Mucho se habla en la Argentina de hoy acerca de las dificultades comunicacionales. Dificultades que se constatan en espacios interpersonales, familiares y sociales, donde se pone en juego una contradicción estructural: “lo tan deseado y a la vez lo tan temido” al decir de Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad.
Hay coincidencia en el campo de las ciencias sociales en considerar al sujeto como sexuado, contradictorio, político y social.
No obstante, en los diversos encuentros comunicacionales que responden al proceso de socialización permanente, la política y la sexualidad están vedadas o al menos obturadas. Son comunes expresiones como “de eso no se habla”: de religión, política o fútbol, por considerar que, de hacerlo, generaría discusiones con consecuencias negativas. Ni qué hablar de la sexualidad, normalmente censurada, como sucede en reiteradas ocasiones en el ámbito familiar, por dar un ejemplo.
En este marco, la pregunta que emerge es ¿por qué esta dificultad sigue vigente en el presente? Como corresponde en el análisis de toda problemática social, la multicausalidad juega un rol relevante a la hora de dar respuestas. De todas maneras, pese a las limitaciones de estas reflexiones, se pueden hacer algunas consideraciones a modo de hipótesis tentativas.
Con respecto a la política, amerita avanzar en dos campos: el conceptual, donde prima la ignorancia y, por ende, los prejuicios, y el empírico, propio del accionar de los sujetos en la sociedad, sobre todo en periodos dictatoriales.
En relación con lo conceptual, se suele concebir erróneamente a la política como la adhesión o militancia a un determinado partido. Los griegos, quienes hicieron un culto de la política, consideraban la misma como el compromiso con la “cosa pública” y quienes no sostenían ese compromiso eran calificados como idiotas, una suerte de discapacitados sociales. Curiosamente, hoy en día, no pocos se proclaman, hasta con cierto orgullo, apolíticos, cuando es sabido que la apoliticidad encierra una postura política camuflada, impregnada de ideología.
En cuanto a las secuelas dejadas por las experiencias dictatoriales, prevalece el miedo como mecanismo defensivo, expresado en frases como “no te metas”, que hacen metástasis en amplios sectores de la sociedad.
Este miedo paralizante conduce a la inmovilidad y al individualismo del sujeto.
Por otra parte, los diferentes medios masivos de comunicación vienen abonando la grieta. Grieta que, en verdad, está presente desde los albores de nuestra historia nacional, pero que, en los últimos tiempos, con una virulencia inusitada, pulveriza el encuentro con el otro, dentro de la lógica amigo - enemigo. Lógica que conduce al axioma romano “divide et impera”, con consecuencias devastadoras para las mayorías y que capitaliza el establishment.
Con respecto a la sexualidad, también lo conceptual tiene una incidencia importante. Pese a los avances que se han producido en el campo de la sexología, ampliamente divulgados, en una dura lucha por demoler mitos y prejuicios, estos aún siguen socialmente instalados.
Ignorancia, mitos y prejuicios conducen a una visión limitada del universo sexual al considerar que el mismo se circunscribe a lo biológico.
Las religiones, con el pecado, la culpa y la negación de la diversidad a cuestas, contribuyen a que persista esa mirada restringida que tiene resonancia en los poderes estatales instituidos, sobre todo en los ministerios de educación, que suelen boicotear con la no aplicación de la ley, proyectos valiosos como la ESI u otros.
No es casual que la represión sexual persista. Esta responde a las necesidades del poder real de ejercer el control social, en términos de Michael Foucault, a través del intento de reprimir lo más vital del sujeto: el deseo. La pulsión de vida.
¿Y qué es lo deseado? Lo indispensable en cualquier sociedad es poder comunicarse con el otro para lograr un desarrollo integral basado en el disfrute y goce plenos de la sexualidad, en los que se fusionen el erotismo, la sensualidad y la ternura, y en la participación política colectiva, en la que el pensar, el sentir y el hacer interactúen permanentemente.
Este paradigma responde a una cultura que aspira a ser contrahegemónica, que pone en cuestionamiento valores, principios, mitos, prejuicios y mandatos de la cultura oficial, la llamada cultura occidental y cristiana, que contribuye a formatear un sujeto individualista, sectario, acrítico, prejuicioso, es decir, un sujeto alienado, útil al ordenamiento social, político, económico e ideológico de los grupos hegemónicos.
La comunicación es una parte esencial para diseñar una cultura contrahegemónica en la que los sujetos encuentren un espacio de aprendizaje liberador, que les posibilite desnaturalizar lo que antes estaba dado: ver lo que antes les estaba oculto, decir lo que antes se callaba, sentir lo que antes estaba anestesiado, hacer lo que antes estaba prohibido, pensar lo que antes no estaba permitido.
Hablar de política y de sexualidad resulta imprescindible en el proceso de configuración de una “cultura diferente”, como la denomina León Gieco.