Este miércoles 26 inaugura Riografías del Baudó ¿Cómo se cura un territorio herido?, una muestra fotográfica de la colombiana Fernanda Pineda en colaboración con Médicos Sin Fronteras. La exposición, que podrá visitarse gratuitamente todos los días hasta el 9 de marzo en Arte x Arte (Lavalleja 1062), retrata el impacto producido por un conflicto armado en el Pacífico colombiano y las acciones simbólicas de sanación comunitaria en esa región.
El Chocó, una región de Colombia ubicada al noroeste de su geografía, es una zona selvática atravesada por el Río Baudó, cuyos pobladores padecen, a causa de enfrentamientos entre grupos armados, una crisis de confinamiento forzado. “Durante casi tres años de actividades médico-humanitarias en Chocó, fuimos testigos de las afectaciones en la salud física y mental que el conflicto armado ha generado en las comunidades debido a confinamientos forzados, restricciones a la movilidad, limitaciones en el acceso a educación, alimento e incluso a los servicios de salud”, cuentan desde la filial colombiana de Médicos sin fronteras. “Además de la labor médica, tenemos la misión de dar testimonio de las situaciones que vemos en los lugares en los que trabajamos. Sin embargo, hablar de estos temas suele generar temor en las comunidades. Por eso esta vez decidimos dar testimonio de una manera distinta a través de esta iniciativa artística, que además tuviera la posibilidad de llegar a nuevos públicos para sensibilizarlos sobre esta realidad desconocida en la región, incluso dentro de Colombia”, dice Natalia Romero, Gestora de Comunicación de MSF Colombia y participante en la coordinación del proyecto.
Fernanda Pineda es cineasta y fotógrafa con trayectoria de larga data en cuestiones vinculadas a los derechos humanos en su país. La convocatoria de MSF, cuenta a Página/12, era una oportunidad. “Creo que es lo que estamos buscando muchos fotógrafos desde las instituciones, y es tener la posibilidad de tener recursos y de tener la visibilidad y la credibilidad de una organización como Médicos sin Fronteras, que te permita reproducir un proyecto y reproducir a través de ese proyecto cosas que están alineadas ya con tu trabajo”, explica. “Yo llevo más de 10 años trabajando con organizaciones de ayuda humanitaria y de asistencia en Colombia de derechos humanos y todo esto tiene absolutamente todo que ver con lo que yo hago, tanto en mi trabajo profesional como en mi trabajo personal”, destaca.
-¿Cómo fue trabajar la región del Chocó?
-Son lugares que, por la ubicación y por la situación de conflicto que hay en la zona, es completamente imposible ir, el riesgo es muy alto. Entonces, toda la infraestructura de trabajo que tenía Médicos sin Fronteras en la zona, que llevan mucho tiempo generando un espacio de confianza y de credibilidad a través de la organización con las comunidades, fue como una fórmula perfecta para poder volcar las ideas que traía desde hace mucho tiempo, de trabajar con mujeres sanadoras, con muchas cosas para decir más allá del conflicto, pero que son atravesadas también por el conflicto armado. Fue una gran oportunidad que no es fácil que se repita, precisamente por la ubicación, por la dificultad de llegar y por el riesgo que significa ir a estas zonas, sobre todo con una cámara.
-¿Cómo viviste las intervenciones de las mujeres sanadoras?
-Cuando llegamos a las comunidades, cuando empezamos a trabajar, claro, había como dos líneas de trabajo, una línea que era más de reportería gráfica, hacer un registro más documental de cómo vive la comunidad, de cómo se siente. Y por otro lado de apostarle a este proyecto un poco más arriesgado, que necesitaba totalmente no solo la credibilidad sino la participación activa de las mujeres y era un riesgo grande, porque perfectamente hubieran podido decir que no lo entendían o que no se sentían cómodas o que no querían hacerlo. Lo que recuerdo de cada mujer sanadora, de cada proceso que ellas eligieron es que siento que confiaron. Claro que llegar a un lugar como estos de la mano de una organización como Médicos Sin Fronteras que prácticamente es de las pocas que conocen en el territorio, porque no llegan muchas organizaciones. También genera mucha credibilidad el haber contado con compañeras en el proyecto que eran mediadoras interculturales.
-¿Qué sentimientos te movilizó abordar este proyecto?
-El sentimiento de partida de presentarle este proyecto a Médicos Sin Fronteras fue encontrar las fortalezas y la riqueza de las comunidades que se mantienen unidas y que se cuidan a sí mismas, que conservan su valor cultural, su valor ancestral. Eso siento que para mí se ha vuelto la fortaleza de la narrativa que quiero realizar, y aún más proponiendo que fuera colaborativa. El hecho de que las mujeres hayan participado conmigo, que hayamos usado la fotografía impresa como una forma de visibilizar de manera tangible un espacio, un espacio que ha sido herido por el conflicto armado y poder de alguna forma simbólica resignificarlo también le da un valor a la imagen misma.