Si bien se acercaba el desenlace, nadie sabía cómo terminaría. De pronto, The Chemical Brothers cortó la música, y las luces se apagaron. Lo que sorprendió a esa muchedumbre enardecida, todavía con aguante, tras casi tres horas de performance. La cosa no podía terminar abruptamente, hubiera sido una injusticia. Y para alivio de todos no pasó. Lo que el dúo pretendía era usar ese bache de impulso para disparar “Star Guitar”, hit de su autoría que, al igual que el viaje en tren que sostiene a la trama de su video (dirigido por el cineasta Michel Gondry), surca a través de los sentidos como si fuera una excursión espacial. Pese a que el track fluye en clave de post disco, nace a partir del big beat: género electrónico sincopado que estos ingleses patentaron hace 30 años, y al que retornaron apenas la locomotora llegó a destino.
A continuación, el big beat se fue evaporando hasta mostrar su dermis más rítmica, más breakbeatera, estableciendo un dialogo con la tradición musical de la región de Punyab. Lo que inmediatamente evocó al movimiento de la New Asian Underground (confeccionado por descendientes de indios y paquistaníes en el Reino Unido que se atrevieron a revolucionar su cultura milenaria), al tiempo que dejaba evidencia que el legado sonoro de los 90 sigue siendo tan moderno como vigente. Por más que se hizo hincapié en que el laboratorio dance confeccionado por Tom Rowlands y Ed Simons volvía este sábado a Buenos Aires para hacer un DJ set, a 10 años de su último desembarco local, su curaduría musical recurrió su cancionero en un montón de ocasiones.
A diferencia de sus tres anteriores desembarcos porteños, en los que ofrecieron live set (lo más parecido a un recital en el lenguaje de la electrónica), ésta fue la primera vez que los de Manchester actuaban acá en plan de DJs, sustituyendo a los sintetizadores y demás chiches por las bandejas. Hasta en ese formato son muy buenos, amén de coherentes. Aunque no necesariamente un productor musical del palo es un DJ con experticia, los Chemical Brothers sí lo son. De hecho, desde sus inicios alternaron las cabinas con los estudios de grabación, y hasta publicaron al menos un par de discos en los que dan muestra de su arte para poner a bailar al público en un club. No obstante, en esta ocasión el aforo era un espacio más grande. Y es que la electrónica para estadios de cierta forma es un invento de ellos.
No es la primera vez que se organizan eventos orientados a la música electrónica en el Autódromo porteño, pero los que se realizaron ahí siempre apuntaron a las grandes multitudes. Éste no fue el caso, incluso es lo más parecido a una fiesta boutique que se haya llevado a cabo en el sur de la ciudad, lo que le inyectó otro tipo de mística. Una más colectiva, armoniosa y simétrica, de lo que pueden dar fe las 15 mil personas que asistieron en la noche del sábado a esta celebración: de las mejores que sucedieron por estos lares tras el fin de la pandemia. Antes de que la dupla se subiera al escenario a las 23, un exquisito warm up le dejó caliente esa pista de baile al aire libre. Comenzando por la banda platense Peces Raros, la actual sensación del dance patrio, a la que le siguió la DJ y productora francesa Chloé Caillet.
Una vez que el tándem entró en acción, sonó “All of Sudden”, uno de los Lados B de su último álbum, For That Beautiful Feeling (2023), suerte de techno vigoroso que se transformó en la primera llamada de atención de que se venía un set no apto para espectadores pasivos. Lo que respaldó minutos luego el tema que le da título a ese disco: otra de esas maravillas que aúna su veta étnica con su debilidad por la psicodelia, sustentada por un bombo en negra galopante y, al mismo tiempo, con identidad propia. Ni siquiera cuando tomaban prestados tracks de otros artistas, como el vertiginoso “ghetto-tech” “Thumper”, del artista japonés Carpainter, los “hermanos químicos” se apartaron de su idiosincrasia sonora. Una por cierto de arraigo bien inglés, aunque cada vez más discotequera y menos rave.
Sobre el filo de la primera hora de set, apareció el remix de los productores ucranianos ARTBAT del himno del acto estelar de la jornada: “Hey Boy, Hey Girl”, al que mecharon con un ribete de “Girl, So Confusing’, de Charlie xcx. Más tarde pusieron a circular tracks propios, como “Electronic Battle Weapon 6”, “Hoops”, “Free Yourself” y “Fantai”, que alternaron con “What You Think”, del dúo también inglés Mant, y “Ghosts”, de Two Shell. En esa instancia de su actuación, Tom Rowlands y Ed Simons pasaron de mezclar a cuatro manos a turnarse los roles. En tanto uno elegía el siguiente tema, el otro agitaba. Y el público se prendía en cada acción, a pesar de que el calor y la humedad empezaron a tomar cada vez más protagonismo. Sin embargo, no sacaron a nadie del foco.
La última hora lo abrió la libidinosa “Live Again”, de su disco más reciente, y volvieron al big beat de la mano de su clásico “Let Forever Be”. Entre una y otra, metieron “Apokalypso 2, de Print Thomas. Pero el binomio decidió que la despedida sería con música suya. Y para eso apelaron por su éxito espectral “Swoon”, de su álbum Further (2010), del que también tomaron otro de sus temas icónicos: “Escape Velocity”, híbrido entre la psicodelia y lo progresivo. Es cierto que se extrañaron las visuales de los realizadores Adam Smith y Marcus Lyall, reemplazadas por una puesta más austera (las pantallas se explayaban desde el centro hacia los costados, sobre un tablado muy cercano al público), pero los Chemical, en contraste con sus últimos dos visitas, finalmente pudieron concretar un show sin inconvenientes.