A mediados de los años 80 un grupo de supremacistas arios cometió una serie de crímenes a lo largo y a lo ancho de la costa este de los Estados Unidos. Los robos a sucursales bancarias y camiones de caudales les permitían llenar las arcas y continuar con la seguidilla de atentados en sinagogas, salas de cine porno y otros “lugares sucios” de la sociedad, pero fue recién luego del asesinato del conductor radial y abogado Alan Berg que el FBI puso a la organización en su mira, iniciando una caza del hombre por el hombre. El realizador australiano Justin Kurzel (La verdadera historia de la banda de Kelly, Nitram) estrenó el año pasado en el Festival de Venecia su largometraje de ficción basado en el libro de investigación de Kevin Flynn y Gary Gerhardt que analiza la historia de La Orden, también conocida con el nombre en alemán Brüder Schweigen. En sus manos, La hermandad silenciosa (ver crítica aparte), título local con el cual acaba de estrenarse The Order en la plataforma Prime Video, se impone como un thriller policial a la vieja usanza, clásico en el desarrollo de la historia y la descripción de personajes, con estupendas actuaciones del trío protagónico: Jude Law como el veterano agente del FBI Terry Husk, Tye Sheridan en el rol del joven policía que comienza a asistirlo y, finalmente, el ubicuo Nicholas Hoult como Bob Mathews, el carismático líder del grupo de neonazis.

“Siento que es cada vez es más importante saber cómo entrás a una película y cómo te relacionás con los personajes, y para eso es crucial que estos estén bien desarrollados. Eso implica crear una cierta autenticidad. Eso es lo que me gustó de este guion”. Justin Kurzel conversó hace algunas semanas con Página/12, durante los primeros días del Festival Internacional de Cine de Marrakech, donde el film hizo las veces de título de apertura. “El personaje de Jude Law, Husk, es alguien de quien al comienzo no sabemos demasiado. Hay mucho misterio alrededor suyo y sólo comenzamos a comprender un poco quién es a medida que la película va transcurriendo. No me parecía que la historia necesitara ese subtexto, saber exactamente quién es este tipo. Pienso en las películas de Sidney Lumet y William Friedkin, esos personajes que solía interpretar Gene Hackman. Como espectador, uno no sabía absolutamente nada sobre ellos. Es sólo gracias a las decisiones que toman a lo largo de las escenas que podemos hacernos una idea, en lugar de tener de entrada un contexto claro sobre su historia. Hay un par de pistas, desde luego, acerca de su relación matrimonial y otros aspectos personales, pero en el fondo es como en un western: el protagonista llega a un pueblo, es empequeñecido por el paisaje y comienza a involucrarse en diversas cosas. Me parece algo muy cinematográfico”.

-Es interesante y, desde luego, perturbador que esta historia refleje el estado de situación en el mundo actual con el auge de grupos neonazis y el ascenso de la ultraderecha global.

-Siempre resulta increíble cuando contás una historia que transcurre en otro período histórico y, de alguna manera, si ningún esfuerzo consciente, remite al presente. La hermandad silenciosa está basada en hechos reales investigados por el libro de Flynn y Gerhardt que permaneció un poco en las sombras desde su publicación en 1990. Definitivamente la historia mantiene una conversación con cosas que están ocurriendo en estos días. En Australia sucede algo similar. La pregunta sigue siendo la siguiente: ¿Por qué tanta gente busca respuestas en estas voces que son tan extremas? La figura de Bob Mathews es interesante precisamente por eso, porque tiene la capacidad de seducir y captar a mucha gente. Familias, comunidades enteras, que siguen esas ideologías extremas.

-El Matthews de la ficción es un personaje entrador, carismático, atractivo. ¿Cómo fue construir a esta criatura que dista mucho, en su apariencia, del típico villano de película? ¿Hubo alguna preocupación de que pudiera transformarse en una suerte de mártir?

-El tema es el balance. Siempre es un tema central cuando se representa este tipo de personajes en una película. Es un personaje rico, desde luego, e intentamos no ser superficiales. Su llegada a un enorme grupo de gente y la conformación de una especie de ejército de seguidores es esencial a la trama. Era necesario entender cómo era su personalidad, comprender de alguna manera sus motivaciones y, a partir de allí, balancear su rol en la historia para no terminar generando empatía por sus acciones. Eso es algo complicado de lograr. En otras de mis películas he tenido también personajes controvertidos, y siempre lo crucial ha sido ese balance. Una parte importante de la investigación previa al rodaje fue intentar comprender cómo eran esas comunidades de seguidores, que de alguna manera siempre se sentían desplazados y por ello buscaban alguna clase de respuesta en estos grupos. En el caso de Mattews, a veces bastaba que alguien fuera invitado a una de sus barbacoas para quedar prendido de su figura. Un lugar familiar, con conversaciones amables, un sentido de comunidad… que de alguna manera hacían olvidar la horrible ideología detrás de todo eso. Y a veces se trata simplemente de escuchar. Alguien que escucha tus padecimientos, tus opiniones, tus miedos. De pronto alguien te escucha y te mira y te presta atención. Por desgracia es alguien muy peligroso. Y asusta mucho pensar en qué fácil resulta ser manipulado.

-¿Resultó difícil llevar adelante este proyecto, que definitivamente no forma parte del grueso de los policiales de acción que suelen estrenarse regularmente?

-Todo depende del presupuesto. Cuando tenés más dinero y más días de rodaje, usualmente podés sentir los ojos que están observando atentamente el desarrollo del proyecto. Ahí es cuando comenzás a preocuparte por tu visión personal y cómo vas a mantenerla. Por suerte, suelo hacer películas en las cuales hay una confianza mutua con los productores. Los géneros cinematográficos siempre me han fascinado porque son una suerte de motor narrativo que podés ignorar sin dejar de utilizarlo. En el caso de La hermandad silenciosa, que fue rodada a la vieja usanza, con una sola cámara, había cierta simplicidad y economía de recursos que me encanta. Con el correr de los años y de las películas, he aprendido algo de disciplina, y espero algo de precisión. La clave aquí era sostener esa estructura de film de género, de policial, sin perder de vista la humanidad de los personajes.

-Darle vida a estos personajes basados en personas reales sin caer en estereotipos es todo un desafío. Al mismo tiempo, La hermandad silenciosa mantiene una estructura familiar para el espectador.

-En el fondo está esta idea de dos personajes que se están cazando mutuamente. El de Jude Law en particular es el tipo que investiga, observa, sigue pistas. Antes del rodaje les dije a ambos, sin que el otro lo supiera, que pasaran un día siguiéndose. En jornadas distintas, desde luego. La idea era que comprendieran realmente qué se siente al seguir y observar a alguien de esa manera. Desde luego, los resultados fueron del tipo “Nick fue al gimnasio y después a tomar un café” (risas).

-De alguna manera, la película pertenece a la vieja escuela de los policiales. Y eso es algo bueno. Antes habías mencionado a William Friedkin, el director de Contacto en Francia. ¿Cómo planearon las escenas de persecuciones y tiroteos, que podrían describirse como secas y directas, sin esa cualidad bigger than life del cine de acción contemporáneo?

-Literalmente dispuse trozos de papel, como pequeñas tarjetas, con ciertas indicaciones y luego discutimos con el director de fotografía cómo filmarlas. El foco siempre estuvo puesto en el punto de vista y dónde ubicar la cámara en las distintas escenas. Fue como una bella coreografía de la cámara, la verdad. Toda esa preparación le quitó mucha presión al montaje, ya que las cosas estaban bastante definidas de antemano. La acción y su ritmo ya estaban presentes en los planos. Eso fue algo nuevo para mí, porque en las películas previas trabajamos con cinco o seis cámaras y casi todo se decidía en la edición. Desde el punto de vista de la puesta en escena fue muy interesante, y el eje rector fue qué cosas utilizábamos para llevar al público a seguir el punto de vista.