Aún estoy aquí devuelve a Walter Salles a la gran pantalla y a la ficción. El director de Diarios de motocicleta y On the Road no estuvo ajeno al cine, pero sí de la ficción a gran escala. Si bien hubo un documental dedicado al cineasta chino Jia Zhangke además de participaciones en films corales, el nombre del director brasileño, que saltara al reconocimiento internacional con Estación Central (1998), pareció estar un tanto recluido. En todo caso, las películas surgen cuando las condiciones lo permiten, y un film como Aún estoy aquí parece destinado a ser uno de los mejores títulos en la obra del cineasta.

De todas maneras, hablar de ficciones y documentales resulta, en el caso de un director como Walter Salles, un tanto innecesario, habida cuenta de que muchas de sus películas están construidas desde una mirada siempre documental, más allá de la ficción que puedan conllevar. Aún estoy aquí está dedicada a la historia del ingeniero brasileño Rubens Paiva, secuestrado y detenido por la dictadura militar de su país, en 1971. Basada en el libro Ainda Estou Aqui de Marcelo Rubens Paiva, el film recrea los hechos en la vida del ex diputado, a partir de su detención, y el derrotero de vida familiar que la esposa, Eunice Paiva, llevara adelante. La ficción le permite a Salles poner en escena hechos reales y aberrantes, y también otros, luminosos, gracias a la figura de Eunice, a quien la película le dedica su admiración.

Lo que podría amenazar con ser una revisión argumental lineal y descriptiva, Salles la convierte en una puesta en escena que transita tres grandes momentos. El primero y más importante es el que se ubica en Río de Janeiro, a principios de la década de 1970, cuando la rutina de playa, Navidad y verano, se vea alterada con la detención de Paiva. La familia es numerosa, la casa tiene las puertas abiertas para recibir amistades de manera diaria; los días en la vida familiar de los Paiva son de música y sonrisas, aun cuando la peor cara sea la que gobierne. A la manera de un moscardón negro, los tanques y las requisas amenazan el color ámbar del film: la decisión tonal tiene que ver con la textura del cine de los ’70, pero también con la del Super 8 con el cual una de las hijas registra lo cotidiano; el tono cálido, enrarecido con el peso oscuro de lo militar, prefigura lo que habrá de suceder.

El segundo momento salta 25 años, tras el abandono de aquella casa idílica y la decisión de Eunice de volver a sus estudios universitarios. Será el momento feliz, cuando la abogada consiga que el Estado certifique la defunción del marido. Y el episodio final, que llega a 2018, año del fallecimiento de quien se convirtiera en referente y activista de los derechos humanos y de los pueblos originarios. En todos los casos, la fotografía de la película variará y será en función de la textura de imagen de cada época.

A grandes rasgos y desde una narrativa mesurada, Salles sobrelleva un retrato de afecto y de dolor, a partir de la figura de Eunice Paiva, espléndidamente interpretada por Fernanda Torres. Es en ella en quien la película descubre los matices, en quien avizora lo que podría suceder; es ella quien adquiere la voz con la cual sobrellevar no solo el dolor de toda una familia -las preguntas de los hijos, la cotidianeidad alterada, la ausencia-, sino la templanza para saber decidir, accionar y enfrentar al terrorismo de estado. La película no está dedicada a construir un personaje de tinte legendario o cariz similar -que cierto cine subraya desde ángulos determinados y música elocuente-, sino, antes bien, la tarea mancomunada de Torres y Salles delinea el personaje de una mujer que acciona conforme a su convicción. La película es una carta de admiración a tales convicciones.

Salles es un director de grandes películas.
 
 

 

Esta convicción es también la de un director que decide poner en pantalla un dolor social, que está lejos de haber sido resuelto, y que posee ecos similares en la historia argentina. Cuando el periodista de turno le pregunte a Eunice sobre por qué indagar en el pasado antes que mirar al futuro, su respuesta explicita lo que el film mismo ha puesto delante de las narices del espectador. Lo hace de manera cuidadosa, a partir de un nubarrón metafórico y literal, que cubre de manera progresiva la vida de los Paiva; quienes, sin embargo, eligen sonreír: al revés de la directiva del fotógrafo de prensa, los Paiva sonríen ante la cámara, y asestan un golpe ético, que perdura. Esa y otras fotos, Salles las recrea, les da corporalidad, las interviene y hace dialogar con las historias contenidas en el libro de Marcelo Rubens Paiva.

El film cae en un abismo y sale luego a la superficie. Y acompaña a Eunice en su viaje al infierno: encapuchadas, Eunice e hija serán detenidas e interrogadas; fuera de cuadro, se escuchan los gritos de tortura. Parece uno de los momentos de Roma, ciudad abierta, cuando los nazis apresan al cura que interpreta Aldo Fabrizi; de manera similar sucede cuando Eunice y sus hijos se permitan tomar un helado en medio del dolor, entre mesas donde el horror parece no hacer mella. ¿Quiénes podrían sospechar lo que les sucede? Peor aún, ¿les interesaría?

Aún estoy aquí culmina feliz en su ratificación de la memoria y de la pelea que ésta significa. Nuevamente, una foto familiar corona la reunión y el film. Fotos que son, en última instancia, maneras metafóricas de aludir a los vínculos de toda una sociedad. En estas imágenes, aun con el dolor de lo vivido o a propósito de éste, las sonrisas prevalecen.

Aún estoy aquí   8

(Ainda Estou Aqui)

Brasil/Francia, 2024

Dirección: Walter Salles.

Guion: Murilo Hauser, Heitor Lorega.

Música: Warren Ellis.

Fotografía: Adrian Teijido.

Montaje: Affonso Goncalves.

Intérpretes: Fernanda Torres, Fernanda Montenegro, Selton Mello, Valentina Herszage, Luiza Kozovski, Maria Manoella.

Duración: 135 minutos.

Distribuidora: UIP.