Como si fuese el juego de buscar las 7 diferencias, los gobiernos de Milei y Trump son cada vez más el yo hago ravioles, ella hace ravioles. Milei le regaló a Elon Musk una motosierra con un baño dorado menemista, como quien pasa la antorcha olímpica de las políticas públicas del odio.
Pero los divulgadores del neofascismo argentino hace varios años que comen los discursos de odio regurgitados del norte global contra los “woke”, los derechos humanos y la lucha por la justicia climática. Ideas que siempre estuvieron presentes y pululando de entre los grupos reaccionarios más marginales, pero que empezaron a popularizarse frente a la masividad de los reclamos de la oleada feminista del 2015; y que, durante la pandemia, se constituyeron como un poder político legitimado que empezó a sumar escaños.
¿Quién está cabeza a cabeza en esta carrera hacia los totalitarismos tecnocráticos?
La imagen de Milei corriendo eufórico para entregarse a los brazos de Elon Musk, desbordado de excitación al grito de "My frrieeenndddd", mientras el magnate se calza las gafas para saludarlo mientras aparta ligeramente del mandatario argentino exhorbitado, dio la vuelta al mundo. Como también la bufonesca intervención del hermano de Karina en el escenario de la cumbre conservadora CPAC, donde le entregó al sudafricano una motosierra. Un evento encantador y para nada perturbador, donde no faltaron nuevos “saludos romanos”, esta vez de parte de Steve Bannon, una de las caras de la ultraderecha estadounidense y asesor de Trump.
Estos gestos entre Milei y Musk no son de camaradería, sino de sumisión, que nos recuerda al mentado “Querido Rey”, otrora dicho por Macri. Que, visto desde este contexto, quedó como una expresión de colonialismo mental soft comparado con nuestro presente distópico, que le pisa los talones al Cuento de la Criada.
Mientras tanto, las redes de la White House se prendían fuego. El community manager de la nueva administración Trump había subido, hacía poco, un reel a IG y TWque decía: “ASMR: Vuelo de deportación de sujetos ilegales”. “ASMR” es el acrónimo de un término en inglés para designar ruidos relajantes, como el ronroneo de un gatito. En este caso, el ASMR de la ultraderecha es el sonido de las cadenas de los migrantes subiendo esposados y engrillados a un avión rumbo a Guantánamo.
“La persona que está gestionando esta cuenta es un enfermo”, “¿Pueden cambiar el usuario a @whitesupremacyhouse?”, “Esto es repulsivo, no puedo creer que este video esté el perfil oficial del gobierno”, “¡¿Esto es real!?”, comentaban los usuarios de Instragram como reacción a este posteo, al borde de arrancarse las pestañas al ver que este canal se había convertido en el FB de tu tía Norma, que comparte posteos de NIK y de @CoherenciaPorFavor.
“Tuve que entrar a ver si era fake”, resume el clima de época. Una era de tiranías y shocks, donde las reglas establecidas en los convenios internacionales y pactos sociales hacia adentro de los países ya no valen nada. De la adulación al líder mesiánico y el rompimiento de lazos comunitarios en pos de individualismos nacionalistas. 7
Si bien las dictaduras llevaban a cabo su plan de exterminio a la luz del día, los nuevos fascismos lo hacen de forma velada. La muerte ahora llega a cuenta gotas y de forma sutil, excusada bajo una falsa imagen democrática que le otorga impunidad, pero llega igual: a través de la violencia que generan los discursos de odio, las consecuencias del ecocidio extractivista, la eliminación de políticas públicas de igualdad y bienestar social en favor de nuevas legislaciones que benefician al 1% del 1% en nombre de la libertad.
Yo hago ravioles, ella hace ravioles: espejos hacia el abismo
Una sensación de abismo e incertidumbre que nos resulta familiar. Si acá la Secretaría de la Niñez está en manos de un jerarca de la timba, Juan Francisco Ordoñez, allí la flamante ministra de educación es ex ejecutiva de World Wrestling Entertainment, Linda McMahon, una poderosa franquicia de lucha libre. Si acá la persona encargada de negociar con los gremios, Sandra Petovello, hasta hace un año y medio no tenía experiencia en gestión pública y era coach y productora de Luis Majul, allá el Ministro de Salud, Robert Kennedy Jr. es un confeso antivacunas.
Si acá el gobierno está orquestado por gente que no fue votada, como Karina Milei y el monotributista Santiago Caputo, allí Elon Musk -que no estuvo en ninguna lista electoral-, coquetea con mostrarse a él mismo como el verdadero presidente y a como Trump su títere; y ya tiene las llave de la motosierra yankee: está a cargo del plan de “eficiencia estatal”, que se tradujo recientemente en una oleada de despidos estatales.
Si acá Milei gobierna por decreto, allí Trump está deslizando la idea de cambiar la constitución para gobernar tres términos. Si uno desmantela todas las políticas públicas de derechos humanos (Milei), el otro cierra todos sus programas de inclusión y diversidad en el sector público (DEI), e incita a los grandes privados, como Walmart a hacer lo mismo. Si uno dice en DAVOS que las personas trans son pedófilas, la otra usa sus redes sociales para decir que esta población es un peligro para las niñas.
Si uno elimina el DNI no binario como una cuestión prioritaria para el bienestar argentino, el otro instituye un berenjenal burocrático para que el nuevo pasaporte de las personas trans se inscriban con el “género asignado al nacer”, y no con el que se perciben.
En EEUU todavía no anunciaron a un terraplanista como responsable de la NASA, pero ayer Trump encabezó la recepción oficial del “Black History Month” con Tigger Woods, que dijo que no le gusta que lo confundan con una persona afroamericana, (porque es descendiente de caucásicos y asiáticos). Una vibra Roberto Piazza posando con Milei, para que quede claro que él homofóbico, porque tiene "un amigo gay".
Un fantasma recorre el mundo
Si acá Milei usa sus redes sociales para subir dibujos hechos con IA donde a él se lo ve caracterizado como el rey león de la selva, allá Trump lo hace con retratos donde él aparece con la corona de un emperador. Pero la historia nos enseña que a todo Luis XVI le llega su guillotina y a todo Mussolini le llega su Walter Audisio. Y así como los sueños de la razón engendran monstruos, en las pesadillas del neofascismo los Luigi Mangioni son inevitables.
Pero más allá de los héroes populares y los métodos jacobinos, acá, allá y en todos lados, como dirían Los Beatles, también hay una palabra espejada que engloba el sentimiento y voluntad colectiva de frenar las políticas del odio, de la persecución de minorías y de la idolatrización de la tecnooligarquía de los billonarios: el antifascismo. Un término que encabeza marchas, un fantasma que recorre el mundo, que moviliza masas, que aúna diferencias y que hace mucho que no se escuchaba como un grito global en Francia, en Alemania, en EEUU, y también acá.
Pero ahora que cambiaron las circunstancias, y las democracias de la ultraderecha ya están haciendo el saludo hitleriano, -física y espiritualmente-, en las calles y en las redes se organiza una nueva generación global y masiva de neopartisanos que vuelven a levantar las banderas de todas las batallas de la resistencia, como una rueda que vuelve a ponerse en marcha: no pasarán.