Casi en la esquina de Rosales y Padre M. Ashkar, en el barrio fabril de Villa Lynch, hay un portón de hierro que no dice nada. Adentro, vive un grupo de piedras de entre 120 y 200 millones de años de edad. Su forma de rectángulos cuadrados no es ocasional: diariamente, son el lienzo principal de más de 150 artistas, que ponen en penitencia por un rato su afán de invención, y se subyugan cómodamente a las leyes de su herramienta. Como niños aprendices, escuchan a alguien más sabio que uno, y aprenden un principio invaluable: el de la pausa. Detrás de ese portón está el Centro de Edición de Buenos Aires, una institución argentina que desde 1997 se encarga de promover, difundir y comercializar la litografía artesanal sobre piedra. Pero sobre todo, de mantener viva la memoria de las piedras.
Revelar
Al principio está la galería, y detrás, el taller. Las chicas (casualidad o no, todas las artistas que están trabajando son mujeres) toman mate y escuchan la radio. Cada una está en lo suyo, metida dentro de su propia piedra, dibujándolas, pintándolas, barnizandolas, copiándolas. Pero todas escuchan lo que la piedra tiene para decirles.
"La piedra tiene una alquimia que siempre cambia, que puede darte cosas inesperadas. Creo que lo más difícil es eso, ir aceptando lo que te da la piedra. Es distinto a todo", dice Stella Redruello, que asiste al taller desde 2018, y se enteró por una amiga que se lo recomendó por su pasión por "diversificarse" y "desestructurar". Acuerda con sus compañeras de mesa en un punto: que la fascinación por la piedra consiste en la convivencia con lo imprevisto.
“No necesariamente los resultados son los que pensas. Intervienen muchos factores. La temperatura, la intensidad. La frustración es muy fuerte. Tenés que ir adaptándote. Reaccionando. Nunca sabés...", no puede terminar la idea Ana Maria Cerezo, otra de las artistas, porque cerca suyo está ocurriendo la magia. Todas se dan vuelta para mirar la prensa de hierro antigua, original, de aproximadamente 1840, sobre la que se apoya la piedra que producirá el fin del recorrido: la impresión en papel.
Algas petrificadas por siempre, las piedras de Bavaria (una cantera aún activa es su lugar de nacimiento) son las únicas que sirven en el mundo para la litografía. Están compuestas mayoritariamente por cal, además de nitratos, magnesio, minerales, hierro. Al ser 70% calcáreas, tienen la proporción perfecta de cal para ser lienzos. Si la piedra fuese pura cal, al dibujar sobre ella, se partiría. Pero gracias a las condiciones milagrosas de millones de años, la erupción un volcán, y algas que se petrifican, se generó el porcentaje justo de dureza y blandeza, que hace que todo material que se dibuje sobre la superficie sea absorbido por la piedra, guardada, y posteriormente, estampada. No existe, en la litografía, bajo relieve: cuando uno humedece con el rodillo donde está el agua, la tinta lo rechaza, y se une con la tinta. La copia es lo que la piedra recuerda, lo que lee de aquello que dibujaron sobre ella, y que es devuelto en forma de copia. Por eso, las chicas festejan cuando sale la impresión. La piedra leyó, escuchó, y devuelve, aunque su propia versión de las cosas.
"Tan sensible que si vos le pones un dedo, le queda tu huella. Si vos hablás muy cerca, tu escupida se marca en la piedra. Si vos respirás muy al lado, la respiración, el calor de tu respiración, también te lo engrasa. Cualquier gesto queda ahí grabado", dice Natalia Giacchetta, creadora del Centro y quien sostiene en alto la recientísima impresión que devolvió la piedra. La escudriña junto a su autora y le da indicaciones. No deja de moverse mientras habla, paseandose por las mesas de trabajo, respondiendo algunas dudas y creando otras nuevas. La estrecha relación que tiene cada artista con su piedra tiene una variable que hay que seguir de cerca: la memoria de la piedra.
"Cuando vos dibujás una piedra, la dibujás, la imprimís y después la tenés que pulir. Agarrás y la pulís. Después viene otro artista y dibuja arriba. La dibuja, la imprime y la vuelve a pulir. Después venís vos, dibujás encima, imprimís y la vas a pulir. La pulís y la pulís. Y cuando me toca a mí, aparece lo del otro artista. No lo tuyo. Y no hay razón lógica, es porque sí", relata Natalia. Las piedras que están en el Centro de Edición son las mismas que estaban en las imprentas del país, cuando la litografía era de uso masivo, y devolvía miles y miles de copias. Todo aquello quedó guardado en la piedra como recuerdo, como memoria y, según Natalia, puede aparecer en cualquier momento. Esa aleatoriedad es lo que persigue hace muchos (muchos) años.
Estar y no estar
Cuando tenía quince años, una profesora le leyó la vocación, y la recomendó a una artista que necesitaba un asistente. Así fue como una vez por semana iba desde San Martín a San Telmo, donde quedaba el taller de la artista Lucrecia Orloff, una de las primeras litógrafas de Argentina. Junto a Gabriela Aberastury, fundan el Taller Litográfico AXA. "Pero era un taller, no un centro de edición. Le enseñaban el oficio, pero no podían hacerlo ahí. Yo quería que la gente pudiera hacerlo, armar un espacio donde hubiera editores, como los hubo siempre en todo el mundo. Donde los artistas puedan venir y trabajar su obra. Y así empezó", dice Natalia, que a los 19 ya tenía armado su taller de grabado.
El año que viene, van a ser casi treinta años de la apertura del Centro de Edición. La galería, la otra pata del espacio, veinte. Su apertura se dió naturalmente, por la cantidad de producción, con la fuerza que les daba la idea del "salgamos al mundo a mostrar lo que hacen los artistas argentinos". Hoy en día cuentan sobre sus espaldas con más de 150 ferias en todo el mundo, 300 muestras. Constantemente viajan, llevan, muestran, difunden. Son los únicos representantes en el país de la obra gráfica de nuestros más importantes artistas como, por ejemplo, León Ferrari, y tienen en su acervo obras de Clorindo Testa, Luis Felipe Noé, entre otros. Imposible adivinar que eso se esconde detrás de un portón en el barrio de Villa Lynch.
"¿Viste Jim Morrison, el de The Doors, que cantaba de espaldas? Siempre fue esa la idea. Estás, pero no estás. Sos de todo, pero no sos nada. Somos un grupo y no somos nadie. No hay nada, pero hay todo. Entonces, todo es perfecto. Acá llegan los que tienen que llegar. Y los que no, no te hacen perder el tiempo. Tuve un montón de opciones: poner galería en Devoto, en Recoleta, en Palermo, en Austria, en Miami. No es mi estilo. No me gusta mucho que el ego me gane. Aca viene quien nos encuentra. Muchas veces viene gente de todo el mundo a buscar obra de León acá. Que vengan. Tampoco es que estamos dentro de una mina", dice, como de un tirón.
La misma hoja
A pesar de no pensarse a partir de ningún opuesto, el aspecto contracultural del Centro de Edición es tan concreto como sus piedras. En la contemporaneidad, era de la inteligencia artificial, donde el principio es la rapidez, lo inmediato y lo simple, la piedra pide paciencia. "En la piedra, los errores son parte de la verdad. Yo creo que en este momento esto es aún más que importante. Es algo imposible de replicar de manera tecnológica. Pensar que en la piedra sobre la que estoy trabajando quizás hace muchísimos años se redactaban noticias, propagandas, quién sabe qué. Son testigos del desarrollo de la humanidad", dice Sandra Astuena, otra de las artistas.
Quienes trabajan con las piedras del Centro de Edición comparten la misma hoja. Como mencionan todos (o todas), formar parte de una alquimia litográfica es ponerse de costado, es hacerse a un lado, parar la oreja, y escuchar. "Es una transformación de la materia: de la materia física a la materia espiritual. Y así se termina armando esta historia, que es esta tradición. Esta tradición es un concepto. No es solamente una marca o una firma. Es un concepto que va de la mano con esto. Con honrar a los ancestros, que son nuestras piedras. Es generar un vínculo con la materia, para que nosotros podamos ser un canal transportador de ideas. Y una hermandad de personas que tienen los mismos objetivos", concluye Natalia.
Ahora, en la galería está exhibida la muestra "Conversaciones", que termina la primer semana de marzo, y consiste en una exhibición de obras de más de 150 artistas. La litografía está presente en todas, pero es posible observar las más variadas técnicas de intervención del original: acuarelas, óleo, collage, y hasta textiles, entre otras cosas. Por otro lado, la primera semana de abril inaugurarán una muestra de Humor gráfico, que tendrá originales de Quino y de Patoruzú, tiras de Meiji, entre otros grandes. Para el año que viene ya están planificando una gran muestra de toda la obra gráfica de León Ferrari, en el Palacio Belgrano-Otamendi de San Fernando. Y después, quién sabe. La piedra es el límite.