Los anarquistas sociales del siglo pasado solían recaudar fondos para sus campañas por la libertad de algún preso político o para sostener a quienes hacían huelga en alguna fábrica, sin tener muy en cuenta las formas legales.
Asaltar bancos o empresas era una práctica habitual de quienes cuestionaban la legalidad de un Estado que se asociaba en forma directa con los intereses de las clases pudientes en desmedro de las masas trabajadoras. La falsificación de billetes era otro mecanismo de recaudación anarco, donde los libertarios obreros del sector gráfico despuntaban por su perfeccionismo a la hora de replicar monedas.
Los anarcocapitalistas del presente parecen seguir el ejemplo de sus predecesores a la hora de recaudar, no se sabe bien si para sostener las campañas electorales de la nueva ultraderecha, o tan sólo para su enriquecimiento personal.
Paradójicamente, la problemática sobre cómo se financian las campañas y los partidos políticos ocupó su tradicional lugar marginal en el debate por la continuidad de las PASO. En una sociedad bastante hipócrita, que se indigna periódicamente de la corrupción política, generar métodos de fiscalización eficientes sobre el financiamiento de la política debería parecer más relevante.
La emisión del memecoin libertario fue un experimento social interesante, no sólo por su efecto recaudador en unos pocos, sino también desde el punto de vista de la teoría monetaria. Especialmente cuando los libertarios tienen como una de sus ideas fijas terminar con la emisión estatal de dinero.
Ya Milei candidato proponía terminar con el peso por ser emitido por el Estado argentino para reemplazarlo por el dólar que, vale decir, es dinero emitido por el Estado pero del norte. Ya presidente y sin billetera para tanto, bajó el precio a su propuesta para terminar prometiendo una futura competencia de monedas, tanto nacionales como extranjeras, tanto estatales como privadas.
El memecoin libertario fue una muestra de la incompetencia de la propuesta libertaria cuando se lleva a la práctica. Las monedas privadas sin regulación pueden perder valor en forma abrupta dejando un tendal de pérdidas y paralizando la actividad privada, aún cuando no se trate de una estafa planificada como la moneda virtual presidencial.
Las elevadas fluctuaciones de valor de las monedas virtuales serían una fuente permanente de inestabilidad económica si, como algunos libertarios proponen, reemplazaran a las estatales. Argentina ya vivió esa experiencia en tiempos de Juarez Celman (crisis de 1890), cuando los bancos privados tenían capacidad de emitir monedas, derivando en un ciclo especulativo que, al pincharse, se llevó puesto los valores financieros de base hipotecaria que habían predominado como moneda privada.
La destrucción del banco central y la competencia de monedas pueden ser cambios regulatorios que fomenten un ambiente especulativo e inestable por sobre todo el ecosistema económico, tan inestable como el temperamento de nuestro presidente y el valor de su criptomoneda.