De visita en Buenos Aires, invitado por la embajada de Francia para cerrar el ciclo “Momentos del estructuralismo”, François Dosse, historiador del pensamiento francés contemporáneo y biógrafo de Paul Ricoeur, Michel De Certeau, Gilles Deleuze, Felix Guattari, Pierre Nora y Cornelius Castoriadis, conversó con PáginaI12 sobre la posibilidad de hacer historia del presente y los cruces entre historia, periodismo y literatura.
–Usted ha planteado la necesidad de articular memoria e historia en una historia social de la memoria, incorporando al discurso de los historiadores otros discursos. Pensando, por ejemplo, en la obra de Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura, ¿puede haber un aporte a la historia desde otras disciplinas, como la literatura o el periodismo?
–Obviamente. Hay una proximidad extraordinaria entre el trabajo del periodista y el del historiador, están en una posición muy similar y muy cercana y esta proximidad es tanto mayor dado que hoy se ha desarrollado la historia del tiempo presente. Y diría que hoy también hay una proximidad cada vez mas grande entre la literatura y la historia. Michel De Certeau dice que el historiador está en tensión entre la ciencia y la ficción y entonces está cercano a lo literario. Esa proximidad fue rechazada durante mucho tiempo porque los historiadores a finales del siglo XIX en Francia se profesionalizaron y cortaron el cordón umbilical con las Letras, la disciplina de la cual venían, y crearon su propio curriculum apartados de la literatura. Cuando la historia quiso ser una ciencia social se separó de la literatura con los Annales. Hoy nos damos cuenta de que existe esa proximidad entre ficción e historia, y en esto hay pensadores como De Certeau, que pone el acento en la cuestión de la escritura en la historia, o Ricoeur, que muestra la importancia de la narratividad. El ejemplo de Svetlana Alexievich es muy pertinente, porque uno de los libros más bellos que he leído ultimamente es suyo, El fin del homo sovieticus. Nunca había leído nada tan fuerte como análisis histórico de la evolución de la Unión Soviética, del post stalinismo, el período post Gorbachov, y todo en base a un trabajo de memoria, de testimonios y de escritura. Para nosotros, incuestionablemente, es un modelo. Algunos han sido muy críticos, pero yo tambien aprecié mucho el libro Las benévolas, de Jonathan Littel, que ganó el premio Goncourt hace unos años y que logró reconstruir el mundo del verdugo de manera literaria con un conocimiento histórico muy profundo. Eso también está en el trabajo que hace hoy el historiador Ivan Jablonka, que acaba de sacar un libro que se llama Laetitia y es un trabajo periodístico, literario e histórico. Él es historiador, lo que trata en el libro es un caso policial y lo presenta como una novela. Jablonka escribió antes un libro que se llama La historia es una literatura contemporánea, ahí se ve bien la proximidad.
–En su libro El imperio del sentido, sostiene que en historia el sentido es emergente. ¿Es posible pensar este sentido emergente de un proceso histórico contemporáneo?
–Los historiadores suelen fatalizar la historia, porque como son especialistas del pasado, está la ilusión restrospectiva de que saben qué pasó. Se vivió durante muchos años con la idea de un sentido de la historia, una teleología, una evolución, ya fuera la evolución del progreso, o la evolución por etapas en la concepción marxista de la historia. Había un sentido, una flecha del tiempo, una dirección. Hoy ya no se cree más en esa flecha, y ahí es donde digo que no significa que no exista más el sentido, sólo que no es un sentido que va en dirección de una flecha, sino que está en la indeterminación del presente. Esto exige una atención muy fuerte a la singularidad de las situaciones para ver cómo emerge el sentido.
–¿Es posible para el historiador encontrar ese sentido emergente en su presente?
–Sí, es posible hacerlo hoy. Durante mucho tiempo los historiadores cultivaron la idea de que debía existir una distancia, porque consideraban que no podía haber historia sin archivos, pero ahora los plazos se han acortado. Antes los archivos no se podían abrir antes de los 50 años y si partimos de ese principio no habría historia del tiempo presente. Pero hoy se ha considerado que, al lado de los archivos escritos, están también la memoria y los archivos orales y allí efectivamente hay material posible para poder escribir una historia del tiempo presente. La historia del tiempo presente va a ser seguramente retomada mas adelante, pero ese es el caso de todos los temas históricos, siempre están abiertos a las revisiones, a los re cuestionamientos en otros períodos.
–En una conferencia dijo que la historia es siempre revisionista.
–Hay que tener cuidado con esa palabra, yo hago una distinción entre revisionistas y negacionistas. Porque a los negacionistas, en Francia, los que niegan la existencia de las cámaras de gas, del genocidio, durante mucho tiempo se los llamó y ellos mismos se llamaban “revisionistas”. Entonces puede parecer que yo digo que ellos tienen razón, pero no, al contrario. De hecho, hoy trabajo en la biografía intelectual de Vidal Naquet, que luchó contra los negacionistas y escribió el libro Los asesinos de la memoria. Lo que quiero decir con “toda historia es revisionista” es que cualquier tema biográfico o histórico siempre va a ser retomado de manera diferente por las generaciones futuras. A veces son retomados porque se descubren nuevos archivos o hay excavaciones arqueológicas y se encuentran cosas que son distintas a como se creía que eran. Además, le planteamos al pasado las preguntas del presente, preguntas que van evolucionando en función de ese presente. No sabemos cuál será el presente de 2070, pero seguramente planteará preguntas distintas que las que planteamos nosotros en 2016 sobre el siglo XIX o la Revolución Francesa. Es un juego de pasado-presente que hace que ese pasado vaya cambiando, se vaya moviendo en función de las preguntas que le hacemos. Ademas hay que integrar en ese juego de presente-pasado, de revisionismo, los efectos del “apres coup” de Freud, “lo que viene después”, de los momentos traumáticos que no siempre tienen efecto inmediato pero que pueden tener efectos diferidos en el tiempo. Estamos obligados a revisar la ruptura histórica y rever cómo eso influyó y tuvo efectos.
–Escribió las biografías de Paul Ricoeur, Michel De Certeau, Gilles Deleuze y Félix Guattari, Pierre Nora, Cornelius Castoriadis, ¿qué hilo los une?
–Hay puntos en común entre estas personalidades que son muy diferentes. El hilo conductor es, por un lado, el hecho de que son figuras que tienen una visión transversal de los saberes, es decir que no se limitaron a un saber particular, tienen una multi identidad de saber, atraviesan las fronteras disciplinarias. Ese aspecto de interdisciplinariedad me interesa y me remite a mi propia historia. Entonces, el primer punto es la transversalidad, y una especie de coherencia de producción de una obra que no se limita a las fronteras de una disciplina. El segundo es que todos ellos estuvieron marcados generacionalmente por una ruptura que también fue fundamental para mí, aunque yo era más joven, que fue Mayo del 68. Todos escribieron textos notables sobre el 68, y están marcados por la ruptura instauradora de la que habla De Certeau cuando dice que en el 68 tomamos la palabra como se tomó la Bastilla en la Revolución Francesa. El otro punto es que son personas que atravesaron el estructuralismo pero con distancia. Estaban en el interior del paradigma y a la vez eran críticos de ciertas orientaciones de ese paradigma estructuralista. Mas allá de la singularidad de cada uno, eso crea una especie de panteón de figuras que tenían cosas en común.