El vuelo 60 de la empresa Trans-Coast se anuncia en Los Angeles con destino a Washington DC. Tom, uno de los pasajeros, comparte ubicación con Marcia. una pasajera de penetrantes ojos claros que encandilan. Atrás suyo se encuentra el doctor Carl Morris, reconocido científico nuclear, quien a partir de que lo citaron para concurrir a Washington está ansioso, preocupado, ya que es el propio Pentágono el que requiere sus servicios. Sin duda, desean saber los avances de la llamada “Bomba Beta”, arma de destrucción masiva de su invención. Con absoluta reserva, lleva anotadas en una pequeña libreta, sus conclusiones y formulas. Si bien esta orgulloso del avance conseguido, algunas noches Morfeo no lo visita y su incisiva conciencia le impide conciliar el sueño…

El capitán Hank ordena el despegue y la nave sin mayores novedades inicia su recorrido. El avión comienza a ascender, llegando a la altura de crucero. Pero sigue su ascenso en forma automática, ya sin el control del capitán y su copiloto. Pese a todos sus esfuerzos sigue su ascenso. Los controles no responden, la comunicación con la base aérea adquiere niveles de tensión. Lenta pero inexorablemente, los pasajeros y los pilotos comienzan a desmayarse. El avión, como si fuera controlado a control remoto, sigue su curso. ¿Destino?... Incierto. Las más altas autoridades aéreas instan a seguir los protocolos de rigor.

El vuelo ha desaparecido. En la aeronave, mientras tanto, todos sus integrantes están desmayados, dormidos. Sin embargo, como si fuera un truco de magia, el avión parece estar suspendido, se encuentra en un limbo donde el tiempo, se detiene.

Tom logra despertarse y lo que ve lo aterroriza. ¿Todos los pasajeros están muertos se pregunta? Parecería que no, pero no puede despertarlos. Con esfuerzo logra hacerlo con Marcia. El doctor Morris, milagrosamente, se encuentra despierto. Los  tres “sobrevivientes”, luego de preguntarse qué ha sucedido, descubren que tienen en común que los tres fueron convocados por el Pentágono. Marcia es matemática y colaboradora de Morris. Tom es un ingeniero especialista en misiles intercontinentales. 

Morris intenta por todos los medios encontrar una explicación a lo que esta sucediendo. El avión ha detenido sus motores, sin embargo no se ha estrellado y  parece levitar en el espacio, en un tiempo que no puede precisar porque los relojes de todos se han paralizado. Con esfuerzo, logran abrir una de las escotillas del avión y salen. Para su asombro, encuentran tierra firme abajo de una neblina que impide mirar más allá de unos metros. De repente, un hombre se acerca y los increpa sin violencia física, pero con rudeza. El asombro de los sobrevivientes es absoluto. Este extraño personaje les informa que su invención y el uso de la Bomba Beta han destruido la atmosfera, y que por ello serán juzgados por hombres y mujeres del futuro constituidos en tribunal de enjuiciamiento. Por una extraña jugarreta del tiempo, han viajado al futuro y serán indagados por decisiones que ellos, en su tiempo, aún no han tomado. El tribunal, sin mayores contemplaciones, los condena a vivir en ese espacio sin tiempo por el resto de la eternidad. 

Cuando la condena esta a punto de ejecutarse, aparece un ser que los integrantes del tribunal llaman “El Sabio”, quien objeta la decisión diciendo que los científicos no pueden ser juzgados por una sociedad futura. Ante esta afirmación los “sobrevivientes” retornan al avión.

En un espacio-tiempo indescifrable, Tom, Marcia y Carl nuevamente se encuentran junto a los otros pasajeros, como si nada hubiese ocurrido. Tom y Carl están seguros de que no fue una pesadilla, están convencidos, que el futuro les dio una lección. Al aterrizar, ante la sorpresa de todos ya que el vuelo estuvo perdido por horas, el doctor doctor Carl Morris, con la complicidad y avenencia de Tom y Marcia, decide prender fuego a su libreta de anotaciones. La Bomba Beta no debe existir.

Lo relatado es una síntesis de la película “El Vuelo que Desapareció”, de 1961, con Craig Hill como Tom; Dayton Lummis como el doctor Carl Morris y Paula Raymond como Marcia.

Vamos a jugar con el tiempo, pero en vez del futuro, con el pasado, precisamente los años noventa, los del Plan de Convertibilidad. ¿Por qué? Porque es en general aceptado que las políticas de Javier Milei guardan ciertas similitudes con el modelo de Domingo Cavallo: dólar “estable” con tendencia a la apreciación cambiaria, apertura importadora, amor por la apertura al comercio internacional, privatizaciones, carry trade e industricidio. El objetivo es observar las consecuencias de estas políticas, como las advertencias que oportunamente hicieron varios autores para corregirlas o desistir de ellas.

Eduardo Curia en “La Trampa de la Convertibilidad” (1999) nos decía que “cuando el objetivo antinflacionario se deposita en exceso en el mecanismo de ancla cambiaria, se perjudica en paralelo la perspectiva competitiva del país”. Curia advierte que el retraso cambiario que producen estas políticas se “vinculan con una persistencia del diferencial de la tasa de interés local” es decir, una tasa local por encima de la internacional que sostiene el carry trade. Define a la Convertibilidad con retraso cambiario como un maridaje pernicioso que conlleva a una inflación reprimida y no a una estabilización autentica. 

Del Pont y Valle en “Dolarización, Convertibilidad y Soberanía Económica” (1995) advertían que la convertibilidad tenía dos consecuencias estructurales relevantes: la desindustrialización y la desaparición del Estado. Lo sitúan como un plan de sometimiento y retroceso en términos de soberanía monetaria. Coincidiendo con Curia, sostienen que el latido de la convertibilidad lo sostiene el diferencial de las tasas, “la vigencia de rendimientos financieros superiores a los internacionales” que le dan sustento financiero. Sin embargo advierten sobre la precariedad de tal situación, sujeta a la volatilidad de los capitales especulativos.

Marcelo Diamand en “La Economía Argentina Actual, Problemas y Lineamientos de Política para superados” (1999) nos dice que el tipo de cambio debe reflejar la productividad media de la economía, descartando de cuajo considerarla como ancla cambiaria. Con firmeza advierte sobre las aperturas violentas de la economía y sus perjuicios en la economía real como su relación directa con el endeudamiento.

Finalmente Guillermo Vitelli en “Las Seis convertibilidades de la moneda argentina, la reiteración de una misma historia” (2004) analiza la primera convertibilidad de 1883 hasta la de los 90, señalando con rigor histórico que “ninguna de las convertibilidades formuladas en la Argentina pudo sostenerse en el tiempo. Todas quebraron dominando en sus culminaciones fugas de capitales y devaluaciones cambiarias. Todas se financiaron con tomas de deuda y venta de activos del Estado”. En particular, dice Vitelli, “la década de los 90 ligó las tasas de interés locales al ingreso de capitales externos, condicionando los costos financieros locales a necesidades de captación de fondos en divisas”.

Así como a Tom, Marcia y Carl el futuro les dio una lección, el pasado a nosotros nos da otra. Debemos evitar que la Bomba Beta de Milei se consolide. La criptoestafa $LIBRA es una señal que no puede obviarse con consecuencias impredecibles para nuestro pais, por lo tanto la oposición debe constituir un frente amplio, político, social y empresarial que en las calles, como en las urnas, señale un futuro digno. La tarea es hoy, mañana puede ser tarde.