Lo había arrojado a la basura. En 1993, previo a una mudanza, Manolo Juárez tiró cosas. Su hija Mora rescató una caja pensando que se había traspapelado, pero su padre dijo: “No, hija, eso lo tiré”. A la adolescente de 14 años le sonó raro y la guardó, sin saber que mucho tiempo después terminaría siendo su productora y que trabajaría junto a él hasta sus últimos días. En la caja había cintas, y pasados los años Mora se puso en contacto con el sonidista Nano Suárez para intentar saber de qué se trataba, pero el material era difícil de copiar. Hasta que en 2019 consiguió una máquina que le permitió hacerlo y Lito Vitale ayudó a masterizarlo. Lo que había era algo parecido a un tesoro.

Manolo se quedó sorprendido al escucharlo. Lo recuerdan esbozando una sonrisa, sin saber que era un material que él mismo había descartado. Había sido un viaje que hizo junto al guitarrista y productor Daniel Homer por Nueva York con la idea de grabar un disco de piano solo. Recorrieron varios estudios de grabación, no fue fácil dar con el sonido que buscaba el pianista nacido en Córdoba. Ahora el disco Manolo Juárez en New York/Grabaciones encontradas 1, integrado por cinco temas grabados en La Gran Manzana, sale a la luz acompañado de otra grabación inédita, Manolo Juárez Quinteto/Grabaciones encontradas 2, ocho temas originados en una cinta de 2002 en el estudio Los Elefantes y encontrada en una mezcla parcial, recuperada por Mario Breuer y también masterizada por Lito Vitale con la producción de Mora Juárez.

Uno de los discos inéditos inéditos de Juárez fue grabado en 2002 con su quinteto y otro, de piano solo, fue registrado en Nueva York. Foto: Nora Lezano.

Notable pianista y compositor, exponente heterodoxo de la música sinfónica y de cámara así como de la vasta música popular argentina, la obra de Manolo Juárez (1937-2020) trascendió desde siempre lo musical. Considerado por la crítica como el Piazzolla del folklore y erudito de la música académica por estudiar con maestros como Ruwin Elich y Horacio Siccardi, a los 17 años Juárez recibió el primer premio de composición en Milán por su Tríptico para piano. Le pagaron una beca para estudiar música clásica pero lo primero que compuso fueron obras folklóricas. Gestor cultural y maestro de varias generaciones, fue miembro fundador de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, pionera en Latinoamérica. Las obras póstumas son acompañadas por varios archivos audiovisuales, también inéditos, que serán publicados en todas las plataformas digitales, disponibles en la web y el YouTube del artista y que fueron donados al Fondo Manolo Juárez del Archivo IIAC-Untref de la Universidad de Tres de Febrero. Entre ellos, músicas para obras de teatro, otros temas sueltos, entrevistas en radio y TV, y dos perlas imperdibles: conversaciones de entrecasa con Atahualpa Yupanqui y con el Cuchi Leguizamón.

Mientras el Cuchi habla de pájaros norteños y de las delicias del queso de cabra, Manolo diserta sobre el Mono Gatica en una sobremesa con vinos y cigarrillos, y en el medio se cuelan el contrapunto, Erik Satie, las chacareras, Arnold Schönberg y las bagualas. Con Atahualpa la charla se sucede a la vez que éste afina una guitarra dominándola contra la humedad. Hablan de vivos y muertos, de tonos y colores, y ensayan temas nuevos. Juárez escucha respetuosamente al maestro, al cual solía reversionar y conocer tanto como a Andrés Chazarreta o Eduardo Falú, en el mismo nivel que su gusto por Ravel, Schumann y Chopin.

En la Escuela de Música Popular de Avellaneda, con Yupanqui. Foto: Archivo.

Tanto Manolo Juárez en New York como en Manolo Juárez Quinteto se escuchan las texturas y las armonías con las que el sonido de Manolo, atento a ampliar siempre sus propios horizontes creativos, ha revolucionado las formas de interpretación del folklore contemporáneo, un campo que vivió como algo hereje y sin perder el pie en las raíces, en el que han abrevado entre su generación nombres como Eduardo Lagos, Waldo de los Ríos, Dino Saluzzi, Raúl Barboza y Eduardo Rovira. Un pensador libre, agitador de músicas, como lo define Santiago Giordano en un texto que acompaña los álbumes, huyendo de la rigidez de los cánones de su época, y “empeñado en disolver esas fronteras con un compromiso que iba mucho más allá de la música”.

Suerte de anfibio cultural, de esos que tienen un pie en la cultura erudita y otro en la cultura popular, conectando sabiamente ambas esferas (“la división de la llamada música seria y la música popular es una pelotudez”, enfatizó con su verba puteadora en una de sus últimas entrevistas), supo cultivar nuevos rumbos entre la tradición y la contemporaneidad. En su disco en Nueva York, aparecen temas reflexivos e íntimos como “Pablo y Alejandro” y “Mora”, con destellos elegantes en “Villa del Parque”, uno de sus barrios –obra de Alejandro Juárez–, el malambo “Horizonte cero”, de su amigo Daniel Homer, y la juguetona “Presencia del diablo”, que Manolo había grabado con Jorge Cumbo.

Junto a su mujer Beatriz y el Cuchi Leguizamón en su casa de San Telmo, en los años 80. Foto: Archivo.

El dominio armónico en su sofisticado lenguaje, capaz de ir desde una reposada zamba a un toque camarístico, navegando entre lo escrito y lo oral, se disfrutan en el trabajo con su quinteto junto a Arturo Ritrovato en bajo, Sergio Liszewski en guitarra, Colo Belmonte en batería y Leo Bernstein en teclados. Allí, en la flexible y plástica plataforma sonora, abre con “Al pie de la cordillera”, de Oscar Alem, además de “La humilde” y “La nochera”, parte de su repertorio favorito de clásicos del folklore, una cueca dedicada a Daniel Homer y una de sus composiciones emblemáticas, “Tardes de invierno”. Todo se completa con dos bonus track: “Juan Panadero”, de Leguizamón-Castilla, y “La última palabra”, de Ariel Ramírez, filiaciones inevitables, donde se expresa la variedad tímbrica alrededor de zambas, chacareras, cuecas y milongas, marcas de un estilo pianístico que jamás abandonaría, llegando hasta su último álbum Manolo Juárez Cuarteto (2012).

Nuevo material, sonoro y audiovisual, para adentrarse en las aguas mansas y a la vez temblorosas de un compositor e intérprete fundamental del piano argentino, tan irreverente como inclasificable en sus modos, huellas de un legado inagotable. Cincuenta años de una enorme obra que incluye folklore, tangos, obras de cámara, sinfónicas, escénicas y para instrumentos. Una obra que estaba dispersa y la cual se había dejado de editar fuera de los estándares industriales. El sello singular de Juárez, que además fue profesor, defensor de los derechos de los músicos y divulgador, dejó una estela entre sus alumnos. “Romper los moldes y dejar que la gente se exprese” era una de sus máximas predilectas, como lo recordaba Adrián Iaies.

Manolo Juárez en Nueva York y Manolo Juárez Quinteto estarán disponibles a partir del 6 de marzo en todas las plataformas digitales y en www.manolojuarez.com.