Todos sabemos quiénes somos, y de vacaciones en las sierras o en el mar, no dudamos en presentarnos como rosarinos, aunque desde una carpa vecina de alguien de la Capital escuchemos un carraspeo. Si, nadie se presenta como santafesino, es muy natural, como si Rosario fuera otra provincia. Y de alguna manera lo es en su alma, esa que tan bien dibujó Fontanarrosa en sus cuentos, o en las contratapas de este diario.
Su mirada incrédula tiene marca propia, es la nuestra, por lo menos la de la clase media. Y en esto nos diferenciamos claramente de los porteños que, urgidos por el mercado, están prontos a aplaudir el próximo número que se presenta en la pantalla. Sus entusiasmos nos diferencian.
Recuerdo un día de cuando la mesa de los galanes se había refugiado en el bar La Sede. En un momento, a media tarde, apareció por la puerta de la ochava preguntando por el negro un cantante reconocido y de larga trayectoria, a pocas horas de presentarse en el Broadway. De inmediato, al verlo, de distintas mesas comenzaron a aplaudir, y desde un lugar anónimo se alzó una voz "y eso que todavía no se puso a cantar".
Esa salida es bien rosarina, y el negro la expresa tan bien a través de su sorna, de sus chistes, que pone en ridículo todo el escenario montado desde Buenos Aires.
"Hasta donde" quiere decir su ironía que no se detiene, parodiando el estilo, ni frente a un cuento de Borges, o una novela de Ernesto Sábato.
Desacraliza, y esa desacralización, como el Quijote de Cervantes, no es simplemente un chiste o un chascarrillo, hay una mirada existencial que pone en duda a la cultura.
Ese es el rosarino, no es de entusiasmarse fácilmente con los espejitos de colores.
¿Pero cómo hemos nacido? Cómo hemos llegado a ser tan diferentes a los porteños o a los cordobeses, a los correntinos, o a los norteños.
Primer apunte. Si bien Rosario fue fundado en tal fecha o en tal otra, no tuvimos pasado colonial, tal que no tenemos un Cabildo que lo atestigüe. Sí, se enarboló la bandera y la cosieron las vecinas, pero aquello era solo un Pago, aunque los hombres y mujeres pusieran su cuerpo y su sangre en las luchas por la independencia, hecho no menor, por supuesto.
Tampoco participamos en las contiendas federales. Si había un caudillo, lo había en Santa Fe, Estanislao López, por supuesto.
El sello de la historia, de sus pujas, se encuentra impreso en las ciudades en el nombre de sus calles y principales monumentos. Facundo Quiroga señorea por La Rioja dando contorsiones, todo a lo ancho, como recorriendo los llanos y volviendo a levantar al pueblo en armas. El Chacho lo contempla desde una calle lateral. Felipe Varela atraviesa calles en el San Fernando del Valle de Catamarca, Ferré es como un tajo en la ciudad de Corrientes, y Francisco Ramírez nos aguarda como anfitrión a pocas cuadras de la boca del túnel subfluvial.
Y los porteños, siempre atentos al orden y la Constitución, lo pasean al General Paz por la avenida, de ida y de vuelta, en su alazán, ciñendo a la Capital, y pidiendo documentos a cualquier caudillo federal que se atreva.
En Rosario, si bien existe como tramo del paseo ribereño la avenida Estanislao López y más acá Juan Manuel de Rosas, ambos son fenómenos tardíos. La primera, tal vez, un gesto hacia el pasado patriarcal al tomar la gobernación el socialismo, y la segunda, un mea culpa por el levantamiento de la guarnición local contra Rosas un 25 de diciembre 1854; un gesto tal como si a nuestra casa de fin de semana le pusiéramos el nombre de un cacique cerciorados de que los indios estuvieran más allá del Río Negro.
Rosario no participó con sus caudillos en esas contiendas, y en realidad, la ciudad se formó como gran ciudad, como la conocemos hoy, por la inmigración. Italianos, españoles, polacos, sirios, libaneses, griegos, ucranianos se vinieron a vivir aquí y casi de la nada la fueron conformando, pero muy distinta a Córdoba o Buenos Aires donde el pasado colonial sirvió de freno y moderación a esa nueva ola de lenguas y costumbres.
Un curato, un catecismo y el agua bendita no bastaban para contener a esa vorágine europea, y tal vez por eso crecieron más libremente las doctrinas socialistas y anarquistas que trajeron los inmigrantes en sus valijas.
La ciudad, desde aquel tiempo fue laica, y si los nombres de las calles denuncian las pujas políticas que las nombraron, obsérvese que no registramos nombres de curas y de santos en la nomenclatura, por más que se llame Rosario, y la virgen sea la patrona. Dean Funes, por supuesto, está, no como cura sino como revolucionario. Nadie lo asocia a una iglesia.
Esta creció como una ciudad laica al punto de que su municipalidad es tan inmensa o mayor que su catedral. Y ni hablemos de la Bolsa de Comercio, el gran santuario del dinero. Su lujo oriental le impone la supremacía a los santos y los devotos.
Quien va a Córdoba se ve rodeado, cercado, de grandes iglesias y catedrales, y los campanarios nos resuenan al ritmo del pasado colonial. Sobremonte se refugia allí en la primera invasión inglesa, y Liniers, hace otro tanto, ante la Revolución de Mayo.
Es sorprendente que en la apertura del festival Cosquín haya habido en el escenario un cura y un obispo. Para Rosario eso sería impensable. No me los imagino ni abriendo la Feria del Libro, ni un Festival de rock.
Dos colegios laicos que crecieron con la ciudad hablan de nuestra identidad y de los deseos aspiracionales de gallegos, sirios, libaneses, italianos, ucranianos del Volga, polacos, rusos y eslovacos: el Superior de Comercio y el Politécnico. Industria y Comercio fueron la sístole y la diástole del ascenso social, demorando la aparición de un colegio nacional de prestigio como lo tiene Córdoba o Buenos Aires. Esa ausencia parecía decir: hagámonos ricos y después, dediquémonos a filosofar: primo mangiare, dopo filosofare.
Rosario es laica, y diferente; la diferencia marca la esencia. En todo lo demás somos iguales, nos gusta la birra, y somos buena gente.
Los movimientos políticos nacidos de la ciudad también hablan de nosotros. La Liga del Sur devenido en Partido Demócrata Progresista cubrió toda una época, la cual le dará paso al Partido Socialista Popular, devenido en Partido Socialista, fundado por Estévez Boero, que si bien retoma el ideario primero cobra entidad propia y lo difunde por la provincia. Pero no se agota allí, ahora ha nacido Ciudad Futura del mismo cogollo de nuestra historia, y de nuestra identidad. Eso es lo propio, PDP, PSP y Ciudad Futura. Partidos vecinales que han aspirado y aspiran a ser más. Por supuesto que existen los demás movimientos nacionales, pero yo pongo énfasis en lo propio y distintivo que no desmiente nuestra historia radical y peronista. Al contrario, sin pasado colonial, sin unitarios y federales, con la cabeza limpia, sin prejuicios, nos sumamos a esos partidos populares surgidos de la inmigración de afuera y de adentro.
Ah, y sin pasado colonial, y disputas federales, somos de Ñuls o de Central, agregaría como hincha, aunque no tuviera nada que ver.
Tal vez nuestra juventud nos vuelva irreverentes y descreídos, tal vez ese chiste que circula tan espontáneamente en el bar, en el club o en la tribuna, Fontanarrosa lo haya recogido y puesto en bandeja para que nos reconozcamos frente al espejo y nos riamos de nosotros mismos para concluir: ¡Grande, negro querido!