El cien por ciento de los bonaerenses sabe más de cien palabras en mapuzungún y las pronuncia correctamente. Se las dice en todos los ámbitos, algunas se escuchan todo el tiempo en las radios y las indica el GPS. Es que la toponimia bonaerense indica los lugares por los que anduvieron, habitaron y habitan las Primeras Naciones, preexistentes desde antes de la conformación del Estado argentino. El idioma permanece vivo en parajes, estaciones ferroviarias, accidentes topográficos, aguadas, humedales, sierras y médanos.
Tandil por ejemplo quiere decir Peñasco que late, proviene de la palabra Tan que es el latido del corazón y Dil o Lil, de peñasco. Hay un epew, una leyenda, sobre un inmenso tigre que atacó al sol en el tiempo de los reche, las primeras gentes. Era tan grande y agresivo que los mapuche desde abajo le lanzaron miles y miles de flechas para defender al antu. Finalmente, una de esas flechas atravesó al animal y la punta le salió por el lomo. El golpe de su caída fue tan grande, que el estruendo lo escucharon los hermanos del sur y hasta los de gullu mapu, Chile. Cuando la luna se asomó, vio sorprendida lo ocurrido, y a su dualidad el sol que estaba todo rasguñado. El tigre respiraba con dificultad y cada vez que miraba al cielo, les mostraba a los astros sus enormes colmillos amenazantes. La luna, que era una mujer aguerrida, se enfureció y le arrojó piedras gigantes, una tras otra, hasta taparlo y así se formó la sierra de Tandil. El tigre quedó bajo ese montículo de rocas y la última piedra que le arrojó la luna quedó suspendida en la punta de la flecha que le salía por el lomo, por eso se movía. Según cuentan las abuelas, ahora el sol y la luna salen tranquilos a darnos su buena luz y ya no hay peligro de que el tigre gigante se vuelva a levantar. Un jueves 29 de febrero de 1912, la piedra movediza de Tandil se cayó sin que nadie la viera.
Buenos Aires, en toda su extensión, se encuentra atravesada por el mapuzungún. La toponimia hasta quedó registrada en el mapa que en 1875 mandó a hacer el Excelentísimo Señor Ministro de Guerra y Marina, el coronel Adolfo Alsina. En el centro de la provincia figuraba el paraje de Paillahuinca, pailla es tranquilidad y wingka es invasor. En la zona de Sierra de la ventana está el paraje Pelicura, que es Piedra del Pelu, un arbusto con floración muy abundante que atrae a los picaflores por su perfume y dulzura.
También hubo batallas históricas como la de 1824 en Pillahuinco, Agua del Pillahueñ, una planta medicinal. En Pillahuinco, la batalla ocurrió en la tercera expedición que enviara el Gobernador General Martín Rodríguez para extender la frontera hacia Bahia Blanca. Cerca del límite con La Pampa se encuentra Salliqueló, que significa médano donde hay flores. Hacia el sur está Claromecó, proviene de küla, tres, rume, junquillo y co, agua. A unos pocos kilómetros están las Claromecó, las tres lagunitas con juncos. Al noroeste, por ruta 7, se llega a la ciudad de Chacabuco, que proviene de chakay, una planta sagrada para los mapuche, bu o wif, brotar, y co, agua. Agua que brota donde hay chacay.
Uno de los recopiladores de la toponimia araucana fue Juan Domingo Perón. Su madre, Juana Salvadora Sosa, era de origen günún akúna, nacida en la localidad de Lobos en 1874. Le había enseñado lo suficiente como para que su hijo valorara el idioma de sus antepasados. Otra influencia importante fue la de su abuela materna, con quien mantenía largas conversaciones acerca de sus orígenes. Perón se miraba en el espejo los pómulos salientes, la cabellera oscura en abundancia y no tenía dudas de quién era. Una vez dijo, “me siento orgulloso de mi origen indio, porque yo creo que lo mejor del mundo está en los humildes”.
Entre 1900 y 1904 la familia Perón-Sosa se trasladó al sur, a territorio günún akuna, luego se mudaron a la provincia de Buenos Aires y en 1911 ingresó a la escuela militar. Tuvo varios destinos en su carrera y uno de ellos fue en la provincia de Neuquén. Escribió en 1934 la Memoria geográfica sintética del territorio nacional del Neuquén y entre 1935 y 1936, a través del ministerio de Agricultura, publicó un diccionario con la toponimia araucana. Es un trabajo pequeño pero útil donde enseña a contar en mapuzungún del uno al diez: kiñé, epú, kvlá, melí, kechú, kaiu, reglé, purrá, ayllá, marí. También entre otros datos recuerda los puntos cardinales: puel, este, pikún, norte, gullu, este y willi, sur.
En 1946, en la ciudad de Cañuelas, Eliseo Tello publicaba “Toponimia Indígena Bonaerense”. Ahi cuenta, entre otras, la historia de Kvla Lafken, Tres Lagunas, tal como se conocía a la ciudad de Nueve de Julio. El amor de dos jóvenes por una mujer que los llevó a desafiarse a muerte. Los dos quedaron con heridas de lanza tan profundas que murieron en lugares distintos. Cuando la mujer se enteró, corrió a buscarlos y se dejó morir de tristeza en un tercer lugar. El viento fue produciendo hondonadas que se alimentaron de la lluvia y por eso quedaron las tres lagunas recordando el amor juvenil y puro de los tres adolescentes.
Otro de los compiladores fue el bahiense Esteban Erize, quien publicó en 1960 un diccionario comentado mapuche-español. Uno de sus informantes fue Alberto Ponzoni, un huesero de madre mapuche nacido en Chinchinales, provincia de Río Negro, quien le proporcionó datos relevantes. Ponzoni había curado al escritor de una parálisis en una de sus manos utilizando sus técnicas de sanación ancestral. Sus aportes sobre rituales, quedaron plasmados en el libro de Erize.
La obra explica que Chivilcoy también es nombre originario, en mapuzungún se traduce como “Esta agua brota con fuerza”. En este partido hay un paraje rural llamado Moquehua. Moke quiere decir montón, mucho, y wa es maíz. Puan quiere decir Las Almas. Pu es el plural de Am, alma.
Otras voces nativas son Quequén, günún akúna, que quiere decir Muy ancho. El Médano Ancaloó, en el partido de General Pinto, es Médano Partido o Mitad del Médano. Al sur de la provincia, en Coronel Rosales, a 68 km de Punta Alta, está la localidad de Pehuen-co. Pewén es un árbol que da el fruto llamado guillú y co es Agua. En el sudoeste, por ruta 33, está la ciudad de Pigüé con sus valles de distintos verdes, rodeada por las sierras que la protegen de los fuertes vientos. En mapuzungún, pi quiere decir hablar, conversar y we, es lugar. En el siglo XVIII allí se reunían los lonko de las distintas tribus a parlamentar, firmar los tratados de paz con los blancos y establecer lo que ellos llamaban “paz perpetua”, cosa que jamás sucedió.
En la serranía al sur de Azul, está el cerro Pullu Calél. Pullu es espíritu y calel es cerro. Es un lugar especial para las Primeras Naciones, se acostumbra a pedirle permiso a los espíritus de los fallecidos cuando se andaba por lugares sagrados como este. Para asegurarse un buen viaje, una buena estadía si es que hubiera que pasar la noche allí.
Maipú significa Tierra Aplanada o Arada, allí mismo se encuentra Mari Huincul. Mari es el número diez y Winkul es Loma. Diez Lomas. Otro de los epew, las leyendas, tiene como escenario a Carhué y el origen de su nombre. Proviene de Carri, verde y We, lugar. Allí ocurrió hace muchos años un gran incendio que arrasó con todos los sembradíos que tenían las tribus. Por una tormenta eléctrica el fuego avanzó sobre la toldería de cientos de familias. Todos corrieron para salvarse e intentar sacar sus pertenencia e inmediatamente el longko dijo que mejor era hacer una rogativa para pedirle al espíritu del agua, Newenko, que hiciera llover y apagara de una vez la quemazón. Todos asistieron antes del amanecer y al poco rato, un chaparrón cayó como una cortina pesada de agua en respuesta al pedido de las gentes.
Entre el humo, el llanto de un bebé los obligó a correr para encontrarlo bajo los troncos calientes. Cuando lo vieron, corrieron a envolverlo con cuidado en cueros de potro. Le pusieron de nombre Epecuén, que quiere decir Casi Quemado. Cuando la tribu logró levantar nuevamente la toldería, Epecuén fue hijo de todos, era un niño inteligente y bello. Todas las madres lo criaron como hermano de sus hijos y le cantaron canciones de amor para acunarlo. Los hombres le enseñaban a cazar y a sembrar. El muchachito se mostraba con ganas de aprender todo, aunque por su edad se distraía mirando a las otras chicas que se iban poniendo tan hermosas como él. Una de ellas era Tripaiantú, Sol saliendo. Era la que estaba enamorada de Epecuén pero el joven no se daba por enterado.
Una tarde, desconsolada se fue a caminar sola lejos de la toldería, llorando hacia una hondonada del terreno y sus lágrimas salían como torrente. Pronto el lugar se llenó de agua. Cuando Epecuén sintió su llanto fue a buscarla y creyendo que Tripaiantú estaba en medio de la laguna, se metió sin saber nadar y quedó allí para siempre. Ella que estaba del otro lado, cuando vio lo sucedido, se metió a la laguna para intentar rescatarlo mientras seguía llorando y salando doblemente el agua. Los dos quedaron allí abajo abrazados para siempre y aunque la tribu otra vez tuvo que atravesar una gran tristeza, descubrieron con asombro que las aguas tenían tanta sal que no solamente todos podían flotar, sino que las encontraron curativas. Por eso se hizo tan popular ese lugar de aguas sanadoras. Hoy se conoce con su nombre, la laguna de Epecuén y también como La laguna de las lágrimas.
Algunas de estas historias trascendieron de boca en boca, otras quedaron guardadas en el silencio de los mayores. Es que en el tiempo del malón blanco se castigaba con cepo hablar la lengua y posteriormente, según recuerdan las abuelas, debían proteger sus manitos en la escuela, porque a la mínima intención de pronunciar alguna palabra en mapuzungún, la varilla de sauce entraba en acción y el rigor llegaba de la nada con un azote veloz y humillante. Así aprendieron a hablar en wingkazungún, el hablar de los blancos, a fuerza de rama o regla, que para el chirlo daba igual.
Las historias siguieron viajando en secreto, en los fogones familiares, en un vuelo bajito para que se quede en el corazón de las infancias.