En la madrugada del lunes, la multitud se desperdigaba por la sierra cordobesa buscando la manera de llegar adonde descansar las piernas demolidas. Pero el antídoto estaba a la vista: los pies se arrastraban, pero nadie parecía dispuesto a despegarse la sonrisa satisfecha del rostro. Era el final del Cosquín Rock 25, en las calles confluían quienes salían del maratón piojoso de tres horas, la fogosidad cuartetera de Luck Ra o el baile desatado de Peces Raros, y para todos la experiencia era distinta pero el saldo era el mismo.

“Lo único que quiero e’bailar”, cantan Ca7riel y Paco Amoroso en su tema “Cosas ricas”, y eso fue lo que generaron en su performance. El show del tándem, consumado en el ocaso de la tarde cordobesa en el escenario Norte, significó no sólo su consagración como artista referencial de la actual escena musical local, sino que también dejó testimonio de su capacidad para expandir la paleta argentina de estilos hacia confines impensados. Y es que básicamente se convirtieron en una aplanadora del groove, probando sus diferentes matices, alquimia de lo más misteriosa y compleja. Al tiempo que le dio sentido al legado de Illya Kuryaki and the Valderramas, ante medio Aeródromo de Santa María de Punilla.

El dúo, blindado por una banda solvente, salió a escena de la mano de “Dumbai”, incluido en su primer álbum, Baño María (2024). Y permaneció sentado un rato más desenvainado el drum and bass “Baby Gangsta”, al que le secundó el pop latino (con métrica trapera) “Mi diosa”. Justa muestra de lo marciana que es su música, así como su verso, lo que quedó corroborado en el R&B “A mí no”, donde cantan “No me llegan los Rocas” (en alusión a los billetes de 100 pesos). En “Viuda negra” se subieron a la música dance, lo mismo que en “McFly”. Aunque en “Pirlo", y en especial en “Ola mina XD” se metieron con el moombahton y el dembow futurista. Con esa masa entregada a la lujuria, coronaron su show con el house “Cono hielo” (más tarde siguieron desbordando energía en el pogo de “Jijiji”).

La segunda jornada del festival contrastó casi diametralmente con respecto al primer día. No sólo en la grilla, sino también en el clima. Si el sábado la lluvia y el barro formaron parte del folklore, durante el desenlace primaron el sol y el calor. Algo similar sucedió con la programación de ambas fechas. Hasta la madrugada anterior, el escenario Norte fue bastión de propuestas de intención rockera, incluyendo lo que hizo Dillom en su performance. Sin embargo, horas más tarde ese tablado recibió a un segmento de la música urbana nacional. De todas formas, el telón lo levantó la impronta gótica de K4, músico que rápidamente hizo del desenfreno y la oscuridad su marca registrada.

Ca7riel & Paco Amoroso (Imagen: Prensa) 

El escenario Paraguay, que en la primera jornada llevó el nombre de Boomerang, y por donde deambularon propuestas como la de Turf o Emmanuel Horvilleur, ahora se había convertido en vitrina de la música indie. De hecho, el grupo Fonso y Las Paritarias se encargó de inaugurarlo, y su show fue tan efectivo que uno de los sonidistas del evento se sumó a la actuación para tocar la armónica. La secundó la rapera Lara91K, casi al mismo tiempo que la rockera alternativa Blair, revelación de la escena musical local, la rompía en el escenario Montaña, ilustrado en el fondo por las sierras del Valle de Punilla. Tamaño paisaje fue asimismo el telón de fondo de la banda Sylvestre y La Naranja y de las nuevas bestias del pop nacional: Bandalos Chinos.

Wayra Iglesias, hija de Tete Iglesias, bajista de La Renga, le inyectó blues a su debut en el escenario Norte, tras curtirse dos años en el escenario La Casita del Blues. Todo esto frente a la mirada de su padre, quien disfrutó de su hija respaldada por algunos de los músicos de Ella es tan cargosa. Justo en frente de ella, en el escenario Norte, los raperos Agustfortnite2008 y Stiffy (conocidos como los Swaggerboyz) ofrecieron el acto punk de la fecha. Tanto así que, pese a que se mueven por los terrenos de la música urbana radical y experimental, les terminaron cortando el show antes de terminar. Antípoda de lo que hizo el trapero Bhavi, quien apostó por una puesta más próxima a la de los cuentos encantados. Con castillos, príncipes y princesas y él de elfo.

El trío Vapors of Morphine, en el escenario Paraguay, tuvo el mejor horario para derrochar su minimalismo crepuscular (del que darán cuenta este viernes en Niceto Club), a las 19. A esa misma hora, Las Pelotas -distinguidos esa misma tarde por su asistencia perfecta al festival- le dedicó en el escenario Norte su show al fallecido manager Jorge Crespo en un show que fue trepando de intensidad: si el atardecer calzaba justo con títulos como "Víctimas del cielo", el obvio coro general en "Será" fue conduciendo a un final en el que el homenajeado fue el Bocha Sokol. Con el aporte de la voz de Gabriel Dahbar, la banda desató todas las emociones con un final que hiló "Bombachitas rosas", "Capitán América" y "Shine".

Si bien no hay duda de que es una de las figuras esenciales de la música urbana argentina, Nicki Nicole no rankeaba entre los shows más esperados de la segunda jornada del festival. Quizá por eso se terminó anotando, en el escenario Norte, una actuación en la que dio muestras de su capacidad de reinvención y de sorpresa. Y esta vez lo hizo probándose en estilos ajenos al R&B y a la cumbia, como el house y hasta metiéndose con la tradición del rock argentino. La artista tuvo que tomar fuerzas tras la muerte de su padre, el lunes pasado, y su cover de "Seminare" sonó a tributo especial. Más allá de eso, a la rosarina se le vio entera y dio uno de sus mejores recitales, que incluyeron una toma de posición frente a la persecución y hostigamiento del régimen de Javier Milei hacia los artistas cuando, antes de "Dispara" -el tema grabado junto a Milo J-, advirtió: "Con la música no".

Las Pelotas, con asistencia perfecta (Imagen: Prensa)

Se pusieron muchas fichas en la segunda participación de los Winona Riders en el Cosquín Rock. Si el año pasado les tocó pagar derecho de piso abriendo el escenario Sur, en esta oportunidad les concedieron el momento estelar del escenario Paraguay, a las 21:30. O al menos le ganaron la mano, en ese sentido, a Massacre, quienes los antecedieron. Los de la Zona Oeste, a manera de antesala de su inminente debut en Obras, pautado para el 9 de mayo, salieron a dejarlo todo sobre el tablado. Su performance fue brillante, endiablada, visceral y en especial narcótica. A dos baterías, una dialogando frente a la otra, pusieron a volar por los aires tanto a los clásicos que instalaron su culto como a los temas de su nuevo disco, No hagas que me arrepienta, ensuciando con ese barro que sobró de la noche anterior matices sonoros que se debatian entre el ruidismo, lo espacial, lo etéreo y el bombo en negra.

Mientras los fans del quinteto se abrían paso hacia el escenario Paraguay, La Delio Valdez estaba ofreciendo una cátedra cumbiera en el escenario Norte. Hasta para los más rockeros era imposible resistirse frente a esa invitación al baile. Uno tan tropical como elegante, en la que los cantantes de la orquesta, comandados por Ivonne Guzmán, alternaron roles, guionados por una propuesta que lindaba lo teatral. Evocando las bailantas de antaño, aunque sin dejo vintage o nostálgico. Tras allanar el camino con canciones de su propia cosecha, comenzaron a reivindicar el cancionero tradicional del género apoyado en clásicos del calibre de “El campanero”, “Poco a poco” y la mítica “La pollera colorá”.

La rama femenina también tuvo una gran representante en La Casita del Blues, donde durante la tarde la guitarrista y cantante Sol Bassa dio un show vibrante, encendido, que desató ovaciones en un par de inspirados solos de guitarra. Y al rato se la pudo ver pero como público en el arranque de la noche en el Sur, donde aparecía uno de los platos fuertes del menú rockero. Skay Beilinson y Los Fakires abrieron con "La luna en Fez" lo que pintaba para noche perfecta, una cabalgata sobre lava eléctrico que pasó por "Gengis Khan", "Oda a la sin nombre" y "¡Corre, corre, corre!" encendiendo a la multitud.

Skay Beilinson (Imagen: Adrián Párez)

Así la fiesta fluía con toda naturalidad, pero se torció en el momento menos pensado. "Todo un palo" generó la acostumbrada explosión, y la recarga de sentido con esos brazos en alto en "Cómo no sentirse así..." Y "Ji Ji Ji", por supuesto, provocó una feliz debacle, un bailongo general que fue a truncarse nada menos que... en el solo de guitarra. Ahí, justo ahí se plantó el sonido de la viola, que se resistió a volver, tuvo una breve reaparición pero volvió a flaquear, provocando una despedida temprana por problemas técnicos que fue un baldazo de agua fría. Las cabezas que se meneaban decepcionadas a la salida dejaban un mensaje claro: "¿¿Cómo se va a cortar la viola en el solo de Ji Ji Ji??"

La revancha para el pueblo rockero, claro, iba a llegar más tarde. Hubo quienes se animaron a una nueva caminata de Sur a Norte para paladear el aperitivo de La Delio Valdez -y se llevaron un suculento plato, caliente y bailable-, pero hubo una mayoría que llegó a Skay pensándolo también como acampe en la espera del gran cierre de ese escenario, el retorno de Los Piojos. Y los muchachos de El Palomar, veteranos de mil batallas rockeras, supieron aquilatar la experiencia reciente de siete noches en el Diego Armando Maradona de La Plata, reconcentrándola en un show de tres horas que colmó las expectativas de todos. 

Los Piojos (Imagen: Adrián Pérez)

Desde el ganador arranque vintage con la tripleta enganchada de "Arco / Te diría / Yira Yira", un combo que llevó directamente a los dos primeros discos, la banda soltó una tropilla de canciones infalibles. Andrés Ciro Martínez hizo "votar" a la gente entre "Fantasma" y "Ruleta", con un obvio ganador certificado en el rugido de la gente en "Sobre mi calle estás y yo ya te coroné". El segmento con Daniel Buira en la batería no solo dejó picos de intensidad con "Ay Ay Ay" y "Shup-Shup", con un estallido general en el combo de "Tan solo" y "Sympathy for the Devil" con Ca7riel de invitado puliendo la guitarra y otro momento de fiesta general en "Desde lejos no se ve". También dio pie a otro pronunciamiento de los muchos que hubo en el valle este fin de semana, cuando Ciro modificó la letra de "Llévatelo" para decir "Tienen tantas mentiras, tanta criptomoneda, tanta libertad..."

De a poco, como si el tiempo fuera una anécdota, Los Piojos le fueron dando forma a un posible grand finale para la edición aniversario del clásico coscoíno. Todavía quedaban artistas por salir a los escenarios, pero las tempestades desatadas por cosas como "Muévelo", "Como Alí", "El farolito", "Maradó" (que hizo temblar el piso) y el lúdico "Verano del 92" conformaron un broche de oro al Escenario Sur.

Pero el Norte todavía tenía cosas para ofrecer. Allí Nafta se mantuvo firme en el letargo de la música afrodescendiente. Y si todavía se conserva en la memoria colectiva el show de La Mona Jiménez en el festival 2022, lo que se tradujo en el estreno del cuarteto entre la bitácora musical que alberga la grilla del evento, lo de Luck Ra anduvo tras esos pasos. Aparte de ahondar en las canciones de su primer álbum, Que nos falte todo, de entre las que destacó su adaptación de “Toco y me voy”, hit de la Bersuit, el cuartetero, trapero y streammer cordobés le desencajó la jeta a más de uno con su jugado acercamiento urbano a “Yendo de la cama al living”, himno de Charly García. Dividiendo las aguas entre el público, pasada la medianoche, sobre si lo que estaba haciendo era herejía, atrevimiento o un acto de valentía.

Unos pocos minutos después, Peces Raros se encargó formalmente del cierre del Cosquín Rock 2025. La dupla electrónica platense convirtió al escenario Montaña en la pista de baile más grande de la Argentina, apenas irrumpieron por esa vitrina. Previamente, en el mismo espacio, les dejaron el ambiente caldeado el show en vivo del DJ argentino Juan Hansen y el poderoso DJ set del canadiense Deadmouse5. En tanto que por ahí desfilaron el sábado el DJ local Mariano Mellino y el set a cuatro manos entre los francese Popof y Space 92. Pero no fue el único escenario que acogió al género. El escenario Hangar tuvo en sus bandejas el domingo a J Catriel y a Sol Ortega, confirmando una edición en la que, al cabo, ganó la pluralidad: de punta a punta del Aérodromo, la etiqueta "rock" terminó siendo una puerta de entrada a una diversidad estilística que habla de una excelente salud. Hubo de todo, para todos. Con los pies cansados y la sonrisa en el rostro.  

(Imagen: Prensa)