"¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado el polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto ¡revélanoslo!"
Con este apóstrofe o vocativo, propio de las grandes obras de la literatura épica, por ejemplo de Homero: "Cuéntame diosa que fue de aquel varón de multiforme ingenio que luego de destruir la sacra ciudad de Troya anduvo por el anchuroso Ponto y conoció los oficios y..." (La Odisea), o, "Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco a muchas almas valerosas de héroes..." (La Ilíada), comienza Domingo Faustino Sarmiento su magnífica obra “Facundo”.
Mucho se podrá criticar de Sarmiento, sin dudas, su posición política, su ideología, su europeísmo, etc., etc., aunque nadie podrá dejar de reconocer en él a un gran escritor, que aun con sus evidentes desprolijidades y apresuramientos, escribió páginas memorables. El vocativo inicial del “Facundo”, es una de esas páginas. La convocatoria a los muertos o, mejor dicho, a los fantasmas, al fantasma de Facundo Quiroga para ser más exactos, para que vengan a explicarnos aquello inexplicable e irreductible a la razón y al lenguaje, ese punto de imposible de atrapar con palabras, lo real cotidiano que se torna inapresable y oscuro, hace de este libro una obra fundamental.
Muchos escritores lo han dicho: "Cualquiera puede criticar a Sarmiento, pero nadie podría escribir ni una sola de sus páginas literarias". Borges llegó a decir que Sarmiento fue el más grande escritor argentino, inclusive superior a Leopoldo Lugones. ¿Por qué esta alusión al “Facundo” de Sarmiento? Porque han caído las explicaciones y el presente se muestra inabordable, refractario a los análisis sociológicos y políticos. Mucho se podrá decir, pero no basta. No hay explicaciones, o, hay demasiadas explicaciones que no alcanzan, dado que aquello de lo que se trata no es de lo simbólico, sino de lo real que se ha desencadenado.
Podríamos invocar, parafraseando a Sarmiento: Oh, Literatura, Oh, Poesía, las convocamos para que acudan a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de este noble pueblo. Ustedes poseen el secreto, ¡revélennoslo!
Lo que hoy se presenta, más allá del cambio civilizatorio, es la precipitación de lo real, lo imposible de ser tramitado por lo simbólico, en síntesis, una mutación que se acelera en el mundo e impone un nuevo estado de cosas inapresables. El mundo comienza a funcionar enteramente por el lado del “Más allá del Principio del Placer” freudiano, es decir por el lado del goce incondicional e irrestricto.
La mutación antropológica se ha puesto en marcha, una transformación de alcances impredecibles posiblemente llevaría a la sociedad “post-humana”, constituida por mutantes, zombies y meros desechos de la operación capitalista absoluta en su fase ultra perversa, en definitiva, a la edificación de un nuevo sujeto inmerso en lo real, sin deseos ni conciencia de sí mismo, sin noción del peligro y de los cuidados, habitante de los oscuros círculos de la pulsión de muerte. Algo de todo esto ya se está viendo en las ciudades. Al menos ello es la intención que se avizora, el proyecto de acabar con el sujeto moderno, el sujeto de la razón y el pensamiento. Un nuevo mundo impredecible aguarda a la vuelta de la esquina, aunque decirlo de este modo represente el riesgo de caer en una hipérbole o una exageración.
Reiteramos: ¿por qué apelamos aquí al apóstrofe de Sarmiento en el “Facundo”? Porque de lo que se trata es de la aparición descarnada de lo real, de lo imposible de simbolizar, de lo que permanece irresuelto y se resiste a pasar por el desfiladero de los significantes. Facundo precisamente representaba, para Sarmiento, ese punto extraño e irreductible al orden civilizatorio, aquello que se sitúa más allá de la ley, instancia que lo lleva a plantear la dicotomía “civilización y barbarie”. Pero, ese par aparentemente antagónico no es, como se cree, tan taxativo en Sarmiento ni carece de complejidades. Facundo, el gaucho de las provincias, “bárbaro”, valiente y audaz, no se presenta finalmente, en la obra sarmientina, tan disímil a aquel otro personaje, enemigo de Sarmiento, Juan Manuel de Rosas, hijo de la culta y refinada Buenos Aires.
Hay inclusive en Sarmiento una cierta torsión, una revalorización y hasta una admiración por Facundo Quiroga, un reconocimiento a su coraje y entereza, mientras no deja de ubicar por momentos en Rosas la verdadera barbarie, más refinada y artera, pero barbarie al fin, capaz de infligir un daño mucho mayor. Es decir, para Sarmiento la barbarie también reside en la civilización, aunque decir esto suene para muchos inverosímil.
Del mismo modo, el salvajismo político y social que presenciamos hoy en día, la involución civilizatoria, no deja de ser fruto del mismo movimiento civilizatorio que, arribado a un punto de su recorrido circular, emprende el retorno a lo real de la piedra, es decir, a lo imposible de simbolizar y comprender.
En conclusión, el difícil entendimiento de la época, especialmente en nuestro país, requiere tal vez de la invocación ya no de los cotidianos análisis políticos y sociológicos, que abundan, sino más bien a los fantasmas de la literatura y los desarrollos del psicoanálisis.
*Escritor y psicoanalista