Siempre rodeado de amigos y anécdotas, Alejandro Arroz puede detenerse a conversar e intercambiar pareceres de la vida cuantas veces sea necesario con la satisfacción de haber concretado un nuevo capítulo en su extenso anecdotario.

Perteneciente a una generación de artistas que crecieron profesionalmente al calor de los nuevos aires democráticos, y siendo puente generacional entre “los clásicos” contemporáneos salteños y las nuevas generaciones, hoy, luego de años de trayectoria, es referencia ineludible al conversar sobre la historia del cine y la cultura, siempre con una mirada que no despega los pies del barro, del pueblo, y de todo aquello que late y conmueve.

A sabiendas de antemano que será imposible parar el grabador a tiempo y que la transcripción de la charla nunca podrá abarcar la rica experiencia de vida que propone Alejandro Arroz, el intercambio deriva entre su niñez, la adolescencia rebelde, los primeros pasos en el cine, el descubrimiento de sus raíces afro y la constante búsqueda a través de la cámara por retratar todo aquello que lo/nos constituye como identidad situada en este confín del mundo.

-¿Quién es Alejandro Arroz?

-Soy una persona curiosa a la que le interesan las culturas diferentes, que me he podido meter en una búsqueda de la identidad personal, con identidades diversas, como los pueblos originarios, los afrodescendientes, también culturas de otros países como Cuba, a donde viajé nueve veces. Entonces creo que soy un curioso que todavía no sació su curiosidad.

Alejandro, año 1966 aproximadamente (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Contame de tu infancia, como era ese lugar, cómo fueron tus primeros años de vida.

-El lugar era ideal, fue el barrio de Villa Las Rosas, donde tengo todavía mi casa, y cuando éramos niños no nos dábamos cuenta que vivíamos al frente de la cárcel. Mi casa está justo frente al paredón, en diagonal está el Neurosiquiátrico y en la esquina el Tiro Federal. En aquellos años se hacían cosas muy crueles como el tiro a la paloma viva, y nosotros con una banda de chiquitos de entre 8 y 12 años iíbamos a rescatarlas. Generalmente no las podíamos salvar porque les habían metido un escopetazo, pero salíamos a rescatar esas palomitas malheridas. Y atrás de mi casa estaba el cerro, entonces como niños teníamos para subir a los cerros, hacíamos excursiones. Y también siendo niños participábamos en Ciudad de Navidad, yo salí como cinco años de ángel hasta que me recibí de pastor, porque después de los 12 ya no podía ser más ángel. Y también la experiencia de vivir en un barrio con calles de tierra, con sapos, las casas todas conectadas con alambrado y con esas cosas de los vecinos de aquella época donde era era muy seguro andar en la calle jugando. Pero todo esto se combinaba con que mis abuelos maternos vivían en Deán Funes y Leguizamón, zona céntrica donde había nacido mi madre. Entonces pasaba gran parte del tiempo ahí con el Club Gimnasia y Tiro atrás, con esa otra forma de vida.

(Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Y tu adolescencia, ¿cómo la transitaste?

-Nunca me gustó estudiar, eso hay que decirlo. Yo estudiaba en el Colegio Belgrano y después ingresé, vaya uno a saber por qué, a la Escuela Técnica, y ahí descubrí que soy un inútil para todas esas cuestiones mecánicas, manuales, carpintería, herrería, esas cosas. No me gustaba estudiar y en el primer año, que eran 16 materias, me llevé 13, las rendí a todas y en el segundo año me llevé ocho, y si bien las volví a rendir, era mucho. Ahí tuve un profesor muy interesante, Ramón se llamaba, que un día me saca del taller y me agarra el brazo, yo pensé que como siempre me portaba mal me queria pegar, entonces mirándome me dice, "vos no servís para esto, le estás quitando el lugar otro chico que sí quiere estudiar un oficio. Capaz que vas a ser un buen médico, un buen abogado, pero no vas a ser ni tornero, ni carpintero, ni electricista, ni ingeniero, te lo aseguro". Entonces eso me hizo pensar y al año siguiente me cambié a un bachillerato y a mitad de año decidí estudiar música. La música, guitarra clásica, siempre me gustó. Así que hablé con el director de la escuela y le dije, "yo voy a venir acá y voy a rendir libre", y como estaba acostumbrado a rendir muchas materias, mis viejos me permitieron que me meta en escuela de música donde tuve un profesor excelente, Eduardo Corces, y compartí también esa época de estudio con un guitarrista que ahora es un genio reconocido internacionalmente, Pablo Márquez. Rendí hasta el quinto año y me saqué la secundaria de encima, que no me gustaba, no me gustaba ir al colegio, no me gustaba lo que se enseñaba, no me gustaban los docentes, porque además en esa época era plena época del gobierno militar y teníamos unas materias espantosas, encima mi padre era sindicalista de la Asociación Bancaria y, por supuesto, estaba escondido, perseguido, clandestino, y yo tenía que escuchar cada cosa que decían en una materia que se llamaba ERSA, Estudio de la Realidad Social Argentina, donde había un rumor de que quien dictaba esa materia era un integrante de la SIDE que iba ahí a buscar razones para allanar. Así que con la música me fue bien, pero como también me gustaba viajar, a los 18 años comencé a viajar por la Quebrada de Humahuaca solo, y como había tomado el tema de la guitarra con mucha seriedad, tenía que viajar con la guitarra siempre, hacer digitación a la mañana, a la tarde, y ya después cuando viajaba en avión se complicaba el tema de la guitarra, así que me di cuenta que ser un concertista de guitarra era muy esclavizante, más si además te gusta viajar y conocer otras culturas. Ahí decidí dejar la música.

(Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-¿Es cuando empieza la etapa del cine?

-Claro porque estaba esperando que la dictadura termine, no quería estudiar cine en medio de la dictadura, y la verdad, no sé cómo se me ocurrió estudiar el cine, no me acuerdo cómo tomé esa decisión, ahora lo que sí, veía muchísimo cine, iba al Hogar Escuela y me veía tres películas todos los domingos y los sábados me llevaban a los cines del centro a ver mayoritariamente western, un género que hasta ahora me atrapa y me gusta mucho. Y me fui a Buenos Aires a estudiar, entré a trabajar en el Banco Provincia y con eso solventé mi carrera, no podía estudiar en el ENERC porque los horarios eran bastante estrictos y no te daban tiempo para trabajar, y estudié en el Centro de Estudios Cinematográficos de un realizador excelente que se llama José Santiso. Salía del banco y me iba de 18 a 23 a estudiar cine. Ahí me entusiasmé tanto con el cine que empecé a adelantar materias, y como todo lo que tenía que hacer los fines de semana estaba relacionado con el cine, con la práctica del cine, con el primer aguinaldo me compré una cámara Super 8 y comencé a filmar. Siendo estudiante me ofrecí de cara rota para hacer un documental sobre Poesía Abierta, había muerto el creador del ciclo y yo conocía a la viuda, había ido un par de veces a escuchar poesía y les dije a algunos integrantes, "Hagamos una película”, de audaz, absolutamente de audaz, y me dijeron que sí, les respondí que ellos la produzcan, que compren los rollos, que yo ponía la cámara, todo mi trabajo gratis. Ahí comenzó un poco todo.

Primer reportaje. Año 1986 (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Sos de una generación que empezó a crear post dictadura, a tener otro vuelo, otra apertura, participando en películas como La Deuda Interna, icónicas del cine.

-El primer contrato que firmo para hacer una película-cortometraje se llamaba Corazón de Tango, en el 85. Y haciendo aquello como director asistente podía elegir todos los técnicos, y había visto una película de Teo Kofman, una de las primeras post dictadura, que se llamaba Perros de la Noche, y me había encantado la luz. Entonces averigüé quién era el director de fotografía, lo convoqué y lo contratamos. Y este director de fotografía era Julio Lencina, que fue un amigo entrañable hasta que se murió hace un par de años. Hicimos la película y a los meses me llama y me dice, "¿Querés integrar el equipo de La Deuda Interna?, una cosa impresionante, más teniendo en cuenta que en esa época la ley de cine no estaba funcionando, o sea que para filmar todo era muy complejo. Obviamente, le dije que sí y resultó que La Deuda Interna ganó el Oso de Plata en Berlín, la película se vendió como en cien países. Así arranqué un poco en grandes producciones. Por ese tiempo se había lanzado una convocatoria de la Fundación Antorchas, me presenté al concurso, gané y con eso pude hacer A'hutsaj, Rito prohibido, documental donde me metí en Santa Victoria a filmar. En ese año a A'hutsaj la eligen en competencia oficial en el Festival Internacional de Cine de Huelva y como venía el año internacional de los pueblos indígenas en 1993, la ONU decidió auspiciar mi obra sobre ese tema. De ahí me invitaron a Madrid, luego a París a mostrar el material y hacer debate, fue una experiencia fantástica. Ahí renuncié al banco y me vine a vivir a Salta, porque siempre la idea fue terminar y volverme, y porque además todo lo que hacía era filmar en estos lugares.

(Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Volviendo a Salta, fundaste un taller anual de cine, el Cine Club de los Miércoles, ¿cómo es hacer y sostener el cine desde el norte?

-En algunos casos es más fácil porque no tenés que competir con las grandes productoras de Buenos Aires, pero pensando en el taller, lo traje como una idea cuando volví a Salta en el 94, aunque recién lo pude fundar en el 2000. En el medio hice uno en en la UNSa, en el 95, que tuvo cien inscriptos, había una gran avidez porque nadie enseñaba cine en la región. De hecho, en el 96 descubro que había fondos de INCAA para armar festivales en las distintas provincias y que Salta los estaba recibiendo y no los estaban usando. Entonces como ya habíamos hecho la película con Lucrecia Martel, Rey Muerto, que era su primer logro importante con el INCAA, fui y hablé al que era el director de Cultura y le dije, "Mire, yo sé que acá hay plata que no se está usando para lo que se tiene que usar que es una muestra, "¿y qué podemos hacer?", me dice, a lo que respondo: “hay un corto salteño que se filmó acá, hagamos como paso inicial a una semana de cine el estreno de este corto que es Rey Muerto, y la traigamos a Lucrecia que ya estaba en Buenos Aires”. Finalmente, organicé todo, Lucrecia no pudo venir, pero me contactó con gente de su confianza y estrenamos Rey Muerto con fondos de la provincia. El gobierno ya cambiaba al año siguiente entonces fui con el mismo argumento a charlar con la nueva autoridad de cultura, "acá hay fondos específicos para hacer…", y así nace la primera semana del cine en Salta que se hace dese el año 97 y se sigue haciendo hasta ahora.

Junto al "negro" Ramírez (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

También en esa época me llamaron para que abra la carrera de Productor y Director para Radio y Televisión del ISER dentro de la Universidad Católica. Vino el director, charlamos y me puse en la tarea de crear la carrera que también sigue hasta ahora y de donde salieron un montón de realizadores. En el 2000 ya creé el taller de cine, que sigue hasta el día de hoy, con la idea de enseñar y producir y que los alumnos sean parte de los equipos de producción. Así se hizo con Luz de Invierno, que fue la primera película que hicimos, con Pallca que fue la segunda y con el documental Sikuris en Punta CorralY otra pata importante es la creación del Cine Club de los Miércoles, junto a Matilde Casermeiro, que tuvo 15 años de permanencia, el cual dimos de baja hace dos años cuando vimos que la nueva forma de ver películas cambió, mutó en el mundo y a la gente le cuesta ir a una sala, además que nos costaba que todo eso fuera gratuito. Entonces la creación del cine club de los miércoles es un hecho importante porque todos los miércoles, de marzo a noviembre, programábamos ciclos temáticos, nacionales y extranjeros. Esa también es una pata más de la actividad audiovisual. Enseñamos, producimos y mostramos.

Cine Club de los Miércoles (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Es imposible no preguntarte sobre el vínculo que estrechaste con Cuba, ya lo decías al principio, viajaste nueve veces, filmaste sobre de la vida de Alberto Granado, sobre Alberto Castellanos, ¿Cómo surge o se abre ese camino?

-Eso fue casual también, yo no elegí ir a Cuba, mucha gente me acusa de procastrista, guevarista, y nada que ver. Tengo mi ideología, respeto muchísimo a la Revolución Cubana y sus logros, pero no fui por eso, fui porque en Salta se estaba armando una fundación que se llamó El Imaginadero, donde había un montón de artistas muy piolas como Silvia Katz, Pachula Botelli, y muchos otros grandes artistas. Ellos necesitaban hacer un depósito en el banco hasta que salga la personería jurídica, y yo estaba haciendo la postproducción de documentales y tenía plata guardada porque era para la etapa final y para eso faltaba un montón, entonces la presto y se arma la fundación, salió la personería y me devolvieron la plata. Yo no formaba parte de la fundación pero en ese ínterin sale una oportunidad donde les iban a dar pasajes para un intercambio cultural con Cuba entre pintores y poetas, e iban a viajar un montón de personas de la fundación. Finalmente, las promesas fueron que solamente había dos pasajes, uno de los compromisos era que la presidenta de la fundación, Jenny Teruelo, viaje. Y tenían que sortear el otro pasaje para ver entre todos esos artistas quién iba a ir, y en un cónclave que hicieron, decidieron que ese pasaje me lo den a mí por haber puesto esa plata en depósito para que la fundación nazca. Así aparezco en Cuba. Sabiendo que viajábamos hicimos una colecta de obras de autores salteños de todo tipo, libros, CD de música, yo llevé los 10 documentales que había hecho sobre Salta, hicimos un acto y luego actividades en el Parque Lenin, todos relacionados con las artes plásticas. Pasé un mes allí viendo cosas que no era para turistas, haciendo actividades que ninguna eran para turistas y quedé fascinado.

Un gran amigo cubano, Rudy Fernández, era muy amigo de Alberto Granado, y un día me hacen una broma en una fiesta, me traen un viejito y lo sientan al lado mío. Quedamos solos mientras yo estaba haciendo empanadas y entonces empieza a hablarme. Yo lo miraba y decía, "No habla como cubano, pero tampoco es turista”, hasta que finalmente salen todos que estaban confabulados y dicen, "Alberto, ¿ya le dijiste quién sos?". Y yo seguí sin saber quién era, cuando me dijeron que era Alberto Granado ¡me quería morir! es que todas las fotos que tenía de él eran las de Alberto con el Che, joven, de bigotito, y acá ya casi un anciano, tenía 80 años. Charlamos muchas veces y él me contaba todo lo que había hecho en Cuba y yo decía, "Todo el mundo cree que solo es el chico de la moto, nada más”. Entonces le decía que teníamos que hacer un documental para que se vea todo lo demás que él había hecho en Cuba y que seguía haciendo al margen del viaje en moto. Me dice, "Mirá, justo ahora no voy a poder porque me contrató Walter Salles para hacer Diario de Motocicleta y tengo que asesorar todos los días, pero termino y hacemos tu película". Y así fue, me llamó en el 2006 y me dice, "ya estoy listo, hagamos la película", inmediatamente me fui para La Habana y empezamos a planearla. Hice algunas tomas ahí, después volví y me fui con el Negro Ramírez como sonidista y empezamos a filmar y grabar. Allí Alberto Granado me presenta a Alberto Castellanos (amigo y custodio del Che Guevara y participante del EGP -Ejército Guerrillero del Pueblo-, junto al periodista Jorge Ricardo Masetti en Orán) y me cuenta cuando se fuga de la cárcel de Villa Las Rosas. Entonces junto a Granado comienzan a tener un intercambio que nos pareció interesante grabarlo. Terminamos también en la casa de Castellanos y me empieza a contar que él de Salta solo conocía un cerro que veía cruzando “los dientes de la cárcel” donde él estuvo preso. Y le digo, "la cárcel era al frente de mi casa", a lo que me responde, "Yo ahí aprendí a jugar fútbol". Él había estado entre el 64 al 68, justo la época en que yo estaba en la calle todo el tiempo. Y hay un hecho que fue fundacional para la película que despues hago de Alberto Castellanos cuando me dice que él se tenía que hacer pasar por peruano, nunca descubrieron que era cubano y menos ayudante del Che. Entonces, aprendió a jugar al fútbol ahí y varias veces la pelota salía y caía afuera, y cuando caía afuera los guardiacárceles nos decían a los chicos que andábamos por ahí que la tiremos de vuelta para adentro. De ese hecho, de la pelota que salía de la cárcel y que nosotros la devolvíamos, esa conexión, sabiendo que ahí había estado Alberto Castellanos yo le decía, "contame más”, y me empezó a contar que en su casa se casó el Che, que le enseñó a manejar, que fue su chofer y dije, "acá hay otro documental". Entonces saqué la conversación de Granado y Castellanos del documental de Granado e hice la película sobre Castellanos por un lado y la de Granado por otro.

Castellanos, en la Selva de Orán, lugar de operaciones del EGP (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

- Aparte de todo este recorrido, tenés muchas otras películas y cortometrajes que plantean una intersección entre lo nacional y lo originario. ¿Cómo nace esa inquietud, esa búsqueda?

-Siempre tuve una curiosidad grande pero también una búsqueda sobre la identidad, “¿que somos?”, yo no encuentro todavía esa respuesta a qué somos en este lado de América, ¿somos de pueblos originarios, somos europeos, somos afrodescendientes?, entonces la búsqueda de la identidad propia me llevó a bucear en otras identidades. La que primero me impactó hasta el día de hoy, es la del Pueblo Wichí, porque el Pueblo Wichí con toda la marginalidad social que tiene, el racismo estructural que hay sobre ella, tiene una identidad muy pero muy fuerte. Todo lo demás es una búsqueda que tiene que ver con eso, con la identidad, con qué somos, qué hacemos en esta parte del mundo, qué buscamos, y como todo esto sigue cambiando, los temas van a seguir saliendo siempre.

-Hablando de la identidad, hace un tiempo te topaste con tu identidad afrodescendiente. Contame cómo es que llegás a ello.

-Nació en el 98, 99, revisando unos álbumes de fotos con mi madre cuando aparece la foto de un cura negro y pensé que era un misionero de África, o algo así, y me dice “este es mi primo Batule”, entonces descubro que hay una parte de la familia que es negra. Obviamente que todo toda la familia lo niega, pocos son los que se reconocen, pero en un momento dado se muere una de las tías de mi madre, la tía Clarita, los nombres son muy particulares porque esa tía se llamaba Clarita y era hermana de mi abuela que se llamaba Blanca, y nos hereda, nos lega todo su álbum. Empiezo a ver fotos de mi abuela no tan producida, porque no la conocí y había visto dos o tres fotos que ella tenía, muy elegante, en donde se escondían los rulos, se escondían las motas. Entonces veo que son todos negros los de esa rama y poco a poco empiezan a mezclarse también y se ven los cruces. Hay una foto muy linda donde son todos negros en un patio salteño y un rubito chiquitito que parece que lo secuestraron en el Harlem y no, en esto de casarse siempre los Ovejero Paz que han hecho una estrategia de supervivencia, que yo obviamente no los culpo porque nadie quiere autoreconocerse descendiente de esclavos, porque no son migrantes, son los que los trajeron esclavizados. Entonces se casaron siempre con blancos y tuvieron una alta educación, todos son abogados, escribanos, escritores, algo que siempre me pareció una buena estrategia para poder zafar de los dilemas del racismo estructural. Y a partir de ese álbum de fotos ya empiezo a indagar más y con uno de mis tíos, Patricio, que es el único que se prende a contarme todo, tuvimos largas charlas e hicimos el proyecto Blanco y Negro.

Familiares afro de Arroz (Imagen: gentileza Alejandro Arroz)

-Decías que sos curioso, inquieto y que seguís indagando. ¿Hacia dónde camina hoy entonces Alejandro Arroz?

-Estoy en varios proyectos, el de Poesía Abierta, que se va a estrenar ahora la remasterización del corto que tengo filmado de aquellas épocas; también hay un proyecto dando vuelta con una cuestión futurista donde quizás sea en mi primer película en inglés, decidí hacerlo todo en inglés; y lo más próximo es que estamos trabajando desde hace mucho tiempo, hace más de 20 años, con la Casa Taller de Jorge Hugo Román. Así que estoy preparando un largo documental, que va a ser seriado en capítulos, que se va a llamar a Jorge Hugo Román 100 años, porque este año cumpliría cien años. Esas son las cosas en las que estoy trabajando ahora, son varias, pero en el fondo todas tienen que ver con lo mismo.