Hasta el 4 de marzo, de jueves a sábado de 17 a 21, puede visitarse en la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Av. Pellegrini 2202, Rosario) una exposición de obras de la colección Castagnino+Macro que, con curaduría de Fernando Farina, conmemora los 20 años de la fundación del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario y de la colección de arte contemporáneo del Castagnino+Macro. Inaugurada a fines del año pasado, toma su título de una canción de Sui Generis, reemplazando una sola palabra. "Pequeñas delicias de la vida conyugal", tema del Jethro-Tull-esco álbum Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974), se convierte en Pequeñas delicias de la vida cotidiana. Y con ese guiño para las generaciones ya mayores compone un acorde argentino: país peronista al borde del genocidio dictatorial, país que salía de la crisis en 2004 cuando se fundaban el Macro y su colección, y el país hoy. "No llores, nena, que no es la muerte, bajo los techos alumbra el sol", cantaban Charly García y Nito Mestre con sus jóvenes voces: "No sólo del hombre vive el pan, cuando tenga ganas iré a trabajar".
Así como aquel tema de rock sinfónico nacional tenía varias partes, la muestra se abre en siete núcleos curatoriales magistralmente puestos en palabras por la co-curadora de la muestra, Nancy Rojas. El diseño de montaje por Luciano Ominetti y equipo articula el discurso visual en un montaje dialéctico que dispara asociaciones significativas y muy actuales, sorprende en cada sala a los recién llegados, y emociona a los viejos amigos del Museo Castagnino deparando reencuentros con obras queridas. Y como un buen recital de rock, empieza bien arriba. Dos obras del grupo DOMA, puestas en combo formando una sola, denuncian la sobreexplotación de la niñez y la juventud al lado de (entre otras) uno de los dos clásicos instantáneos que la muestra exhibe de la artista rosarina Claudia del Río. Otro clásico: una instalación de Carlos Herrera. La sensación es la de estar, como en un sueño premonitorio, entre dos tiempos: aquel comienzo de siglo (con mucha más pulsión de vida y capacidad de resistencia que ahora), cuando a Farina se le ocurrió la idea de que los artistas donaran obras al Museo Macro en ciernes y así se formó su colección (además de por supuesto los premios adquisición del Salón y las adquisiciones de la Fundación Castagnino), y este presente de caída cívica y social.
Tesoros contemporáneos que nos hablan de una sociedad herida por las injusticias: el carrito de cartonero de Liliana Maresca (1951-1994); el arte textil de Feliciano Centurión (1962-1996), bordado sobre frazadas tan parecidas a las que mal abrigan a las personas arrojadas a la calle. Maresca y Centurión sucumbieron jóvenes al SIDA, víctimas políticas de una ciencia global que no se apuró a asistir a las disidencias. "TERROR", pieza gráfica de Juan Carlos Romero (1930-2017), rodea al carrito de Maresca en una multiplicación ominosa (idea del curador) que da cuenta del poder del grabado. Todo esto coexiste en las mismas salas con representaciones modernas del trabajo, más épicas o sensuales, que se muestran en pinturas al óleo de gran formato del siglo XX como "Encofrando" (1953), de Mario Guaragna, o "El descanso de las máquinas de circo" (1929) de Julio Vanzo: presencia reparadora, ya que cuando Vanzo lo envió al Salón Libre de Bellas Artes de Rosario, la Comisión Municipal de Bellas Artes se lo rechazó por "inmoral".
Mejor suerte corrió la serie de xilo-collages en torno a la figura ficticia de Juanito Laguna por Antonio Berni, pionero del arte político en Rosario, quien con esa serie obtuvo en 1962 el gran premio de Grabado en la prestigiosa Bienal de Venecia. La Fundación Castagnino compró la serie de obras, una de las cuales combina sus amarillos con la de Romero y compone una misma escena con el carrito blanco de Maresca: Juanito Laguna podría ser un cartonero y los collages pictóricos de grandes dimensiones, construidos por Berni con materiales de desecho, formar un paisaje dolorosamente argentino. Más que un símbolo de las minorías marginadas, es hoy emblema de las mayorías excluidas.
Más ominosa aún es la sala "Miedo y plegarias", donde los pesadillescos burgueses armados, en tamaño natural, de la serie de fotografías "Potencial" (2006), de Ananké Asseff, se arriman a una fantástica (en todo sentido) pintura-collage de Antonio Seguí. "El peso de Felicitas" (1961) se inspiró en un caso real de femicidio y a su vez inspiró un poema de la autora rosarina Cecilia Muñoz. (Dos videoperformances producidas por el Museo en diálogo con tres de las obras de esa sala, con cámara de Daiana Ducret y a partir de un sueño de esta cronista, circulan desde las redes sociales de la institución).
En esa misma sala se expone "La espera" (1979), un óleo sobre tela por Jesús Marcos, Segundo Premio Adquisición de la Sección Pintura en el 42° Salón de Rosario, de 1981. La obra, con el surreal humor hiperbólico de sus puchos apilados en llamas, alude en una clave metafórica muy de esos años tanto al tiempo interminable del exilio interno como a los cadáveres de la dictadura. Es y sigue siendo (para nuestro gusto) una de las más bellas, tremendas y sugerentes de la colección de arte moderno del Castagnino.
También allí se exhibe una pieza paradigmática del arte conceptual contemporáneo, las "22 vistas de la casa de noche" (1998), de Andrea Ostera. Por supuesto que no cabe en una breve reseña el análisis, ni siquiera la mención, de todas las obras expuestas. Vale destacar, en la sala "Rituales de camaradería", la "pintura-manifiesto" (al decir de Sabina Florio) de Augusto Schiavoni titulada "Con los pintores amigos" (1930), autorretrato con Manuel Musto, Alfredo Guido y José De Bikandi (ceramista de quien se expone un mural de azulejos esmaltados, con tema religioso, donado por Cristina de Albaroa en 2023).
La pintura que los reúne ingresó por donación de la pintora Laura Schiavoni, retratada por su hermano Augusto en un óleo que integra la muestra y que inspiró una instalación homenaje por Silvia Lenardón, también en la muestra. Laura posa erguida con un bello vestido verde y un cuello de piel de zorro, signo de distinción afortunadamente olvidado en el imaginario social. Cuenta Mariana Lafuente, encargada de prensa del Museo, que durante una visita guiada un niño interpretó que el zorro estaba vivo y era su mascota.
Otro eco impensado es el que se construye entre las tres figuras femeninas yacentes: el fantasma flotante de Felicitas, en la obra de Seguí; la dama del circo con su enagua rosa, en la de Vanzo; y "Trance II" (2021), pintura de Daniel García que ingresó en 2022 por donación del artista y que evoca a la poeta rosarina Gilda Di Crosta (1966-2019).