En esa voz que describe su propia obra habita el principal gesto de apropiación. De algún modo Marta Minujín se convierte en autora del documental que la tiene de protagonista. Su personalidad es una parte determinante de su obra y acertadamente Guillermo Constanzo, en su rol de director deja que esa impronta invada el film y de ese modo todo lo que sucede parece dominado por la figura de la protagonista en un intento por reproducir la instrumentalidad de sus piezas performáticas.

En "Construcción de un mundo", el documental que puede verse los viernes en el Malba, Marta Minujín relata buena parte de sus obras mientras vemos imágenes de archivo de texturas disímiles que le dan a la película la apariencia de un gran bricolaje. Esas experiencias performáticas suceden en los fragmentos que registran diferentes épocas de su producción pero tienen en la voz de su autora una entidad de presente

La manera natural de explicar esa desmesura, esa audacia que provoca risas en la platea como un modo de celebrar esa imaginación que parece no tener pudores ni límites, se vuelve una instancia superadora de las imágenes. Lo que demuestra esa voz es el nivel de planificación, de producción concreta y de maquinaria imaginativa que hace posible cada una de sus performances pero también la capacidad de Minujín de no amilanarse frente a lo posible o lo permitido. Cada propuesta implica ir más allá de lo aceptado por una institución o por la dinámica misma de las ciudades, incluso por lo que el público puede reconocer o aceptar. Más allá que cada acción de Minujín despierta cierto arrojo en los espectadores que se lanzan a participar sin prejuicios, no deja de existir un trabajo con ese público, una especie de aprendizaje lúdico que ubica a los participantes en un lugar de delegación de la instancia estética.

La diferencia entre un cuadro colgado o una escultura colocada en una sala (formatos por los que también transita la artista) y la envergadura performática de sus obras está justamente en ese plan de operaciones que supone una participación del público. Marta Minujín se encarga de explicar que ella considera que todo es arte y su propósito no es que alguien asista a un museo a contemplar una obra sino que se sienta dentro de una experiencia estética de la que también es creador. Ella lo sintetiza en la frase “vivir en arte”. Esta dimensión performática, propia de los años sesenta cuando Minujín comienza a crear y toma como escenario la calle mientras abandona los estudios académicos, interesada por lo que estaba sucediendo en lugares como Nueva York o París, es lo que el documental intenta transmitir más como impulso, como deambular que como ilustración.

Marta Minujín es un personaje que no se detiene, que sigue buscando territorios donde poder transformar algo de las prácticas cotidianas con intervenciones artísticas que requieren de un conjunto de personas. Los modos en que ella da indicaciones para llevar adelante sus ideas se conjugan en el seguimiento que realiza el director de su trabajo. Seguirla, observar cómo organiza y dispone de cada acción situacional que propicia, es un elemento que construye la narrativa. Constanzo se ubica en un lugar secundario para dejar a Marta Minujín marcar el ritmo de sus búsquedas.

Con Marta Minujín sucede algo similar a lo que nos pasa frente a la obra de León Ferrari: siempre resulta novedosa, su estirpe de vanguardia nunca se calma, no importa en qué momento o época nos acerquemos. Para las generaciones más jóvenes (que son buena parte del público que asiste a ver este documental), la risa que manifiestan cada vez que se escucha a Minujín relatar cada una de sus acciones, expresa, en gran medida, ese vértigo, esa sorpresa, esa capacidad de impresionar en su desenfreno. Sus propuestas son tan audaces que aún hoy el relato de La Menesunda (la performance realizada en el Instituto Di Tella en 1965) está a la vanguardia de cualquier obra que podamos apreciar. De hecho el territorio de la performance que hoy está tan de moda se vuelve demasiado controlado cuando lo comparamos con los trabajos de Marta Minujín.

Un logro del documental es haber incluido a su marido y sus hijos en los testimonios porque Minujín parece un ser nómade. Su entorno surge siempre un tanto difuso, como si Minujín estuviera tan metida en su obra que no prestara demasiada atención a lo que sucede a su alrededor. De hecho algunas personas que están muy cerca en su vida (un ayudante de su estudio y una mujer mayor que recopila todas las notas, entrevistas y críticas de sus obras) son seres que no comprenden muy bien lo que ella hace pero permanecen a su lado por la irradiación que provoca el personaje.

La propuesta de Minujín ofrece una dimensión abierta que es fundamental indagar desde la propia percepción y desde la instrumentalidad de su trabajo. En esta línea la incursión de algunos críticos o de colegas viene a sumar elementos al análisis de su obra pero no cierra la mirada del espectador. La parte teórica se construye en la aventura de caminar con ella por la ciudad y de observar los elementos que combina en cada performance, la manera de ubicarse en el espacio, de alterar los comportamientos y rutinas, de inspirar a la acción compartida y también de asumir lo efímero, de desligarse de la acumulación de obra y entender que los fundamental es el momento, el presente de los cuerpos, la situación armada colectivamente entre desconocidos que ella diseña y ofrece al mismo tiempo.

"Construcción de un mundo" se presenta los viernes a las 20 en el Malba.