Entre 1989 y 1999, Morphine se tornó en uno de esos proyectos musicales en el que coexistían en armonía las antípodas de las clases sociales. Una primera escucha parecía ubicarlos en la vereda erudita del rock, del blues y del jazz, pero el trío tenía un sonido que también evocaba a los Redondos, a Sumo, a Don Cornelio y más tarde a la veta arrabalera de Daniel Melingo. Si bien fue memorable su estreno en la capital argentina en 1997, como parte del tour del disco Like Swimming (hicieron tres shows en Dr. Jekyll), no experimentaron el fenómeno de apropiación del que disfrutó la banda punk alemana Die Toten Hosen porque su cantante y bajista, Mark Sandman, murió de un infarto en un recital en Roma dos años después de su paso por acá. Esto decantó en la creación de Vapors of Morphine, con los músicos supervivientes.

La agrupación vuelve este viernes 21, a las 20, a Buenos Aires, al mismo lugar que la recibió en su anterior visita, Niceto Club (Niceto Club 5510), con la noticia de que las entradas se agotaron. Amén de su reencuentro con el público porteño, los estadounidenses actuaron el martes en Comodoro Rivadavia y el domingo en Cosquín Rock. Página/12 estuvo en el festival cordobés, y comprobó que esa oscuridad y magnetismo que los distingue se mantienen inmaculados. Pese a que en esa performance Dana Colley sólo tocó con su saxo barítono, ya se confirmó que en el barrio de Palermo hará su set a dos saxos (el otro es tenor). Un espoileo más: estrenarán un tema nuevo, lo que augura que se viene el tercer disco de Vapors of Morphine. No obstante, el fuerte del repertorio sigue basándose en el cancionero de Morphine.

“Tocaremos de todo un poco”, confirma Colley, al otro lado del zoom, desde la ciudad de Somerville (Massachusetts), previo a iniciar este periplo sudamericano. “Haremos algunas canciones antiguas de Morphine, rescataremos temas que probablemente no hayan escuchado en vivo allá, y también incluiremos material de Vapors. El público disfrutará de un sonido único porque no es común escuchar en vivo a una banda como la nuestra”. Si pasaron nueve años entre su último recital por estos lares y éste se debe a la estructura autogestiva del grupo. “Intentamos volver muchas veces. De hecho, nos lo piden por las redes sociales”, explica. “Lo que siempre respondemos es que nos encantaría, pero no sabemos cómo. Esta vez volvemos porque nos llamó el mismo promotor que nos llevó anteriormente”.

Sin embargo, la gran (y al mismo tiempo lamentable) novedad de esta serie de shows en el país es la ausencia del baterista Jerome Deupree, quien en noviembre de 2018 les informó a sus compañeros que se bajaba de la banda, en parte, a causa de su tinnitus (es un trastorno en los oídos que se caracteriza por la percepción de sonido sin que haya fuente externa). Desde ese momento, Tom Arey ocupó su rol, lo que convirtió al saxofonista en el único miembro de Morphine en actividad. “Jeremy y yo somos muy buenos amigos, y nos encantaba tocar juntos”, dice el líder de la terna, que completa el cantante y bajista Jeremy Lyons (emulando a Sandman, su instrumento sólo tiene dos cuerdas). “Cuando me dijo que necesitaba dejar el grupo para hacer otras cosas, respeté su decisión. Y más aún si eso le generaba felicidad”.

-Luego de que Deupree resolviera irse, ¿temiste por el futuro del proyecto?

-Nunca. Si había otro baterista interesado en tocar con nosotros, lo íbamos a sumar. Entonces apareció Tom. Ya había reemplazado a Jerome en una ocasión, y recuerdo que esa vez llegó al recital con una carpeta en la que había transcripto nuestra música. Fue como si hubiera tocando con nosotros desde siempre. Es un baterista increíble que le inyectó a la banda mucha energía, así como otros elementos más. Lo que hizo que nuestro sonido siga siendo único.

-La carrera de Vapors of Morphine ha sido intermitente. A estas alturas, ¿de qué depende la creación de música nueva o afrontar una gira?

-Tenemos familias y otros trabajos, y por último viene la banda. Cuando hay tiempo fuera de nuestras responsabilidades, nos juntamos a tocar. La manera en que llevamos este proyecto nos hace felices. Esto no lo hacemos por dinero, por eso intentamos que el valor de las entradas de los shows sea accesible para la gente y que también le sirva al promotor. Cuando giramos, pasamos un par de semanas en alguna parte del mundo, y luego vemos. Lo mismo sucede con los discos. Una vez que tenemos suficientes temas, entramos al estudio.

-Este año se cumple el 30 aniversario de Yes, un álbum tan emblemático que fue el primero de Morphine en entrar en los rankings musicales. En Buenos Aires, ¿harán algún set especial en torno a ese material?

-En nuestros shows incluimos temas de ese disco, sobre todo si puedo acceder a un saxo tenor. Esta vez podríamos hacer “Honey White”, “Sharks”, “Scratch”, “Whisper”, “Super Sex” o “Free Love”, que nunca tocamos. Un par de canciones de ese repertorio surgieron de una improvisación en una estación de radio de Santa Mónica (California). Recuerdo que Mark presentó “I Had My Chance” diciendo: “Acá hay una canción sobre intentar girar a la izquierda en Los Ángeles, lo cual es casi imposible”. De todas formas, Cure for Pain, el álbum anterior, es el que más me gusta de Morphine. Es más cohesivo.

-¿Cómo responde el público joven ante su música durante sus shows?

-Ésa es una pregunta que no puedo responder. No tengo ni idea. Aunque supongo que si vienen a vernos es porque es un público muy inteligente y sofisticado, y tiene idea de la historia de la banda.

-¿Consumís propuestas nuevas?

-Estuve escuchando a una banda llamada Glass Beams (trío australiano, literalmente enmascarado, de rock psicodélico). Son bastante geniales. También suelo volver a la música que siempre me gustó: Sun Ra, Bill Evans y todas esas cosas que escuchamos los viejos (Colley tiene 63 años).

-La última vez que estuvieron acá sorprendiste al revelar tu fascinación por la obra de Charly García, Luis Alberto Spinetta y Los Redonditos de Ricota. ¿Conociste algo más del rock argentino?

-Sigo escuchando a los artistas que mencionaste. De todas formas, no sé lo suficiente. Tuvimos la suerte de conocer a Sergio Dawi, y lo invitamos a tocar en el último recital que dimos allá. Él nos introdujo en el rock argentino, y me pareció intrigante su historia. Obviamente, es muy difícil para mí entenderlo, aunque puedo comprender su sonido. Ésta será una oportunidad para renovar y descubrir lo que pasó con la música argentina en tiempos recientes.