Con 11.000 kilómetros de distancia, las guerras fratricidas que padecen la ecuatorial República Democrática del Congo (RDC) en África y el departamento del Chocó en Colombia, guardadas las proporciones tienen sus coincidencias. Por un lado, la disputa a muerte de grupos armados por el control de las minas de coltán, mineral esencial para la fabricación de smartphones, tablets y otras tecnologías, en un país que tiene el 80% de las reservas mundiales. Por otro; la pelea a muerte por un territorio rico en oro y platino; donde prolifera la extracción ilícita de minerales y que es un corredor geoestratégico para el tráfico de narcóticos y armas.
La del Congo es una conflagración ignorada por la humanidad entera. Los seis millones de congoleños muertos en los últimos 27 años, no aparecen en los registros mediáticos que protagonizan las guerras de occidente, tipificadas éstas, como luchas imperiales por la libertad o la democracia. Y, aunque la expoliación capitalista occidental es la principal causante del desangre en RDC, esos enfrentamientos siguen siendo considerados por media humanidad como territoriales o tribales, y ajenos a la voracidad imperial y saqueadora de las potencias de medio mundo.
El conflicto armado en el Chocó es como el del Congo, ignorado por sus connacionales. Si bien, Colombia tiene más de la mitad de su territorio en disputa armada entre diversas estructuras armadas, el Chocó como ningún otro departamento en el país presenta todas las expresiones posibles de degradación del conflicto y de vulneraciones al Derecho Internacional Humanitario. En los últimos 2 años, los chocoanos han vivido 10 paros armados, en los que se restringe la provisión de alimentos, medicamentos y se impone la gobernanza armada ilegal, que es casi permanente, sobre las comunidades. Los confinamientos, hambrunas, destierros masivos, masacres y confrontaciones en medio de la población civil son la constante en una región que según la denuncia de su gobernadora ante la OEA esta semana atraviesa una crisis humanitaria sin precedentes.
La del Congo, que algunos califican como la Primera Guerra Mundial de África deja desde hace varias décadas más de 1.200 decesos diarios según UNICEF, de los cuales, buena parte son infantes. Más de 30.000 niños hacen parte de las milicias rebeldes y los niveles de esclavitud sexual que padecen son dramáticos. El Chocó, con el 80% de su territorio sembrado de minas antipersonas, según su propia Gobernadora, tiene en los niños a sus principales víctimas, son incontables los que están perdiendo sus piernas; este departamento con los más altos índices de deserción escolar y de reclutamiento forzado de menores para la guerra en el país ha visto como fenómenos como el suicidio juvenil y el sistemático asesinato de jóvenes se han incrementado exponencialmente.
Al este de RDC en la provincia de Kivu, los enfrentamientos entre las fuerzas oficiales y las milicias con la población civil de por medio son parte del paisaje. Los milicianos apoyados por el gobierno ruandés tienen control a sangre y fuego de la ciudad de Goma y de buena parte del territorio, en lo que va corrido del 2025 son decenas de miles los muertos, aldeas arrasadas, hambruna generalizada e inestabilidad en toda la nación que parece no existir para el resto del mundo. Entretanto, en el Medio San Juan chocoano, El ELN y el Clan del Golfo llevan días de combate, comunidades enteras confinadas en medio del hambre y las enfermedades que cuentan sus muertos mientras los armados siguen disputándose a muerte el control los negocios ilícitos: coca, contrabando de madera y minería. Y parece que las disidencias de las FARC se suman a la disputa de la ya compleja situación chocoana.
En el Chocó como en el Congo, lo claro es que ni para Colombia ni para el mundo las vidas negras importan.
*Abogado y Magíster en Educación. Coordinador del Equipo de Trabajo de Medellín en el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Colombia.
Publicado originalmente en www.diaspora.com.co