el mercado de la producción de las trabajadoras y se alentó su capacitación profesional en los oficios del ramo. Políticas tan amplias e inclusivas para favorecer la participación activa de las mujeres, dieron lugar a muchas transformaciones posteriores en el campo laboral y en la vida pública. Y en el mundo de lo privado, aún hoy escuchamos de madres, abuelas, tías, que cosían y cosen en ‘la máquina de Evita’.”


En la muestra se pueden ver tres testimonios bordados de mujeres que trabajaron con esas máquinas de coser. Son fragmentos de entrevistas de hace más de veinte años, que realizó Natalia Milanesio para su libro “Cuando los trabajadores salieron de compras". Debicki los bordó. Uno de los testimonios dice: “Aprendí a coser, pero no terminé corte y confección porque me casé justo antes. De soltera ayudaba a mi hermana que cosía para afuera. Ella era modista, cortaba y yo cosía a mano. Cuando Evita vino a Rosario, daba vales para retirar máquinas de coser, pero no sé por qué mi marido no me lo permitió.”

Debicki también presenta una serie de siete servilletas/pañuelos con dibujos bordados, tomados de los libros de lectura de los años 50. “Al enmarcarlas, escribí en el papel que las rodea, algunas frases contemporáneas a esos libros de los discursos de Eva”. Trabajó con la imagen de los dibujos en los que la mujer aparece idealizada, impecable y feliz en sus tareas hogareñas en contraposición a los crecientes reclamos por sus derechos. Hay una imagen a la que la rodea la siguiente frase: “La madre de familia está al margen de toda previsión. No conoce salario, ni límite de jornada, ni indemnización por despido, ni domingo, ni vacaciones, ni descanso alguno.”


¿Qué vinculaciones trazás entre el arte y el plano de lo público?

-Las mujeres, como invisibles, estuvimos relegadas a un segundo plano, tanto en lo público como en el campo del arte. Las disciplinas más relacionadas con las mujeres y los cuidados, fueron (y allí estamos luchando) de orden menor, secundarias, más relacionadas con lo decorativo y lo utilitario que con las hegemónicas artes mayores.

¿Cómo te encuentra esta muestra?

-Me emociona asumir el compromiso artístico de reivindicar, visibilizar y poner en valor esos saberes, esos materiales, esas historias, que no son un ejercicio de nostalgia, sino un llamado a hacer oír nuestra rica, potente y expansiva propia voz. Los objetos que rescato, no son piezas en desuso (al menos así me gusta pensarlos), son portadores de mensajes para hoy y para mañana. Están marcados por las manos que nos construyeron. Como las de mi abuela.

“La máquina de los sueños”, Museo Evita, Lafinur 2988, CABA

De martes a domingos, de 11 a 19 hs.