En tiempos tan difíciles como el de hoy, resulta imperioso incursionar en una disciplina tradicional y popularmente descalificada: la filosofía. Filosofar como sinónimo de hablar tonterías, sin fundamentos, filosofía como no ciencia. 

Por muchas décadas, en la escuela secundaria, la enseñanza de la filosofía se ha centrado, generalmente, en el pensamiento de los filósofos, abordándolos de manera descontextualizada, poniendo el acento en sus teorías estrictamente filosóficas. Obviando preguntas sobre ese filósofo, ya sea, Platón, Sócrates o Aristóteles: ¿A qué sectores sociales representa? ¿Qué cosmovisión tenían más allá de la especificidad del pensamiento de cada uno? 

Ciertamente era una cosmovisión estática, sin contradicciones, meramente descriptiva, propia de la corriente idealista.

Con la aparición de filósofos argentinos de la talla de José Pablo Feinmann o Darío Sztajnszrajrber, por nombrar algunos, quienes no pertenecemos al campo de la filosofía, nos hemos dado cuenta de lo valiosísimo de los aportes que puede dar la filosofía en un momento como este, de tanta incertidumbre y desconcierto.

No es casual que ciertas disciplinas, no solo la filosofía, sino también la historia, la psicología, la sociología hayan sido tan desacreditadas, devaluadas, incluso en épocas dictatoriales. 

Si no fueron suprimidas, fueron controladas, hasta llegar a imponerles a los profesores una línea, un libreto que debían reproducir de manera mecánica, como si fueran pericos. 

Esto se entiende en la medida que uno se posiciona ante una realidad: estamos dentro de un sistema, un ordenamiento económico, social y político y con una ideología dominante, hegemónica que demanda de un sujeto acrítico, y eso requiere de una educación orientada a formatearlo –que nos remite a la película The Wall-, a formatear sujetos que sean estrictamente funcionales al sistema. Ese sujeto vapuleado por los medios, por las redes, que lo convierten en casi en un zombi o un ser lobotomizado, que abunda hoy en nuestra sociedad, y que nos remite a la obra de Scalabrini Ortiz: El hombre que está solo y espera en plena década infame, como así también a la sociedad ficcionada y hoy real, de la novela de George Orwell: 1984.

Hoy es necesario reivindicar no solo a la filosofía, sino también a aquellas disciplinas que apuntan a promover la duda, a desarrollar un pensamiento crítico, a no quedarse con la fantasía de la certeza, de las verdades absolutas, a cuestionar, a criticar, hasta el hartazgo si fuera necesario.

La psicología, también desacreditada, aun hoy, es un espacio que brinda al sujeto la posibilidad de replantearse su propia historia y, por ende, la historia del país y predisponerlo a posibilidades de cambio que, obviamente, resulta inaceptable a un sistema opresivo y alienante.

Asimismo, la historia ¿para qué? ¿Para qué estudiar historia? Estos cuestionamientos muestran un desprecio total y una descalificación por el pasado como si se pudiese construir un presente prescindiendo del respaldo de un recorrido histórico. 

También en este terreno de la historia, ha habido generaciones de profesores –algunos consciente, otros inconscientemente- que han enseñado la historia apuntando a ocultar, más que a desocultar o a deconstruir, quedándose en una visión maniquea de buenos y malos, de personajes históricos, de individualidades, de hechos cronológicos descontextualizados. Sin remitir a movimientos colectivos, clases sociales, ni modos de producción imperantes. 

Esta visión de la historia sobre el pasado conduce, como una colectora, a que, en el ámbito educativo, tanto los padres como los profesores de otras disciplinas –jerarquizadas como “ciencias duras”-, tendieran a descalificar a la historia presentándola como a una materia de “cultura general” -expresión que ameritaría per se, ser trabajada-, considerándola una materia memorística, en la que prevalecería la memoria, acorde con el modo en que se han desarrollado muchas de las clases de historia en el ámbito áulico. 

No se niega la importancia de la memoria que garantiza tener la información necesaria, pero esto es insuficiente si no está acompañada por un método de análisis de los hechos históricos, que habilite analizar y procesar toda la información. 

Todo esto no ha sido casual. A lo largo de decenios, es lo que el sistema, a través de sus vasos comunicantes, ha tratado de inculcar en no pocos sectores de la sociedad. Lo que nos lleva a concluir, como dijo un gran filósofo: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

Volviendo sobre ¿por qué la imperiosa necesidad de filosofar? 

Porque la filosofía constituye un espacio que es un disparador para poder crecer en el conocimiento, en el análisis, y poder, en definitiva, contribuir a que el sujeto sea crítico, que jamás se resigne a lo que un operador mediático instala a diario, y no se convierta en un repetidor de un influencer, un tiktoker o un troll.

La duda: instalar la duda en los sujetos. Esta alternativa suprimida tal vez hubiera evitado tener hoy un presidente como el que tenemos, pero aclarando que la misma no es la única. 

En la consolidación de la derecha fascista, recalcitrante y ultramontana puede reconocerse la conjunción de múltiples y diversos elementos que se han sumado e interactuado en el marco de una cultura autoritaria. 

Los componentes preexistes de la misma han sido exacerbados por distintas experiencias autoritarias y pseudodemocráticas, a lo largo de décadas.

En definitiva, la generación de espacios –no necesariamente formales- de duda, de debate, de preguntas, de intercambio de ideas y de discusión colectiva y plural podría dar batalla a este sistema neoliberal fascista.

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