Desde Berlín

Una combi con muchos kilómetros a cuestas, una familia ensamblada que la habita como precaria casa rodante y los caminos rurales menos transitados de Entre Ríos -allí donde el polvo se confunde con cañadas y arroyos- es todo lo que necesita el director Iván Fund para construir El mensaje, una road-movie que sale a descubrir el lado B de las rutas argentinas y que tiene muchas más capas de sentido que las que deja ver su plan inicial. La primera película argentina en participar de la competencia oficial de la Berlinale en cinco años, El mensaje es también una pequeña fábula sobre la inocencia de la niñez, capaz de interpelar al mundo adulto y de sobreponerse incluso a una crisis que trasciende lo meramente económico y se vincula con lo existencial.

La radio de la combi propala noticias inquietantes del dólar, pero Roger (Marcelo Subiotto), su pareja Myriam (Mara Bestelli) y su nieta Anika (la niña Anika Bootz) están muy lejos de la realidad de los mercados. La suya es más cercana y concreta -ganarse la vida como sea- y para ello los adultos aprovechan el supuesto “don” de Anika: la posibilidad que tiene de comunicarse con los animales y de contarles a sus dueños aquello que querrían escuchar de sus mascotas. Dinero mediante, por supuesto. Podría decirse que hay bastante de fraude en el modo en que Roger y Myriam han armado ese “negocio” tan ingenuo como escasamente redituable. Pero también hay mucho de verdad en la sensibilidad con que Anika entabla una relación singular con los animales, como solo puede hacerse en la infancia.

Como bien explicó Iván Fund en la conferencia de prensa que siguió a la primera proyección del film, El mensaje saca el mejor provecho de una realidad concreta y palpable para ir construyendo una ficción que transcurre en el imaginario del cine y de sus tradiciones. Los caminos rurales, el trasfondo económico y el trabajo sobre la credulidad ajena remiten sin duda a la picaresca de Luna de papel (1973), de Peter Bogdanovich, que también tenía a una niña de protagonista. El oficio ambulante, la posibilidad de una magia basada en el candor y el origen circense de Roger evocan muy sutilmente algunos ecos de La strada (1954), de Fellini, particularmente cuando en la banda de sonido aparece una trompeta solitaria y melancólica. Y cuando Marcelo Subiotto –casi siempre silencioso, diciéndolo todo apenas con la mirada- camina pesadamente, o se planta firme en medio de un plano general hasta habitarlo por completo, es imposible no pensar en algún western, y hasta en John Wayne en particular, por qué no.

Y sin embargo, El mensaje –filmada en un maravilloso blanco y negro por Gustavo Schiaffino- es una película inequívocamente argentina, por sus paisajes, por sus personajes, por su identidad esencial. Y también por su economía de medios, donde con los menores recursos (es una película hecha en cooperativa, por el equipo de siempre de Fund, entre ellos la productora Laura Mara Tablón) logra los mejores resultados, demostrando una capacidad de resistencia de la que solo el cine argentino parece capaz, aún en los momentos más adversos, como ahora, cuando el gobierno nacional le ha robado sus recursos y lo ha elegido como enemigo.

Esa lógica perversa de amigos o enemigos queda expuesta de manera muy ostensible en Bajo las banderas, el sol, notable documental de archivo sobre los 35 años de la dictadura del general Alfredo Stroessner, quien desde 1954 hasta 1989 decidió autocráticamente sobre los destinos de su país y de su población, sobre la que ejerció sistemáticamente el terrorismo de Estado. La película del debutante Juanjo Pereira –estreno mundial de la Berlinale en la sección Panorama- tiene la primera virtud de haber logrado reunir una cantidad increíble de material de archivo como nunca se había hecho antes en Paraguay, un país que salvo escasísimas excepciones –como las películas de Paz Encina- carecía de imagen cinematográfica.

Durante cinco años, Pereira rastreó documentales y noticieros tanto en Asunción como en emisoras de los Estados Unidos, Europa e incluso Japón, a donde Stroessner alguna vez llegó en una gira presidencial. De las casi cien horas de metraje recopiladas, el director –con la colaboración del montajista argentino Manuel Embalse- construyó un impresionante mosaico de 90 minutos que no pretende dar cuenta de modo cronológico de una de las dictaduras más prolongadas del mundo sino dar una idea de la pesadilla angustiosa y recurrente que fue Paraguay durante esas décadas de atraso, aislamiento y represión.

El método elegido por Pereira fue el de ir construyendo bloques de sentido que -al poner en diálogo mediante el montaje imágenes de distintas fuentes- van revelando la narrativa oficial del régimen, no sólo sustentada puertas adentro del país sino también a través de las cadenas de televisión del exterior, que no necesariamente cuestionaban el carácter dictatorial del gobierno paraguayo durante más de tres décadas.

Alumno dilecto del Departamento de Estado y de las agencias de inteligencia estadounidenses, Stroessner se sumó de buen grado al Plan Cóndor que coordinó la represión en el cono sur de América latina durante los años ’70. Bajo las banderas, el sol da buena cuenta de ese período, del mismo modo en que también recuerda el largo asilo político que el presidente de facto –de familia de origen bávaro- le dio al llamado “Angel de la Muerte” de Auschwitz, el comandante nazi Josef Mengele, que contaba con pasaporte paraguayo.

Son muy impactantes en este sentido las imágenes del Hotel Tirol, donde Mengele se reunía regularmente con otros prófugos nazis. A su vez, el espejo de la historia devuelve ahora la imagen de una visita oficial que Stroessner hizo a comienzos de los años ’70 a Hof, la región alemana de la que era oriunda su familia, y que el noticiero local celebra con algarabía, a pesar de la presencia de unos manifestantes de Amnesty International, que con sus pancartas reclaman por las víctimas del régimen paraguayo.

“Empecé haciendo una película que pensaba era sobre el pasado... un pasado que al día de hoy todavía no se enseña en las escuelas de Paraguay”, afirmó Pereira al finalizar la función de estreno en la Berlinale. “Pero recién cuando la terminé me di cuenta de que Bajo las banderas, el sol no solo habla del pasado, también habla del presente”.