En 2006 murió en Casablanca, Marruecos, la joven escritora Malika Moustadraf. Hacía años que sufría una enfermedad renal crónica, incluso había recibido un transplante. Durante su enfermedad, no recibió un apoyo sostenido o institucional. El escritor y compatriota Ahmed Bouzfour rechazó el premio literario estatal de Marruecos, entre otras cosas, por considerar vergonzoso aceptarlo mientras “se dejaba morir ante el silencio de todos” a Moustadraf. Ella solicitó una visa a Europa para tratamientos, que le fue negada, y los escritores marroquíes de entonces no hicieron presión ni lobby para ayudarla. Tampoco colaboró el deficiente sistema de salud del país. Al morir, Moustadraf tenía apenas 37.
Ahora la editorial argentina Selva Canela acaba de editar sus cuentos reunidos en el libro Festín de sangre: se trata de todos los que publicó la autora, tanto en libro como en revistas literarias. Además, en 1999, había autoeditado su única novela, Heridas del alma y del cuerpo. El libro de Selva Canela incluye una excelente nota de la traductora al inglés, Alice Guthrie (al castellano, el traductor es Youseff Boukhriss, nacido en Marruecos y residente en Santa Fe, donde trabaja como abogado).
Antes de avanzar en la figura de culto de Moustadraf, conviene comenzar con los relatos. Son breves, feroces y asombrosos, tanto en temáticas como en atrevimiento. Y aunque parecen sencillos, con el avance de la lectura queda clara su complejidad en la aparente mano alzada, un estilo de instantánea o de pequeña historia de vida. En “Treinta y seis”, el primer relato, el punto de vista es el de una chica muy joven cuyo padre, un hombre misógino y desagradable, recibe mujeres prostitutas y las maltrata. Ella, la niña, escucha desde su habitación. Esto sucede los sábados: ella va a comprar bebida para el padre y su amante: “No es el lugar donde suelo comprar nuestra comida. Con sus ojos rojos y lagañosos, el tendero inhala rapé, lo que le provoca un ataque de estornudos interminable. Luego se limpia la nariz con un pañuelo gris cortado de una bolsa de tela de harina, pegajoso, con mocos viejos. Abre el pañuelo, lo mira por un momento y lo guarda nuevamente en su bolsillo”. Es Casablanca y el relato tiene muchas notas al pie para explicar léxico y cuestiones culturales marroquíes, pero en los cuentos no hay exotismo forzado, sino un realismo urbano y en ocasiones marginal que es muy reconocible. “Simplemente diferente”, por ejemplo, sigue a una prostituta que yira por una avenida llamada Mohammed, como el Profeta. Podría ser cualquier avenida del mundo. Su interioridad también: “Me gustaría ir a casa, beber un poco de cerveza y comer un plato de mejillones con ají picante. Esa es la mejor receta para calentar a una persona en este clima helado”. La mujer que se prostituye sufrió ataques, una vez la pelaron, perdió todo su cabello. Cuando recuerda su infancia, en pequeños flashbacks, aparece su madre poniéndole lápiz labial y el padre, furioso, que grita “¡vas a arruinar a este chico!”. Nunca queda claro del todo si es una mujer transexual o una persona intersex -por ciertos detalles, sería esto último-, pero da igual en cuanto a lo que está tratando de contar Moustradaf: “Madonna, Elton John y Bouchaib El Bidaoui estarán todos en el infierno para hacerte compañía”, le dice un compañero del colegio. No tiene lugar en su sociedad, pero el tono no es lastimoso, hay desafío, valentía y una observación impecable del entorno. En estos relatos hay madres solteras que fantasean con el suicidio, esposas aparentemente modelo que, cuando el marido trabaja, tienen encuentros eróticos en internet -según la traductora Guthrie, estos relatos son de los primeros en registrar la vida online de mujeres marroquíes-, brujería para atrapar hombres, sueños de migración a Europa, insoportables viajes en colectivos calurosos, y también un personaje con insuficiencia renal que, aunque es hombre, refleja las experiencias de la autora y la burocracia de la salud. “Debe usted presentar un certificado de pobreza, un certificado que demuestre su enfermedad y bueno, hasta que llegue su turno será responsable y se hará cargo de todos los costos del tratamiento”, le dicen al enfermo.
El relato más brutal es “Briwat” (así se llama un tipo de empanada). Es la breve historia de una vendedora y su amigo de la infancia, los dos habitantes del mismo karian (un barrio de emergencia). La crueldad es espeluznante, y la habilidad de Moustradaf para intercalar voces y tiempos también. El padre de la chica tiene sexo con gatos, le hacen una ceremonia de casamiento falsa y grotesca debido a su fealdad… es el tipo de cuento cruel al estilo de “Cabecita Negra” o “El niño proletario”, en los que todas las violentas contradicciones y desigualdades de una sociedad caen sobre el cuerpo más vulnerable, y ese castigo injusto expone un horror mayor.
La nota de Guthrie es muy útil para comprender cómo Moustadraf se convirtió en una escritora de culto cuya obra casi cae en el olvido, a pesar de ser tan reciente: fue escrita antes de la última ola de autoras feministas marroquíes, entre las que está la superestrella Leila Slimani, y sus contemporáneos la rechazaron, al punto de que usó dinero de su tratamiento médico para autoeditarse. Guthrie cuenta cómo sus reportajes y textos, incluidos algunos de no ficción, circulaban entre los lectores en formato digital, en general en PDF, con la ayuda de las dificultades de copyright del mundo árabe, que en general no reconoce derechos de autor tal como se entienden en Occidente. El rescate de su obra se reinició en 2017, con un libro de textos académicos en árabe, luego, la reedición de su obra estuvo a cargo de la editorial egipcia Al Rabie en 2020, y finalmente se publicó en Estados Unidos. La obra es breve y la pregunta sobre el futuro no tiene sentido, pero este volumen tiene el poder de la confrontación y la juventud enojada. Además, se trata de una pequeña educación y una topadora que derrumba prejuiciosos exotismos.