Desde Berlín
Sobre el tramo final de la competencia oficial de la Berlinale, que culmina el próximo domingo (y que tendrá su entrega de premios el sábado por la noche), llegó la hora de los autores. El estadounidense Richard Linklater, el rumano Radu Jude y el coreano Hong Sang-soo no podrían hacer películas más diferentes entre sí. Los separan océanos y continentes, idiomas y culturas. Pero si hay algo que los tres tienen en común –más allá de una larga y fructífera historia en el festival, donde siempre han salido premiados- es que cada uno de ellos tiene un estilo inimitable y un universo propio, una identidad que los hace únicos en lo suyo y que permite identificar su cine desde cada uno de sus planos iniciales, del mismo modo en que un lector se siente como en casa ya desde las primeras páginas de uno de sus escritores favoritos.
El caso quizás más inasible es el de Linklater, porque ha abordado distintos géneros, como es común en Hollywood. Pero si hay algo que el autor de Antes del amanecer –Oso de Plata a la mejor dirección en la Berlinale 1995- sabe moldear muy bien, como si fuera arcilla entre sus manos, es la noción del tiempo en la vida de sus personajes. Y lo vuelve a probar ahora en Blue Moon, la nueva maravilla que acaba de presentar en la Berlín. En las antípodas de la extraordinaria Boyhood (2014, también premiada con el Oso de Plata a la mejor dirección), que transcurría a lo largo de más de una década, durante la cual los personajes iban creciendo frente a nuestros ojos, porque el rodaje se llevó a cabo durante doce años, en Blue Moon en cambio todo sucede apenas durante una única noche. Pero, ¡qué noche! Será una sin duda determinante para la vida de su protagonista, el letrista Lorenz Hart, autor de muchísimas de las “lyrics” más famosas del cancionero popular estadounidense -desde “Manhattan” hasta “Isn't It Romantic?”, pasando por la que le da el título al film- y que todavía hoy, casi un siglo después, se siguen grabando una y otra vez, por los mejores artistas posibles.
Nueva York, marzo de 1943. Es la velada del estreno en Broadway del musical Oklahoma! y se diría que todo el apogeo y caída de Lorenz Hart (una encarnación antológica de Ethan Hawke) se concentran en ese par de horas en que el agonista sabe -acodado frente a la barra del legendario bar Sardi’s, frente a un sinfín de shots de bourbon- que ya nunca volverá a ser quien fue. Oklahoma! es un éxito instantáneo, todos en el festejo de Sardi’s lo saben, pero el libreto no es suyo: su partenaire durante casi dos décadas, el compositor Richard Rodgers, lo ha reemplazado por Oscar Hammerstein II, y el ocaso cae sobre Hart con el peso de una noche eterna.
Es sencillamente notable cómo el guionista Robert Kaplow ha logrado capturar ese momento clave en la vida de su protagonista y de qué manera Linklater aprovecha la posibilidad de narrar en tiempo real esa agonía que hace apenas algo más dulce la admiración platónica que Hart profesa por una joven estudiante de Yale (Margaret Qualley) que comparte con él alguno de sus momentos más íntimos, cuando el guardarropa de Sardi’s se convierte para ambos en una suerte de confesionario.
Así como Blue Moon transcurre íntegramente en un único espacio interior, reconstruido impecablemente en estudios, Kontinental ’25 por el contrario fue rodada por el rumano Radu Jude en locaciones reales, casi toda en exteriores y con la cámara de un I-phone, con un equipo mínimo. El extraordinario director de Sexo desafortunado o porno loco (Oso de Oro de la Berlinale 2021) y No esperes demasiado del fin del mundo (Premio Especial del Jurado en el Festival de Locarno 2023) no necesita mucho más para volver a volcar una nueva, generosa dosis de vitriolo sobre el estado de las cosas en su país.
El disparador es la culpa que se apodera de una mujer que trabaja para los servicios sociales cuando el indigente que -por orden judicial- debe desalojar del sótano de una vivienda intrusada se termina suicidando. Inspirado en el punto de partida de Europa ’51 (1952), el clásico de Roberto Rossellini protagonizado por Ingrid Bergman, Jude sin embargo se aparta del cristianismo que impregnaba al film italiano para volver a atacar impiadosamente, como en sus films anteriores, a todos por igual -desde los funcionarios más reaccionarios hasta el progresismo biempensante- con una sátira que no sólo denuncia la mafiosa especulación inmobiliaria en Rumania sino también el racismo estructural que todavía anida en el país y su nacionalismo tan atávico como obtuso.
Igualmente austero en sus medios de producción, a sabiendas cada vez más escasos, el coreano Hong Sang-soo –cuya premisa siempre parece “menos es más”, salvo que se trate de botellas de soju- vuelve una vez más a la competencia de la Berlinale con otro de sus cuentos morales, titulado ahora ¿Qué te dice esa naturaleza? Con un director tan prolífico y tan coherente consigo mismo, al punto de que a veces cuesta distinguir en la memoria un film del anterior o del siguiente, como si todos fueran capítulos de una misma obra, parece difícil hacer definiciones tajantes, pero su nueva película es una de las más inspiradas y complejas de las que ha realizado últimamente, incluidas varias de las siete que participaron del concurso de la Berlinale y resultaron premiadas, como el año pasado fue el caso de A Traveler’s Needs.
El punto de partida no podría ser más simple: Donghwa, un poeta de unos treinta y pico, acompaña a Junhee, su novia desde hace tres años, hasta la puerta de su casa y se maravilla de lo grande que es. Tiene la intención de echar un vistazo al jardín delantero y luego irse, pero por casualidad se encuentra con el padre de Junhee y termina pasando todo el día con ellos. Nada más, ni nada menos. Como el consumado dramaturgo que es, durante poco más de una hora y media Hong va desarrollando todos los matices posibles de ese encuentro fortuito pero determinante, que incluye también a la madre y a la hermana de la novia, quien no deja de hacer preguntas irritantes. Por ejemplo, ¿alguien acaso puede vivir de la poesía?
Nada más lejos del psicodrama que una película de Hong. En su cine no hay tesis a enarbolar ni revelaciones sensacionalistas. Por el contrario, todo es un tiempo presente continuo que va desarrollándose frente al espectador con un humor sutilísimo, apenas esbozado en la incomodidad de ciertas situaciones. Y con una verdad que involucra de tal manera a sus actores y actrices que sin duda tiene que ver con el “método Hong”: todo lo hace él mismo, desde la producción y el guion hasta la música, el montaje y el sonido, incluida la cámara, que rehuye deliberadamente de todo preciosismo. Si algo dice la naturaleza en el nuevo film de Hong es que una puesta de sol no tiene necesariamente que verse “bella” en pantalla para que sea importante para sus personajes. Si lo es para ellos, lo será también para el espectador.