El 27° Festival Internacional de Cine de Punta del Este, que hasta el 21 de febrero se desarrolla en el popular balneario uruguayo, ofrece una programación diversa compuesta por más de 50 obras provenientes de cinematografías de todo el mundo, incluídas las 16 de sus secciones competitivas. Pero también propone una serie de charlas para debatir algunos de los temas más relevantes dentro de la industria audiovisual en la actualidad. Una de ellas se propuso indagar acerca del lugar que ocupan las mujeres y para ello se convocó a un panel con destacadas figuras del cine latinoamericano. 

La moderación estuvo a cargo de la mexicana Abril Álzaga, directora Ejecutiva del Festival de Cine de la Universidad de México (Ficunam), quien compartió algunas cifras de su país que demuestran que, a pesar de los avances, los espacios para las mujeres siguen siendo minoritarios. “Si bien la población mexicana se compone de un 51% de mujeres y un 49% de hombres, los números en todas las áreas del audiovisual dicen otra cosa. Solo el 22% de los directores son mujeres y hay un 35% de productoras. Las editoras llegan al 28%, entre los directores de fotografía solo el 12% son mujeres y en otras áreas su participación es aún menor”, enumeró Álzaga.

La primera panelista en tomar la palabra fue la productora peruana Cecilia Gómez de la Torre, que también es integrante y miembro fundadora de WAWA, la Asociación Mundial de Mujeres del sector Audiovisual, según sus siglas en inglés. “Somos un grupo de mujeres que nos unimos para hacer que nuestro trabajo sea más visible y, sobre todo, más valorado. Comenzamos siendo un grupo de 75 latinoamericanas y hoy somos más de 600 mujeres de todo el mundo”, resume. “Uno de nuestros objetivos es que quienes tenemos más experiencia se la podamos transmitir a las que recién comienzan, para que las nuevas generaciones no tengan que vivir lo mismo que nosotras. Pero no solo en las áreas técnica o legal, sino también en un tema muy importante: el del acoso y el abuso”, señala Gómez de la Torre. “Una de las cosas que descubrimos es que este trabajo tiene que partir del hecho de que nosotras mismas valoremos lo que hacemos. Y si bien es cierto que sigue habiendo disparidad, creo que hay un cambio generacional donde la gente ya viene con otro chip y quiero pensar que hoy se nos respeta un poco más”.

“Formo parte de la segunda generación que estudió cine en la Universidad de Porto Alegre y 20 años después de recibirnos descubrimos con algunas compañeras que de nuestra clase no había salido ninguna directora”, cuenta la productora brasileña Daniela Mazzilli, directora de la Cinemateca Capitolio de Porto Alegre. “Entonces nos preguntamos qué había pasado con nuestros deseos durante nuestra formación y pensamos que quizás la universidad no estaba preparada para impulsar a las alumnas a dirigir. Porque cuando teníamos las clases de dirección a los varones se los ponía al frente de los ejercicios y a nosotras nos quedaban los puestos de dirección de arte o de producción. Por eso hay tantas productoras: porque nos delegan las tareas de cuidado o de poner la cabeza para hacer que el deseo de los hombres se haga realidad”, señala. “Las mujeres necesitamos acceder también a los puestos de creación, de técnica, incluso para hacer que el ambiente de trabajo sea más confortable, para que podamos trabajar con seguridad tanto física como emocional. Todas tenemos historias en las que somos la única mujer en una reunión de hombres y sabemos que las situaciones de abuso, incluso psicológico, no suelen ocurrirle a ellos”.

La productora y docente Irene "Pepi" Gonçalvez es una precursora de las luchas de las mujeres dentro de la industria audiovisual uruguaya. “En 1986 fui becada en la primera generación de la escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba, y a los dos meses descubrí que existía algo que se llama la 'productora-esposa’: teníamos clases de dirección con los varones y clases de producción con sus esposas. Y esa es una forma latinoamericana del machismo en el cine que surge y se consolida con el Nuevo Cine Latinoamericano, un movimiento que venía a cambiarlo todo, a contar lo que no se había contado, que estaba muy comprometido políticamente, pero que sostenía una notoria opresión de las mujeres”, recuerda. 

Para Gonçalvez, el surgimiento de “movimientos internacionales muy fuertes, impulsados por mujeres jóvenes, como el Ni Una Menos, constituye un movimiento de militancia inédito en el audiovisual”, afirma. “Su repercusión ha sido una variable fundamental para visibilizar las problemáticas vinculadas a la violencia en rodajes y sets de filmación, porque el abuso y el acoso constituyen experiencias que las mujeres y las disidencias tienen desde las etapas escolares que perpetúan relaciones de poder desiguales”.

También productora y uruguaya, Agustina Chiarino reconoce que en su caso nunca se sintió discriminada por ser mujer, pero que aun así está “muy agradecida con las que han militado mucho para que estemos donde estamos”. “Yo soy productora por elección, no es lo que me quedó ni quería hacer otra cosa. También decidí no tener un marido que trabajara en la industria y esa es una de las claves, porque cometí ese error una vez, y tá”, comenta con humor. 

Chiarino cree que para ella lo maternal aplicado a su vínculo con el trabajo es muy importante. “Me siento muy maternal a la hora de formar los equipos para que cada proyecto fluya y haya equilibrio”, asegura. “En la esencia de la mirada femenina está la maternidad”, coincide Gómez de la Torre. “Yo no soy madre pero me siento absolutamente maternal y abrigo los proyectos que me llegan de forma muy sensitiva”, sostiene. “La mirada femenina incluye variables que la masculina suele pasar por alto y la diferencia viene dada justamente por ese maternar lo que hacés”.

“Cuando hablamos de la mirada femenina tenemos toda la historia de la Humanidad en la que las mujeres nunca contaron sus historias”, dice Mazzilli. “Por eso hoy es importante que podamos crear un espacio confortable para que nuestras historias también puedan cambiar el mundo”, agrega. “Un trabajo que implica que no solo nosotras debemos cambiar, porque el feminismo no empieza con las mujeres, sino con los hombres, y nuestras películas también tienen que hablarles a ellos”.

Para Gonçalvez lo que está en disputa es el cuerpo y la historia del arte lo deja claro: "somos las mujeres las que siempre estamos desnudas en los museos o en las películas, por eso es importante quién va a contar el cuerpo de las mujeres”. “A veces algún estudiante viene con la idea de hacer un corto sobre violencia doméstica, en el que la mujer es golpeada y arrastrada por el piso. Y yo le sugiero pensar primero acerca de por qué quiere hacerle todo eso al cuerpo de una mujer frente a una cámara, porque hay una cuestión ética en torno a qué función va a cumplir el cuerpo de la mujer en la pantalla”, reflexiona. 

La cuestión del registro de los cuerpos es retomado por Álzaga, al observar que “los cuerpos de las mujeres en el cine normalmente se encuadran fragmentados” y que “casi nunca los ves completos, al contrario del cuerpo del hombre, que normalmente está completo”. “En el cine la mujer es un objeto que puedes partir y casi nunca son sujetos de deseo, sino un objeto del deseo de otro. Todo eso socialmente nos pone a las mujeres en otro lugar y confirma que efectivamente nuestro cuerpo es un ámbito de disputa”.