Llega algo agitado, con el termo amarrado entre el antebrazo y las costillas. Se sienta, enciende un cigarrillo y empieza a hablar. Habla –y dice– mucho. Difícilmente algo o alguien lo frene, apenas el murmullo de una música alta que enseguida manda parar. “Por favor”, le pide a uno de los barman de Hasta Trilce, lugar donde La Lija –la orquesta que dirige– juega de local. Tomás “Lija” Bradley se explaya como si no existiese el tiempo, o como si éste se detuviera cuando el hombre pronuncia el primer vocablo. El tema central es la publicación de La Pampa y la Utopía, inspiradísimo tercer disco de la agrupación, que será mostrado en público este viernes a las 21 en el espacio de Maza 177. “Lo consideramos el cierre de una trilogía”, encuadra este músico, filósofo y literato autodidacta, ubicando las trece piezas del trabajo en el final de un camino que empezó con Saluda primero, dispara después (2015) y prosiguió al año con Río Largo. “Digo esto porque creo que agotamos los recursos de los dos primeros discos… al menos en la medida en que nosotros podemos desarrollarlos. Terminamos lo que empezamos a decir en los otros dos discos. Ya no podemos dar más respuestas a las preguntas que nos eligieron…. o que elegimos”, detalla.
–Así dicho, podría generar en algunos una sensación de final. Tal vez haya que aclarar esto.
–No, descartado eso. Lo que sí creo es que de ahora en adelante vamos a tener que elegir otras preguntas, porque empezamos a sentir una especie de encorsetamiento estético y conceptual. Digo, lo que tal vez en el primer disco balbuceábamos sin entender, en el segundo entendimos, y en este ya nos adueñamos. Los títulos mismos sugieren un viaje por río con llegada a un supuesto mar.
Además de títulos y discos, La Lija viene de ríos que dan al mar a través de una poética que reconoce influencias de grandes vates americanos, vinculada a una navegación musical que proponen doce multiinstrumentistas, más un arsenal de instrumentos que incluyen piano, acordeón, arpa, sikus, laúd, violoncello, guitarra, percusiones varias, mandolina, violín, quena, guitarrón, charango, saxo y flauta barroca. “Un sujeto no puede pulsear por sí mismo, no puede constituir nada, y este es otro eje de La Lija… el aporte a un reconocimiento. A un reconocer, como plateaba T. S. Elliot, una constelación existente en el mundo de la cultura. Cuando uno introduce en esa constelación una obra nueva reordena todo a su alrededor, y genera una conversación con eso otro. De ahí emanan sentidos concretos: uno arroja un disco, o una canción, o cualquier otro material y en nuestro caso, la intención es crear una poética cuyo fin sea el de generar un discurso que pueda disputarle hegemonía al discurso que divorcia a los sujetos de sus espacios”, dice, sobre uno de los ejes sobre los que gira la orquesta.
–¿Disputar hegemonía a quienes “hacen el mundo a su antojo”?
–Exacto, porque toda actividad humana (cultural, artística o política) inventa un mundo, o inventa mundos. Esto es lo que hay que proponerse a calzón quitado. Y es lo que hacemos nosotros, con el trauma de la quinta generación encima.
–¿Cuál es esa “quinta generación”?
–La nuestra. La de los nacidos canos, viejos, sin haber peleado ninguna guerra. Es la generación posdictadura que, pese a no atravesar esas luchas, está llena de cicatrices igual. Nuestra generación quedó huérfana de sentido, y por eso hay que inventarlo, crearlo. Esta es una gran responsabilidad para la cultura popular, para la práctica artística, porque hay que huir del horror, que es el no sentido.
–¿La patria grande podría ser uno de esos sentidos? Al menos esto dejan entrever las composiciones de la orquesta.
–En tanto acto de fe, sí, que empieza a constituir una idea que va mutando realidad. Hoy no se puede decir que exista la patria grande como tal, pero sí es algo que podés decir sin que nadie se cague de risa… Bolívar, Martí, Fidel y los últimos doce años son cosas que han ido constituyendo una realidad, y la ventaja que tiene la práctica cultural en esta construcción es que, a diferencia de la política, no está atada a coyunturas inmediatas. Nosotros creemos que el sujeto americano tiene la potencia de constituirse como un sujeto acreedor de todo. Lo que en Europa tal vez sea un problema (constituirse en la diferencia), acá no lo es. El americano puede hacer su tarea a conciencia por su gran capacitad fagocitadora, además de los elementos propios. Nuestra idea, entonces, es aportar ladrillos a ese sujeto americano posible, y conjurar la maldición de los nacidos canos.
Una de las herramientas con que La Lija cuenta para contribuir a ese ser americano (aún en potencia) es el de hacer una música que, según el compositor, pertenezca a un tiempo sin tiempo. “El actor cultural, que debe sintetizar hechos históricos para convertirlos en mitos, tiene que adoptar una mirada épica que esté por encima de ellos. Hay un tema en el disco (“Muerto y matador”) que trata de la dualidad que los americanos tenemos, acerca de si ser originario o no, nos aleja o nos acerca a ese sujeto americano pretendido. Nosotros decimos que es imposible resolverse cultural, política y psicológicamente, si no se resuelve una serie de cuestiones que saltee lo coyuntural. El actor cultural no tiene por qué deberse siempre a la coyuntura. La Lija intenta mostrar que de una obra se puede generar una utopía, un mundo posible, y un sujeto que esté detrás”, señala Bradley.
–Algún tópico más que signifique La Pampa y la Utopía.
–El deseo de ir hacia un lugar aunque nos conste que no se puede llegar, y esto no debe ser causa de angustia. La búsqueda de casi todo el disco es la de convencerse de la necesidad de un sentido, porque no hay peor horror que su inexistencia… tiene que haber un sentido en el espacio en que uno se mueve, sea la manzana, el barrio, el país o la patria grande, y no se puede andar si no se anda. Ese andar genera contradicciones que, claro, no se pueden resolver definitivamente.
–Por lo que dice es como si Leopoldo Marechal, en vez de escribir Adán Buenosayres, hubiese formado un grupo musical. También se puede extender el caso a Scalabrini Ortiz y la caracterización que hace de la Argentina como nación multígena, o al movimiento antropofágico surgido en el Brasil de la década del veinte del siglo pasado. ¿Se siente reflejado en estos ejemplos?
–Es la misma intención. Cualquier actividad artística consta de reorganizar elementos ya dados. Por eso La Lija es un momento más o menos notorio en la historia de la música argentina, y no tienen mayor importancia los autores, porque uno no inventa nada, simplemente organiza. Marechal hizo eso con el imaginario, y lo hizo extraordinariamente. El movimiento antropofágico también. En nuestro caso, fuimos arrojados a un delta disperso, en el que es muy difícil construir un discurso. Pero no imposible porque la orquesta puede reorganizar los elementos que nos son dados para redefinir una poética, desde el espacio y la época que nos toca.
–¿Por qué eligió la música para dar con este fin?
–En La Lija hay gente que estudió política, derecho, odontología, arquitectura, literatura, y muy pocos, música. En mi caso, creo que hoy, tras el derrumbe de la modernidad, hay disciplinas que ya no tienen la posibilidad de interpelar la época ni el mundo. La plástica tiene un problema que, por ahora, no tienen ni la música ni el cine. Ambas disciplinas aún tienen una potestad que no tienen otras.
–¿Cuál, puntualmente?
–La posibilidad de presentar, además de representar… de constituir un hecho. De pensar al sujeto americano como tal, y fortalecerlo.