Por unos días el viento fue la medida de nuestro placer. Si había o no, si era frío, tibio, leve o moderado. Si estaba insufriblemente fuerte, capaz de levantar arena, y hasta sombrillas y carpas o apenas nos acariciaba los pómulos.

Había que mirar el pronóstico del clima y ver la pestaña del viento: del este, sur… los kilómetros de fuerza con los que llegaría.

El norte era mi favorito en esos días