La cancelación del show de Milo J en la ex ESMA no es un hecho aislado: es otra prueba de que el gobierno de Javier Milei le tiene miedo al arte. Y es lógico, porque el arte incomoda, el arte denuncia, el arte es memoria. Y la memoria es todo lo que esta gestión libertaria quiere borrar.
No nos engañemos, no fue un problema de permisos ni de burocracia. Fue una censura lisa y llana. Así lo reconoció el propio Director de Comunicación Digital del Gobierno, quien con la soberbia típica de la casta tuitera en el poder, dijo que ahora mandan ellos y que los espacios del Estado son solo para quienes piensen como ellos. O sea, si no cantás loas al mercado y al mesías anarco-capitalista, tu voz no tiene lugar.
Pero lo peor no fue la cancelación en sí, sino la forma. A la madre y manager de Milo J, Aldana Ríos, la maltrataron, la intimidaron y la amenazaron con reprimir a pibes de 15 a 17 años que solo querían escuchar música. La imagen de camiones hidrantes y motos policiales apostadas para frenar un recital es de una violencia simbólica y literal tremenda ¿Qué clase de gobierno necesita a la fuerza pública para callar a un artista de 18 años? Uno que se dice "libertario", pero que en realidad es autoritario.
La represión cultural es parte de un plan. Primero fue la burla constante a Lali, luego el ataque a María Becerra por hablar de El Bolsón, y ahora esto. No es casualidad, es un mensaje claro: si sos artista y no aplaudís al gobierno, te vamos a perseguir, te vamos a censurar. Pero lo que no entienden es que la cultura siempre encuentra la forma de expresarse. Si censuraron a Charly García en los '70 y él siguió cantando, ¿de verdad creen que van a callar a Milo J y a toda una generación que creció con memoria, verdad y justicia?
Como le dijo el más grande de los nuestros, Charly García, a Milo J: "Quedate tranquilo, ¡sabés las veces que me censuraron a mí cuando estaba en Sui Generis!". Porque la censura puede intentar callar, pero el arte nunca deja de sonar.
Lo que pasó en la ex ESMA es gravísimo. No solo porque atenta contra la libertad de expresión, sino porque busca reescribir la historia. No quieren que los jóvenes pisen un sitio de memoria, no quieren que se hable del pasado, no quieren que se recuerde lo que pasa cuando el Estado usa la violencia para callar. Pero ahí está la trampa: cuando el poder quiere tapar la verdad, más fuerte grita la memoria. Y si algo nos enseña la historia es que la cultura siempre gana. Milo J no está solo. No lo callaron ayer, ni lo callarán mañana.