Cuando Sherwood se estrenó y se convirtió en la serie de mayor audiencia del momento en la BBC –hace ya dos años y medio de su primera temporada–, un pasado dormido y lejano parecía regresar con fuerza. Las primeras escenas resumían los hechos más relevantes transcurridos durante las huelgas mineras en los años ‘80: protestas callejeras, accionar represivo de la policía, discursos de Margaret Thatcher, privatización de la industria de hidrocarburos. Pero también recordaba un caso policial que inspiró al creador y dramaturgo James Graham: dos muertes ocurridas en el año 2004 en la región de Nothinghamshire. Dos sucesos separados por 20 años pero unidos por la historia del Reino Unido y por la escritura de Graham que –casi otros 20 años después– los hacía parte de una ficción. El mérito de Sherwood, que el año pasado estrenó su segunda temporada en la BBC y ya tiene disponible la primera en Flow, fue apropiarse del andamiaje de las series policiales –desde la estética documental del true crime al frenético ritmo de los thrillers de asesinos seriales– para recordar aquellas heridas que todavía supuran en la memoria, las que cambiaron a la sociedad británica de una vez y para siempre.
Graham ya tenía una historia propia en la televisión de su país. Antes de Sherwood fue guionista de Brexit: The Uncivil War (2019), telefilm sobre la campaña para sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea, y de Quiz (2020), miniserie sobre un comandante del ejército que fue descubierto haciendo trampa en un concurso de preguntas y respuestas. En ambas historias la mentira y la política se entrelazaban, pero con Sherwood logó unir un poderoso secreto a voces que había atravesado la estrategia del gobierno de Thatcher para infiltrar las comunidades mineras con un crimen ritual. Graham es nativo de la ciudad Kirkby-in-Ashfield y las alianzas y rivalidades que atraviesan a la comunidad provienen de una dolorosa cercanía y tienen una precisa evocación.
“Me interesaba proponer una historia que hable de nuestro pasado, del colapso de la industria y de cómo la pérdida del trabajo o de la identidad influyen en el crimen y en la marginación”, explica el escritor en el sitio The iPaper, ya con la mira puesta en la segunda temporada. “El éxito de la primera nos convenció de que había otras historias para contar”. La primera temporada tuvo como eje el asesinato de un ex miembro del sindicato Unión Nacional de los Mineros, el más combativo frente a los despidos y cierres de minas estatales. Una flecha asoma de su cuerpo como síntoma del rencor, como herida de una traición. La investigación a cargo del oficial Ian St Clair (David Morrissey), quien en su juventud fue destinado a la represión de los manifestantes en la ciudad, recorre los principales sospechosos: la familia Sparrow, asociada al tráfico de drogas y propietaria de un campo de tiro al blanco; un ex delegado de la Unión Democrática de los Mineros, sindicato más flexible ante la privatización de la industria del carbón; y un joven problemático que escapa al mítico bosque de Robin Hood.
El crimen resulta solo la punta del ovillo, el primero de una serie, el disparador de la intriga. El mismo día del asesinato se había celebrado el casamiento de Sarah (Joanne Froggatt), candidata local de los conservadores e hija de un viejo transportista enfrentado a los huelguistas, y Neel Fisher (Bally Gil), hijo de un maquinista viudo que todavía vota a los laboristas. En la recepción, las tensas miradas concentraban resentimiento, la palabra traidor reverberaba en el aire. Con el asesinato de Gary, todos verán desfilar un pasado que creían enterrado. “Antes de emitir al aire la primera temporada, empecé a tener un terror existencial”, revela el guionista. “Me enojaba mucho y no sabía por qué. ‘¿Hice bien en escribir esta historia? ¿Es irresponsable de mi parte reflotar el pasado? ¿He roto mi relación con quienes me confiaron sus historias? ¿Con toda la comunidad?’”. Esos interrogantes también asedian a los personajes cuando comienzan a hurgar en los secretos guardados: los Sparrow se preguntan si fueron ellos quien entrenaron al tirador; la esposa del asesinado (la extraordinaria Lesley Manville) revisita la enemistad con su hermana, medianera de por medio, ahora que la tragedia aumenta su separación; y el detective St Clair debe descifrar lo ocurrido en la detención de Gary durante las protestas de 1984 para llegar a la verdad en el presente.
Hay un elemento que define el corazón de Sherwood. En los años 80, Scotland Yard creó una división especial destinada a infiltrar agentes de inteligencia en las principales ciudades mineras del país. El objetivo parecía ser la obtención de información de las filiaciones políticas de los trabajadores para proceder a las detenciones. Pero luego se reveló que en realidad buscaban iniciar las protestas más violentas para facilitar la represión y desmontar para siempre el entramado industrial. Finalmente, el gobierno de Thatcher terminó; también las huelgas y la industria estatal del carbón. Pero los que quedaron fueron los espías, con identidades falsas y vidas fabricadas. El ex sindicalista sospechaba que uno de ellos estaba todavía en la ciudad: el responsable de su detención en 1984 y el disparador de la tragedia que había quebrado la convivencia para siempre. ¿Quién era? Ésa es la pregunta que asedia al detective Kevin Salisbury (Robert Glenister), que llega desde Londres para revivir las cuentas pendientes de su juventud. Es también la del detective St Clair frente a una lista creciente de víctimas. Y la que atraviesa el bosque de Sherwood buscando justicia.
En la segunda temporada no son las viejas generaciones, aquellas formadas al calor de la industria minera desmembrada tras su destrucción, las protagonistas de los secretos que debían salir a la luz. Son los hijos de aquella derrota. Una serie de crímenes de venganza entre pandillas a mediados de los años 2000 fue el germen de esta nueva aproximación a la realidad de las clases trabajadores inglesas que ensaya James Graham desde la ficción. “Quería imaginar qué sucedería si el peso de la autoridad local no funcionara más. ¿Qué ocurriría ante una serie de asesinatos por venganza? ¿Cómo atender el progresivo deterioro del tejido social? No es solo una cuestión de partidos políticos, es la realidad de las comunidades desfavorecidas que luchan por seguir funcionando”, concluye el escritor. Sherwood explora aquellas heridas sociales desde la ficción e intenta descubrir en los crímenes del presente la raíz oscura y podrida que los une con un pasado que nunca se entierra.