Por primera vez la compañía teatral Los Pipis desembarca en el teatro público, en el Teatro San Martín de la Ciudad de Buenos Aires. "Pasión, una tragedia argentina" cierra la trilogía que comenzó con "El mecanismo de Alaska", siguió con "La conquista de Alaska" y ahora con esta tercera que no necesita que se hayan visto las anteriores para disfrutarla. Este cierre tiene los condimentos agridulces e incómodos de todo corte, Los Pipis vuelven con una propuesta que le suma sabores a su clásica ternura. Se permiten bañarla de la brea de la desesperanza para dejarnos el preciado souvenir de esos amores que ya nunca serán.
Federico Lehman y Matías Milanese, pareja y cara de este proyecto artístico, inician la puesta con su ya característico despliegue de baile y agotamiento físico. Solo la fuerza sobrenatural de la escena puede explicar como esos dos cuerpos pueden comenzar una obra luego de cansarse así. Hay cierto ritual de exorcismo pre inicio al que se someten para dejar de existir antes de performar la narración. En escena también está una de las piezas fundamentales de la compañía, el músico Stevie Marinaro. Las cuerdas del piano de cola se convierten en los hilos de un titiritero que con perfecta coordinación moverá los cuerpos en escena.
En la historia un hijo (Lehmann) vuelve a su ciudad natal, vuelve a su madre, con la guerra en la piel. Ella lo abraza pero no lo toca, lleva unos guantes que la alejan del tacto. Si en sus obras anteriores la verborragia a velocidad de la luz de Los Pipis nos pintaba las paredes para darnos un hogar, esta vez será un arma bélica para quitarnos el oxígeno. La sala es pequeña, asfixiante, y los pulmones de les intérpretes nos aturden. Camila Marino Alfonsín, actriz fetiche de Los Pipis y otra de las infaltables para este cierre, maneja la presencia de un satélite que como la luna modifica las mareas de las pasiones con su presencia. Ella muta y hace creíble cualquier digresión con su andar cuasi mortuorio, caprichoso y misterioso, a veces una niña, otras una diva, y siempre trayendo el persistente latido del peor terror: el futuro.
La dramaturgia está a cargo del también actor Fedeciro Lehmannm. Los textos sobrecargados y acelerados, llenos de imágenes, de emociones, esos que en las obras anteriores nos acunaban, acá nos pinchan y agotan. Son invasivos y adictivos como scrollear en el celular, como recibir un audio de whatsapp de 10 minutos, como juntarse a monologar entre amigos que no quieren escucharse entre sí. Un futuro que parece tenerle más miedo al silencio que a la guerra.
Matilde Campilongo es una madre, pero es todas las madres, es la matriz del amor y la frustración. Luis Longhi es el anti-padre, un patriarca amariconado en un matriarcado. Por primera vez Los Pipis suman actuantes más grandes y tanto Matilde como Luis enriquecen el universo de esta compañía no sólo incorporando el registro sino también aportando lo propio. Junto a Lucho, el personaje de Milanese, instalarán un lenguaje de cine argentino costumbrista y clásico que es tan reconocible que les espectadores lo pueden sentir en el tacto, solo usando los ojos y oídos. De repente estamos viendo el canal de cable Volver y es hermoso. El ritmo de comedia de enredo atraviesa toda la puesta brindando carcajadas genuinas y muy familiares.
Pero el cuerpo del hijo (Lehman) llega con el peso y la viscosidad de la lava, de un líquido espeso y angustiante que apenas puede ponerse de pie. Junto con la actuación de Camila Marino Alfonsín van a ser el pasado, presente y futuro que se filtra en una tierra aislada, en un pueblo olvidado, en una utopía feliz que prefiere vivir en el deseo y la añoranza, porque sabe que la realidad es una desilusión. “A veces extraño la distancia”, dirá ese Lucho de Milanese. Pero ya es tarde, el futuro llegó hace rato.
"Pasión" es un homenaje a los duelos y la incertidumbre. Es reconocer que el enemigo está en casa. La dramaturgia de Federico Lehmann tiene la bendición/maldición de absorber el momento que estemos viviendo. Si en "El mecanismo..." era la ternura, en "La conquista..." lo lúdico, en esta pasión traduce esas mesas familiares que ahora no saben cómo hablar de política y derechos sin querer matarse a golpes. Hay en los monólogos compartidos una saturación que por momentos abruma. Hay una urgencia por dialogar con el público, que es casi un pedido de auxilio, pero no del autor, sino de todas las pasiones.
Los Pipis Teatro son unos prestidigitadores de la escena. Después de darte vueltas, tumbos, saltos y mareos te congelan en una imagen. Construyen instantes que se imprimen en la retina y el corazón, son paños fríos para sobrellevar las angustias. Una flor de indescriptible belleza en el velorio más triste, un arco iris en el apocalipsis, el brillo de una lentejuela en una cantante a punto de perderlo todo.
El recorrido de la obra celebra al cine. Lehmann escribe con la melancolía de los niños solitarios que crecieron pensando (sabiendo) que el arte era un familiar más, un hermano mayor, un tío errático y buena onda, un referente cercano para dialogar cuando el mundo no habla nuestro mismo lenguaje. En el rol de Camila Marino Alfonsín la obra se permite saltos temporales y de lenguajes, la actriz es mutante e inmensa en su multi existencia escénica. Milanese aporta la picardía y ternura de ese cine tan argentino de los años ‘60 y ‘70, que se contrapone al atormentado rol del hijo. La incorporación de Campilongo y Longhi amplía el ‘universo Pipi’ de manera orgánica.
En un momento donde la comunicación prefiere los mensajes adormecedores y distractivos, Los Pipis se sumergen en el subsuelo no solo del Teatro San Martín sino de las incomodidades y agobios que traen las pasiones. “Acción de padecer”, es la definición diccionaria del título. Si en las dos obras anteriores nos abrazaban e invitaban a jugar en esta edición nos piden, exigen, la urgencia de repensar los vínculos, los enemigos, las alianzas, la nostalgia y el pulso de una argentinidad en guerra.
*
Dramaturgia: Federico Lehmann. Dirección: Los Pipis Teatro (Matías Milanese y Federico Lehmann). Intérpretes: Matilde Campilongo, Luis Longhi, Matías Milanese, Federico Lehmann y Camila Marino Alfonsín. Escenografía y vestuario: Micaela Sleigh. Iluminación: Miguel Coronel. Música en vivo y composición: Stevie Marinaro. Sala: Teatro General San Martín (Corrientes 1530). Funciones: miércoles a domingos, a las 20.30. Duración: 105 minutos.