Se puede decir que George Friedman fue un fotógrafo del amor, pero no necesariamente de un amor feliz y pacífico. Más bien todo lo contrario; en sus imágenes hay amores imposibles, amantes pasionales, hombres que se golpean entre sí para disputarse el corazón de una dama. Incluso, hay ametralladoras. Pero lo que hay, por sobre todas las cosas, es mucha fantasía. Cada una de sus fotografías tienen una imaginería desbordada, fuera de control. Ficción, tras ficción.

Pero cómo pudo ser posible que un fotógrafo, que desarrolló su carrera, principalmente, entre la década del ’40 y la del ’60, pueda retratar todo esto, si lo que se esperaba de la fotografía en aquel entonces era que sea un mero registro de “la realidad” –o una carpeta aburrida de fotoclub–. La respuesta es muy simple: George Friedman se entregó a la fantasía porque se dedicó a hacer fotonovelas.

Luego de pasar varios años sin tener grandes reconocimientos, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires inauguró la exhibición Fotonovela, que recorre parte de la obra de este artista a través de una serie de fotografías que tomó mientras trabajaba en la revisita Idilio, una publicación fundada y dirigida por Gino Germani, el sociólogo italiano radicado en la Argentina. La curaduría de la muestra estuvo a cargo del fotógrafo Facundo de Zuviría y el curador brasileño Samuel Titan.

La producción de Friedman da cuenta de una forma muy particular que tomó la ficción hacia mediados del siglo XX. Esa forma particular resultó ser una mezcla entre el cine, la novela gráfica y el folletín. Pararse frente a las fotografías de Friedman es como ver frames de películas, capturas de pantalla de alguna producción romántica y dramática en partes iguales. Ya en 2019, cuando el Malba inauguró la muestra Mundo propio: Fotografía moderna argentina 1927-1962 –también curada por de Zuviría–, la obra de Friedman apareció otra vez en Buenos Aires. En aquella oportunidad, acompañada de la de otros artistas que fueron contemporáneos de él, como Horacio Coppola, Grete Stern, Anatole Saderman y Annemarie Heinrich. A pesar de esos nombres, que lograron una trascendencia mayor dentro del campo del arte, Friedman se mantuvo al margen del campo del arte, ya que se concentró sobre todo a trabajar en cine, primero, y luego en la industria editorial, a través de las fotonovelas.

Sin embargo, con el correr del tiempo, ahora su trabajo es revisitado para ser pensado no como una parte del archivo de la revista Idilio, sino como un corpus de obra que trasciende su labor editorial. Lo que Fotonovela refleja es el punto de vista personal que este artista tenía sobre eso que estaba haciendo, ya que las imágenes exhibidas no son copias de aquellas que fueron publicadas en la revista sino tomas alternativas que Friedman realizó con su cámara personal. Fotonovela, entonces, es el hallazgo dentro del archivo.

 

AVENTURAS TRANSATLÁNTICAS

George Friedman nació en Hungría en 1910 y llegó a Buenos Aires en 1939. En el medio, una serie de aventuras marcadas, sobre todo, por el pulso de la Primera y la Segunda Guerra Mundial y por un afán por querer insertarse dentro del mundo del cine.

Cuando tenía cuatro años, en 1914, su padre fue llamado a combate. En un texto autobiográfico incluido en el catálogo de la exhibición, Friedman lo recuerda de esta manera: “Mi padre fue incorporado en el ejército como simple soldado raso y tuvo que dejar a mi madre con tres chicos y muy pocos recursos económicos. El negocio que tuvo lo liquidaron en 48 horas, al mejor postor: mi madre no pudo enfrentar la responsabilidad de conservarlo”.

Friedman y su familia fueron a parar a lo de un tío, que vivía en Rumania, y pasaron allí varios años. Según contó en ese puñado de memorias que ahora sale a la luz, su padre fue tomado prisionero en Bucovina (una zona ubicada entre Ucrania y Rumania) y luego trasladado por diferentes lugares: “Recuerdo haber recibido una o dos cartas censuradas y que fue muy difícil detectar la dirección donde estaba exactamente. En el cuartel militar, que estaba a unas cuadras de nuestra casa, nos informaron que había sido hecho prisionero en la frontera italiana. Toda la historia fue muy contradictoria, nadie sabía exactamente de donde salía este tipo de información”. Finalmente, en 1918 la familia Friedman vuelve a reunirse nuevamente y el padre regresa a casa sano y salvo, pero para enfrentar otro tipo de problemas: la escalada antisemita que empezaba a aparecer.

Muchas personas le recomendaron que se fuera a París, que las oportunidades estaban la capital francesa. Ante la insistencia de familiares, amigos y conocidos, deja atrás su país natal y el 24 de diciembre de 1929 llega a la capital francesa con una sola valija, un violín y dos cartas de presentación, que habían escrito personas que ni lo conocían, dos hermanas que estudiaban en la Sorbona y un periodista de Ce Soir, un diario fundado por el Partido Comunista Francés. La imagen es bastante desangelada –sobre todo por el detalle del violín, seguramente ajado–; sin embargo, el arribo de Friedman a Francia va a ser decisivo para su carrera porque es allí donde ingresó al mundo del cine, disciplina que condicionó por completo su obra como fotógrafo. La distancia entre el chico solo y exiliado y el artista que trabaja para los estudios Paramount, MGM y luego en la Argentina haciendo fotonovelas con un star system de moda (incluso una joven Graciela Borges posó para Friedman) es abismal, pero el paso del tiempo ahicará la brecha entre una cosa y otra.

“Apenas llegó a Francia, primero, trabajó en algunos laboratorios fotográficos, como ayudante. Pero enseguida logró insertarse en el mundo del cine y asistir a los sets para trabajar sobre todo en iluminación. De toda esa experiencia él va a quedar muy influenciado por la estética del cine noir, que después aparece mucho en sus fotos”, dice Facundo de Zuviría, uno de los curadores de la muestra. Durante su estancia en París, fue camarógrafo e iluminador de directores como Rudolph Maté –a quien declaró admirar múltiples veces–, Alexander Korda y Dimitri Kirsanoff, entre otros. Sin embargo, su aventura cinematográfica siguió en Estados Unidos, cuando la industria empezó a crecer de una manera sin precedentes en Hollywood.

En 1936 Friedman llegó a la ciudad de Nueva York. Ingresó al país como turista, pero unos parientes suyos –que tenían una empresa en esa ciudad– le ofrecieron un trabajo estable y hacer los trámites necesarios para que obtenga la ciudadanía estadounidense. Así lo recordó Friedman: “Mis parientes me ofrecieron todo respaldo si me quedaba trabajando con ellos. Uno de ellos tenía una fábrica textil y no tenía hijos, me ofreció todo arreglo oficial como inmigrante y futuro ciudadano yanqui. Lamentablemente rechacé su oferta y fuimos con mi esposa por nuestra cuenta a Hollywood”. Ante un futuro seguro y tranquilo, Friedman eligió el riesgo y seguir con lo que había definido como norte: el cine.

Pasó un tiempo trabajando para la MGM, en la producción de cortos, y al final su trabajo en esa productora apareció la oportunidad de ser iluminador de teatro en una obra antinazi llamada It Can’t Happen Here. Pero esa nueva oportunidad laborar se transformó en el punto final de la aventura que Friedman había emprendido en Estados Unidos: detectaron que era un inmigrante ilegal, que no le iban a poder pagar y que para poder seguir trabajando con él iba a tener que salir a Canadá o México para intentar volver a ingresar como turista.

Finalmente, el artista decidió volver a Francia, donde tenía algunos contactos con la prensa, como para dedicarse al fotoperiodismo. De todos modos, lo que encontró en ese lugar no fue una tierra próspera, llena de posibilidades artísticas y laborales, sino una guerra a punto de estallar. Y la vía de escape de toda la violencia del nazismo fue Buenos Aires.

 

AMOR IDÍLICO

Un poco antes de que el húngaro llegue a Buenos Aires, en 1934, arriba a la Argentina un sociólogo italiano. Su objetivo principal: escapar del fascismo. Su objetivo secundario: resistir y combatir todo tipo de ideas asociadas a Mussolini, principalmente desde el mundo editorial y en distintos circuitos académicos. De repente, Argentina se vuelve un refugio y una promesa de realización para aquellos que huyen de sus países natales, como fue el caso de este sociólogo, es decir, de Gino Germani. Pero cuál es el punto en el que se cruzan el tano con el húngaro, si hasta este momento –finales de la década del ’30– lo único que tienen en común es la huída hacia América Latina. Durante sus primeros años en Buenos Aires, Germani estuvo muy vinculado al mundo editorial. Para empezar, era colaborador de medios antifascistas que circulaban en ese entonces –como L’Italia del Popolo, Italia Libre y La Nuova Patria–, pero rápidamente se transformó en editor y traductor de sellos que se volvieron muy reconocidos, como fue el caso de Paidós. En paralelo también colaboraba con la editorial Abril, que funcionaría como nexo entre Germani y Friedman.

Al mismo tiempo, en Italia, comenzaba a aparecer en las revistas un género denominado fotonovela que entrecruzaba la novela, el cine y la fotografía. Samuel Titan, uno de los curadores de la muestra, señala en un texto incluido en el catálogo: “Nacida en Italia en 1946, con la publicación del primer número de la revista Grand Hotel, la fotonovela se convirtió rápidamente en un éxito editorial: los tirajes pronto alcanzaron cientos de miles de ejemplares, en Italia como en casi todo Occidente. Las historias, divas y galanes de Grand Hotel, Bolero Film o Il Mio Sogno eran exportados para revistas francesas, mexicanas o brasileñas, donde muy pronto pasaban a compartir espacio con producciones locales. Tres años bastaron para que la fotonovela llegara a la Argentina, de la mano de la revista Idilio: en noviembre de 1949 se imprimía la primera entrega de Aventura en Buenos Aires, ‘un romance apasionado que desafía las más difíciles y dolorosas circunstancias’”.

Idilio era dirigida por Germani y publicada por la editorial Abril. Esa primera fotonovela se convirtió en el origen de casi toda la producción de Friedman que conocemos ahora. Haciendo un cálculo veloz, Facundo de Zuruvía estima que el artista debe haber hecho al menos 15 mil fotografías para ilustrar esas fotonovelas y además señala: “Él desarrolló un estilo personal en las fotonovelas que semana a semana publicaba Idilio: historias de amor situadas en escenarios diversos que aludían tanto a lugares exóticos como a temáticas sociales propias de la época, siempre cargadas de un elaborado romanticismo formal”.

Lo que hay en las imágenes de Friedman tiene que ver con el dramatismo que esas historias exigen, pero también con una gran habilidad técnica. Sus fotos aparecen con encuadres imposibles muy bien resueltos, juegos entre claroscuros y una particular habilidad para volver a Buenos Aires un terreno desconocido. Esto último es realmente muy llamativo en la producción de este artista, dado que resulta casi imposible saber dónde fueron tomadas esas fotografías, aunque hayan sido originadas en las calles porteñas.

Lo que construyó Friedman con esta producción es un registro de toda la cosmovisión de una generación. Estas imágenes son la representación de lo que se pensaba que debía ser una historia de amor, de lo que era la pasión y la aventura. Sin embargo, la línea editorial de Idilio no se ajustaba del todo a ciertos preconceptos de la época y sus historias novelescas no mostraban siempre a mujeres desesperadas que se arrojaban a los pies del amante, sino damas con carácter, con deseo, con pantalones, con cigarrillos y profesiones. Como señala Titan en su texto: “Poco a poco, se van haciendo más frecuentes las imágenes de mujeres que, más que dejarse fotografiar, toman ellas mismas en manos el aparato fotográfico”.

El trabajo de Friedman entra en conversación con otras producciones de esa época –como Boquitas pintadas de Manuel Puig, novela sobre amores imposibles publicada en partes en una revista semanal–, que al día de hoy sigue siendo muy pregnante. Si se piensa en el auge que han tenido las series en los últimos años, la distancia con las fotonovelas de Friedman no es tan diferente, en todo caso lo que cambia es la tecnología y el soporte por donde ocurre la historia, pero en términos de estructura el fenómeno funciona igual: una historia contada en fragmentos y un espectador (o lector) que puede decir cuándo y dónde consumirla. Tal como señaló, en un ensayo publicado en la revista Anfibia, el guionista y doctor en filosofía Lucas Bucci: “Antes del advenimiento de los medios rey del siglo XX, el público era capaz de elegir sus ficciones, de pausarlas y de experimentarlas cuando quisiera. La primera gran popularización de la ficción en serie fue a través del folletín, un suplemento de diarios que, entre otras cosas, traía una historia en pedazos: igual que cualquier serie de streaming que consumimos hoy en día.”

 

MIRADA SPEED

El trabajo de Friedman, como artista, es ese que no respondía necesariamente al guion y la dirección de la fotonovela en la que estaba trabajando. Según cuenta de Zuviría, “él iba a las locaciones donde se hacían las sesiones con la cámara de la editorial y otra suya, personal, que usaba para sacar las fotos que ahora están en exhibición; de hecho, no encontramos coincidencia entre estas imágenes y lo que salió en la revista Idilio, salvo por uno o dos casos”.

Con esta pequeña trampa, Friedman separó de una manera sutil sus fotos de “trabajo” de aquellas a las que consideraba obra. La búsqueda que hay en unas y en otras es diferente. Mientras que las primeras están al servicio de la narración, de los pedidos del director de la fotonovela y demás, las segundas no siempre responden a un sentido narrativo tan claro y parecen estar únicamente al servicio de Friedman. Tal vez la diferencia entre unas imágenes y otras no es muy notoria, sin embargo, la intención sí es muy disímil entre un corpus y otro.

Los ojos de este artista, al parecer, no tenían una preferencia determinada. Las fotos reunidas en esta exhibición no son únicamente retratos o escenas de romances imposibles. Hay científicos, hombres desolados, otros peleando, mujeres hermosas, soldados que se despiden. También hay una perfección técnica que pone de manifiesto que el oficio transformó a Friedman en un fotógrafo altamente capacitado, capaz de generar climas, emociones y hasta puntos de vista muy particulares gracias a su capacidad para optimizar los recursos técnicos de la cámara que utilizaba (Rolleiflex de seis por seis centímetros).

La rareza y el misterio que tienen alguna de estas fotos hacen que Friedman, en un punto, traicione a la fotonovela. No hay una narración tan clara, ni se vuelve tan previsible entender qué es lo que está pasando en eso que se registra. La foto deja de estar al servicio de una historia y de la industria editorial, para pasar a estar al servicio del artista y sus propias obsesiones como fotógrafo.

 

Fotonovela se puede visitar de miércoles a lunes, de 12 a 20, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Hasta el 24 de marzo. Entrada: $9000.