“Estoy esperando para que me pinten una mariposa”. exclama Melody, quien maquilla le pregunta: "¿Te querés poner brillo?". En el polideportivo Deliot -del Distrito Oeste, en avenida Seguí 5462- muchas voces de chicas jóvenes, percusionistas, señoras grandes y niños afirmaron: “Venimos trabajando todo el año, y esto es solo una muestra de lo que se viene”. 

Varios relatos repasan la historia de las comparsas, y el carnaval en la Ciudad de Rosario. Estos se entrecruzan con la realidad de quienes día a día viven el carnaval, más  aun en tiempos de crisis.

Un sábado de febrero con alivio del calor infernal, se vivieron los carnavales barriales que funcionan como presentación de las comparsas antes del gran encuentro en la Ex Rural el próximo fin de semana de Carnaval: 1, 2 y 3 de Marzo. Contaron con la animación de Maria Franchi y Emiliano Carballeiras. La entrada era libre y gratuita, igual que en la próxima presentación.

La actividad era organizada por la Municipalidad de Rosario, en este caso se presentaron las comparsas Rekebra y Andorinhas Do Verao, ambas oriundas del distrito oeste. 

La primera fue la ganadora en la edición 2024 de los carnavales generales en la Ex Rural, que se organizan cada año. Anto, una de sus integrantes, contó lo arduo que es trabajar para que se puedan mostrar las comparsas en este contexto, más siendo una agrupación tan participativa, donde los instrumentos y elementos no alcanzan para todos. A su vez, resalta la importancia de estas muestras que son para captar más personas que se sumen a participar. 

Suelen ensayar los sábados y lunes en Plaza San Cayetano. Aldo, miembro de Rekebra  desde hace 16 años, relata cómo se formó primero la batucada hace más de 25 años y luego la comparsa.

Todavía no cayó el sol. Ya se pusieron los choris al fuego. Se presentan los primeros números artísticos antes de la comparsa. Belén arrancó su camino dos décadas atrás, primero ensayando como bailarina, luego en la batería y finalmente como directora. Al mismo tiempo que termina de hacer un agujero a un zapato de baile, ella dice: “es mi hobbie, espero y trabajo todo el año para eso. Es algo familiar, toda la familia ayuda, si hay que traer agua o lo que sea”. Da vuelta la mirada hacía dos chicas que pintan a una multitud de niños que esperan pacientes en un costado detrás del escenario principal. Ellas pintarán hasta que se apaguen las luces.

Gloria está en Rekebra hace 10 años. Su hija, nieta y bisnieta también. Ella es una bahiana, figura utilizada en los carnavales del litoral que traen de los carnavales en Río de Janeiro. Tuvo cáncer de mama, y la llamaron para que vuelva a participar. Estar en los carnavales le ayudó en su proceso de recuperación. Relata: “hemos estado en varios pueblos, no me acuerdo de todos pero yo volví, me hace bien”. 

Cuando baja del escenario, buscando su botella de agua, especifica cómo se financia la comparsa con actividades colaborativas como la venta de rifas o empanadas.

Los chorizos ya no están tan crudos. Salen los panchos, con mucha mayonesa. Se levantan tan alto los celulares como los niños para que puedan ver la comparsa. No hay más lugar cerca del espacio en el medio rodeado por vallas que se convirtió en el corsódromo. Atrás está el escenario, y aún más atrás pasando los tejidos se llega a ver la pileta olímpica que es usada durante el verano para las colonias de vacaciones y el disfrute de los vecinos.

En el medio de la pista hay tacos contra el piso. Tacos aguja, plataformas. Todos muy altos. Los trajes van del azul al rojo y naranja, y rosa. Una de las integrantes tiene un tocado con grandes plumas. La música empieza a volar y se siente como pájaros que buscan a su compañero. Mientras tanto, atrás hay niños que juegan al fútbol o se hamacan en el otro extremo. Fuera de la pista, el color está más delimitado pero se puede ber a un espectador resaltando su arito de brillo cuando busca un lugar para sacar una foto.

Los espacios están divididos, por un lado el corsódromo con el escenario y por otro el resto del predio para quienes lo estén habitando. Las luces, sin embargo, abarcan cada rincón.

Griselda Montenegro es una de las personas que más contribuyó al carnaval en la ciudad. Arranca a contar cómo se organizaron los primeros festejos después de mucho tiempo en el año 1999, con ayuda de un ente privado y la Municipalidad de Rosario durante la gestión de Hermes Binner. Recuerda cómo en aquel Carnaval, que tuvo lugar en el Parque Scalabrini Ortiz, no tenían otro espacio para cambiarse más que entre las máquinas del ferrocarril.

Ya el año 2000, y 2001 se vuelven a organizar pero con ayuda barrial. ”Al principio tuvimos que contratar bailarines profesionales, hacer un casting pero esa noche la gente se acercaba y nos decía que habían bailado en otras comparsas, o que sus madres bailaban, entonces los convocamos para el año siguiente”, afirma Griselda buscando un agua de manzana para una bailarina que acaba de salir del escenario. Atrás señala a “Duraznito”, quien es parte de ese semillero que se gestó en esa época, de la que ella está tan orgullosa.

En 2003, se creó la Escuela Municipal de Carnavales por iniciativa de Dante Taparelli y en ese entonces había más de 30 comparsas contando el gran Rosario. Perez, Baigorria, Villa Gobernador Galvez, entre otros. Hoy hay solo 8. 

En cuanto a la situación actual, cuenta: “siempre hay crisis, pero ésta es peor, en lo económico y en lo social”. Griselda se explaya sobre su experiencia en la organización, y cómo se nota la pobreza en las familias. Además, hace énfasis en la dificultad que tienen las comparsas para constituirse como entidades civiles más allá de artísticas. “¿Dónde ves vos que se trabaje en cooperativa? Creo que es la tendencia al individualismo”.

Griselda está atrapada entre quienes la llaman para encontrar un agua saborizada, ésta vez de pomelo, y quienes la buscan para ver cuestiones de organización. Grita, porque la música ya se siente fuerte,: ”Rosario tiene grandes músicos y bailarines, no tenemos mucho lujo en los trajes pero siempre ganamos premios”:

La presentación de las comparsa ha concluido, pero la música sigue con el grupo “Inocentes” que hacen covers de música popular.

Desde temprano, vuelan rombos de colores que vende un hombre dentro de un morral. Mientras se juntan las reposeras, y algunos guardan el tereré, siguen volando los rombos. Quienes organizan se quedarán a juntar las sillas hasta el último tema al ver a los vecinos disfrutando del espectáculo. A las 10 de la noche se van apagando las luces. Incluso durante la salida y hasta la parada de los colectivos, el ritmo sigue.