Una fiesta bien chamamecera en el corazón de San Telmo. De esa forma se podría definir la presentación del compositor y acordeonista misionero Chango Spasiuk con su espectáculo Taco y Suela el viernes a la noche en el Xirgu. Si bien faltaba la tierra roja o el perfume del Paraná, la emblemática sala porteña se convirtió durante dos horas en una bailanta chamamecera con calor, gritos, sapucay, boinas y cuerpos transpirados dispuestos al baile. “Golpear tus pies contra el suelo porque la música te atraviesa y te moviliza. No es solo música para los que saben bailar chamamé, sino música bella que puede tocar el corazón de cualquiera”, sostuvo el misionero e invitó a que cada uno disfrutara la fiesta popular a su manera.
Con entradas agotadas, el show de Spasiuk tuvo como eje revisitar un repertorio tradicional de chamamé, polcas rurales y chotis para celebrar la memoria colectiva, la otredad y la diversidad cultural. Todo un gesto cultural y político en tiempos dominados por el individualismo y el sálvese quien pueda. Después del DJ set de Lauphan –ideal para calentar la pista y encender los corazones-, el músico de Apóstoles se hizo presente en el escenario y sin mediar palabras se sentó con su acordeón para empezar un viaje musical por la historia del chamamé, una expresión cultural –que incluye música, poesía y danza- de transmisión oral que nunca se discontinuó.
Pero no estaba solo. A su lado lo escoltaban un trío ardiente de jóvenes acordeonistas: Enzo de Martini, Emiliano López y Santiago Torres. Además de su inseparable compañero, el guitarrista y cantor Diego Arolfo, el ensamble se completaba con el contrabajista Facundo Cano y la guitarrista y cantante Fátima Zerpa, que se lució con una versión de “Sé que te arrepentirás”, de Los Hermanos Barrios. "La cultura está viva, la música está viva y acá estamos en colectivo regando nuestro manzano aunque mañana no exista el mundo", dijo, ahora así, Spasiuk para recibir a los invitados. Un ecosistema social diverso compuesto por jóvenes, niños, adultos mayores y familias enteras. Algunos, vestidos con prendas típicas gauchescas o rurales parecían venir de algún pueblo litoraleño. Pero el grueso, se intuye, era público porteño o bonaerense.
La música de Spasiuk trasciende fronteras y generaciones. Desde joven, se interesó por encontrar una voz propia y desarrollar su propia obra. Una música en perfecto equilibrio entre la vanguardia y la tradición, como se evidencia en “Tristeza”, “Pynandi” o “Mi pueblo, mi casa, la soledad”. Sin embargo, en este espectáculo el músico misionero afrontó el desafío de no interpretar composiciones propias, sino interpretar exclusivamente un repertorio de autores tradicionales, como Tarragó Ros, Monchito Merlo, Tránsito Cocomarola, Los Hermanos Barrios, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol. Si bien se trata de piezas que interpreta desde hace 45 años, para un compositor siempre es un desafío correrse del centro de la escena y dar lugar a otras músicas, a otros autores.
En este caso, la intención central fue apelar al baile y a la celebración colectiva. “La fuerza de esto es que cuando yo tenía diez años con este repertorio aprendí a tocar el acordeón”, resalta Spasiuk en diálogo con Página/12. “Después yo me encuentro con Enzo de Martini, Emiliano López y Santiago Torres, a los cuales les llevo más de treinta años, y ellos aprendieron a tocar el acordeón exactamente con el mismo repertorio. O sea que hay una transmisión oral ininterrumpida de estas composiciones a lo largo de casi cuarenta años. Entonces, nos encontramos en nuestra raíz, la mía es la de ellos. Por eso, en vez de invitarlos a tocar mi música, nos juntamos a tocar un repertorio común”, explica el músico en los camarines del Xirgu. “La fuerza de este proyecto radica en un encuentro generacional en donde han pasado todas estas décadas y sin embargo esta música nunca perdió vigencia. Es lindo encontrarnos con jóvenes y darnos fuerza y aprender mutuamente. Más en esta época, reforzar nuestro compromiso con ese legado, no porque alguien nos lo haya pedido, sino porque nos parece necesario hacerlo. Entonces, la idea es regar esa raíz y celebrarla”.
"¿Tienen preparadas las patas?", preguntó Spasiuk antes de la parte final con “El Toro” (Dionisio “Camba” Castillo), “El Curuzucuateño” (Tarragó Ros) y “Don Gualberto” (Tarragó Ros), tres clásicos imbatibles que prendieron fuego la pista de baile. El primer bloque abrió con una selección de chotis y chamamés como “La polvareda”, “El yaré”, “Campo en llamas”, “Amanecer campero”, “Gato moro” y “El petiso maceta”, en su mayoría compuestas por Tarragó Ros, un experto en crear música para bailar. Luego, hubo un segundo bloque con canciones cantadas melodramáticas –“corta venas”, bromeó Spasiuk- en el que ganó protagonismo el guitarrista y cantor Diego Arolfo, que interpretó “Tal vez no valga la pena”, “Viejo naranjal” y la chacarera de su autoría “Apego”, entre otras. Y el cierre fue con “Km 11” (Tránsito Cocomarola), “Granja San Antonio” (Tarragó Ros) y una selección de polcas rurales.
Taco y Suela, de alguna manera, también es una celebración a la diversidad cultural. La provincia de Misiones, de hecho, es un territorio de frontera habitado tanto por hijos de inmigrantes europeos como por una población con fuerte ascendencia indígena. Y eso se refleja también en los sonidos, las costumbres y la diversidad de lenguas (español, guaraní, portugués). “Apreciar la monotonía es una ignorancia total, un vacío. Cuando ves la diversidad en la música te das cuenta de que hay en ella un tesoro. Esta música tiene elementos mestizos, criollos, afros, europeos y de alguna manera yo soy un poco de todo eso. Soy argentino, pero mis abuelos son ucranianos. Y en esta música también hay colores del sur de Brasil y de Paraguay”, precisa Spasiuk. “Es un mundo maravilloso con un montón de colores pero que yo no inventé, cuando nací todo eso estaba rodeándome”.
“De alguna manera, uno es un portador de una palabra tan poderosa como es la memoria. Yo soy una memoria de todo eso y producto de todos esos colores –continúa-. Y simplemente eso se expresa en mi música de una manera natural. Por eso, es un placer para mí tocar composiciones de otros. En este proyecto, arriba del escenario, tres de los cuatro acordeones son verduleras, que es el instrumento que viajó con el inmigrante. Y estas composiciones fueron compuestas en este tipo de acordeón. Yo intento cohesionar todas esas partes y le doy una dirección. No necesito estar al frente, me expreso a través de los otros y también en lo colectivo. Como cuando Atahualpa Yupanqui decía: 'Vengo a escucharme en tu voz, vengo a leerme en tu voz'. La música es un ejercicio colectivo muy poderoso y necesario”.
“Todos hacemos nuestra parte, pero en el colectivo hay una fuerza enorme. Y se aprende y se enseña”, enfatiza. “Hay un cuidado también, un tejido y un montón de elementos que nos conectan y nos permiten ser una base sólida. Eso no significa que el colectivo sea sinónimo de ‘yo no hago nada’. Sino que gracias al colectivo yo me esfuerzo para hacer mi pequeña parte cada vez mejor, porque hay un colectivo en el cual me expreso, un espejo en el cual me estoy mirando todo el tiempo y me estoy refinando. Pero después cada uno hace su parte con lo que tiene y con lo que puede. En la memoria no hay atrás ni adelante, la memoria es la memoria, es puro presente. Entonces, acá estamos, no olvidamos, somos esto, incluso con nuestras contradicciones. Pero si hay algo para modificar nos ayudamos entre todos para pulir y acomodar. En lo colectivo hay una posibilidad de mejorar, porque aislado de todo no se puede mejorar nada”.
En junio y julio Spasiuk presentará este espectáculo en formato trío en una gira por Francia, previo paso por Uruguay y Colombia. La idea con este proyecto es grabar un disco en vivo en el corto plazo. Por lo pronto, este año publicará un disco inédito grabado hace veintiún años en Circo Beat con el pianista de jazz Darío Eskenazi. “Lo encontré hace poco y no lo podía creer. Lo llamé a Eskenazi y le pregunté si lo podía editar”, cuenta Spasiuk. “Lo quiero compartir con la gente. Yo tocaba muy diferente a como toco ahora, pero me gusta porque es una fotografía de un momento. Son cinco canciones de improvisación con Darío, es muy interesante”, sostiene. “La idea es seguir buscando espacio para tocar, porque no todo es lo que yo quisiera que sea y el contexto tampoco”, dice. “No hay ningún lugar adonde llegar, simplemente es levantarme todos los días y tratar de hacer lo que sé con lo que tengo lo mejor que puedo”, concluye.