En las noticias muchas veces se usa la palabra “muerto” por asesinado. Y no es lo mismo. El asesinado se lleva en su ya desaparecida memoria, unos instantes diferentes al que quizá recuerde aquel que sólo murió. Quizá la lentitud o la violencia del momento sea la definición. Pero también hay muertos o asesinados que no desaparecen y quedan ante nuestros ojos, presentes para siempre.
Serrat, por ejemplo, le cantó al mar. Dice que habrá que ir a su entierro, porque fue asesinado “por ignorancia, por imprudencia, por inconsciencia o por mala leche”. Lo cierto es que varias aguas fueron desfiguradas, torturadas, asesinadas como una suerte de inconsciente y lucrativa autofagia gradual, despreocupada, irresponsable.
Una mañana de este último enero, el arroyo Sarandí amaneció rojo. Para los vecinos más chicos fue una maravillosa fantasía, para los más grandes fue una preocupación que prometía enfermedades por la contaminación visible del agua, para los noticieros televisivos fue una suerte, en una mañana en la que no había noticias, y para el presidente fue algo sin importancia, porque como ya había dicho: ”¿cuál es el problema de que una empresa contamine un río? Eso es una mala definición de los derechos de propiedad. Cuando el agua pase a ser un recurso escaso, los privados que tengan la propiedad lo resolverán”. El presidente debe creer que el agua crece embotellada en el supermercado.
En Argentina, los ríos que son gradualmente asesinados a manos de “los privados” son, además, parte fundamental de nuestra historia, que le va en zaga. Desde la Vuelta de Obligado, y aun antes, hasta el romántico cuento popular de los dos que se sentaron a ver pasar el primer barco que le daría los colores a Boca Juniors. El mismo río que, si es cierto que el agua tiene memoria, recordará a Carlos Menem diciendo que María Julia lo iba a limpiar en un año y que él se tomaría un vaso de su agua recogida de la orilla. La estupidez no es solo de estos últimos años. Y viene con promesas de resurrecciones automáticas a gusto del consumidor.
En Capital los arroyos fueron entubados, ajustados, encajados para esconderlos bajo capas de asfalto. Casi como sus habitantes, que aceptaron por ejemplo, que el intendente haya rediseñado la costanera para que pescar sea algo casi imposible, porque los pescadores de fin de semana “dan mal aspecto a la ciudad”.
En Ensenada, a orillas del Rio de la Plata, Rubén Flamini y Diego Barreda, junto a otros compañeros del astillero Río Santiago, escribieron el convenio colectivo de trabajo, que defendió a los trabajadores y vivió hasta que fue asesinado, aplastado por la bota con forma de decreto de Javier Milei, acompañado de un coro de pantalones chupines de una pléyade de diputados.
En el año 2006, Néstor Kirchner era presidente y Felipe Solá era gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Ese año se creó Acumar, la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo, con una tarea: había que resucitar un agua muerta. Realmente muerta. Mirándola se veía que estaba muerta y olía como muerta. Un agua tiesa. Y Acumar tenía que articular políticas públicas para el saneamiento de la Cuenca Matanza Riachuelo, al tiempo de hacer el arduo trabajo de limpiar y descontaminar. Había que intentar esa resurrección. No era una promesa idiota y automática, sino un trabajo responsable y largo, que requería conocimiento científico y constancia. Y también cariño por lo propio, aunque últimamente parece que el cariño no cotiza.
Recorrí ese río. Sus orillas muestran que hubo una época fabulosa de un país que prometía. Grandes construcciones abandonadas, muelles de lo que solo quedan maderos podridos y abandonados. En esas riberas se amontonan la nostalgia, la pena, la perdida de la posibilidad y el abandono, junto con algunas casas de chapa y cartón donde el pobrerío encontró su ultimo margen al borde del agua envenenada.
La tarea de Acumar se iba cumpliendo sin pausas y el agua fue reviviendo. El agua se mueve, dando señales de vida. Quizá dando inicio a un nuevo sueño. Que ya no sucederá. Los despidos y el desfinanciamiento de Acumar por parte del gobierno nacional alimentan la certeza del cierre y pareciera que no hay como esquivar tanta crueldad. Si nada se hizo contra la falta de medicamentos que mató a mas de cien enfermos, si nos acostumbramos a que la policía le pegue sistemáticamente a nuestros viejos todos los miércoles a las cuatro de la tarde ¿Quién se va a ocupar de un río tan chiquito?
En estos días de insultos oficiales y redes sociales y cripto maravillas y tanta, pero tanta tontería, sería bueno preparar un mate y con todo el tiempo del mundo para llorar, ver pasar el rio vivo. Digo “sería” porque parece que no se va a poder, ya que -una vez más- en poco tiempo estará de nuevo muerto.
Perdón, muerto no. Asesinado