Poco después de su divorcio y en medio de un proceso de terapia, la escritora Marian Engel fue invitada por el Sindicato de Escritores de Canadá –institución que presidió– a escribir un texto para una antología de relatos pornográficos. Engel necesitaba dinero para mantener a sus hijos, así que decidió poner manos a la obra. El texto, de unas treinta páginas, empezó a irse de control y superó las expectativas de la propia autora, quien terminaría convirtiéndolo en una novela. Este es el origen de Oso, título que vuelve a la Argentina de la mano de Impedimenta, en una exquisita edición traducida por Magdalena Palmer, con una imagen de portada de Gabriella Barouch que transmite muy bien el espíritu de la obra.

Oso narra las aventuras de Lou, una bibliotecaria introvertida y solitaria que trabaja como archivista en el Instituto Histórico de Toronto. Un día recibe la orden de inspeccionar una propiedad situada en una pequeña isla de esa vasta zona conocida como el Gran Norte de Canadá: la casona victoriana pertenece a una dama que legó todo su patrimonio al instituto tras algunos berrinches y reclamos judiciales de sus parientes. Lou será la encargada de revisar la enorme biblioteca en busca de ejemplares valiosos o documentación relevante sobre la colonización. Para cumplir su misión deberá internarse en los bosques, muy lejos de la ciudad y de la "civilización". En ese regreso a la naturaleza establecerá un vínculo íntimo y sexual con un oso que forma parte del patrimonio de los Cary. Este animal semidomesticado vive en un establo, está encadenado y no inspira demasiado temor.

Lou le quita las cadenas para darle comida, lo lleva de paseo y, casi sin darse cuenta, da inicio a los juegos eróticos. Es curioso que el origen del proyecto haya sido un encargo para escribir porno porque, por supuesto, el libro terminó siendo mucho más que eso pero funciona también como una reivindicación de los llamados "géneros menores": puede haber buena literatura en el terror, en el policial o en la tradición erótica. Engel trabaja con una prosa sencilla, cristalina, sutil y, al mismo tiempo, audaz. Una relación sexual entre una humana y un oso puede resultar, en principio, un acto bestial; aquí el tratamiento es profundo y bello y esquiva los lugares comunes. Por ejemplo: a lo largo del relato, la protagonista descubre varias mitologías sobre la concepción del oso en distintas culturas y datos sobre su miembro viril en notitas que Cary dejó entre sus libros, pero el placer no procede de ese órgano sino de la lengua del animal. 

Engel se toma su tiempo para construir los climas y llega a las escenas candentes de manera natural, sin subrayados grotescos ni obviedades. "La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas", escribe en la primera escena explícita que llega en la página 111. La maestría de Engel reside en cómo describe los paisajes y las atmósferas, en cómo presenta a los personajes: la profunda soledad de Lou, el pasado en la ciudad, el cambio radical que suscita el viaje al Norte, su contacto con la naturaleza y la posibilidad de ser otra.

El vínculo con el oso se narra a partir del choque entre lo humano y lo salvaje, por momentos como un crudo cuento de hadas al estilo de la Bella y la Bestia. Se trata de un animal pasivo que no consigue asustar a Lou aunque el casero y tendero de la zona, Homer Campbell, le advierte: "No olvides que, por muy humano que parezca, es un bicho salvaje. No te ablandes con él. Es un animal corpulento que puede arrancarte la cabeza de un porrazo". Todo el tiempo está ahí ese peligro y, en ese aspecto, se retoman algunos tópicos de la novela gótica (las institutrices recluidas en mansiones victorianas a la espera de novedades) o incluso de los relatos de vampiros y hombres-lobo donde la fuerza sobrehumana convive con la vulnerabilidad de los mortales.

La supervivencia es otro eje clave porque la vida en el Norte es hostil y muchos escritores canadienses supieron narrarlo con maestría. En uno de sus ensayos, Margaret Atwood sostiene que "tal vez no es tan bueno acercarse tanto a la naturaleza" y se pregunta: "¿Nos salvarían los árboles si tuvieran la oportunidad?". Ella misma asegura que el mejor consejo para sobrevivir en el norte es: "No te pierdas". En ese vasto paisaje, a Lou no le quedan muchas más opciones que la introspección para ver qué es lo que ha hecho con su vida. Las primeras páginas dan cuenta de cierto hastío y decepción ante el contraste entre las expectativas que tenía y su realidad.

El oso no puede convertirse en un amante idílico porque, claro, es un oso, pero funciona como un espejo que refleja la interioridad de Lou, sus vínculos vacíos, su torpeza social y sus fantasmas (esto se revela en la relación que tenía con su jefe o la que teje con Homer). Oso puede ser leída como una fábula gótica situada en un paisaje romántico, pero también como un relato de aventuras: Lou va en busca de documentos viejos y lo que encuentra finalmente son experiencias, sale de su despacho para sumergirse en el agua gélida y en los espesos bosques de Ontario.

Varias editoriales rechazaron la novela por su extensión y su rareza. Robertson Davies logró gestionar su publicación en McClelland & Stuart en 1976. En su momento se generó un gran escándalo por la naturaleza erótica del texto: algunos críticos lo calificaron como "gangrena espiritual" y otros aseguraron que se trataba de "un pacto fáustico con el diablo". Pero ese año también ganó el prestigioso Governor General’s Literary Award y hoy es valorada como una de las novelas más relevantes de la literatura canadiense. Engel es menos conocida que Atwood (El cuento de la criada) o Alice Munro (Premio Nobel) pero fue igual de talentosa y muy admirada por ellas.

Marian no era una provocadora, pero al final de su vida confesó con cierto placer: "He sido una traviesa". El escritor Timothy Findley contó que en ella siempre existió ese debate entre la dama y la bohemia. Escribir Oso casi la mata y estaba asombrada de su propia osadía. "Puse esa palabra en la página", le decía. En Blancos móviles, Atwood recuerda que durante una de sus últimas visitas al hospital donde Engel estaba internada, la autora tuvo una crisis: empezaron a sonar las alarmas y las enfermeras la sacaron de la sala, pero mientras se iba vio que Marian le guiñaba un ojo. Ese guiño la destruyó porque era funesto y gallardo y muy propio. Oso es, quizá, otro guiño de Engel. Una maravillosa travesura literaria.