Tan sólo por lo hecho en los años ‘70, Ian Gillan ya tiene reservada una butaca en el sector VIP de las grandes personalidades de la historia del rock. Pero el cantante es dueño de un estilo ácido, repelente a las formalidades, por lo que es probable que esta analogía no le guste. Ese modo de ser desacartonado, que lo ubica como un músico al que no le gusta hablar de música (“las categorizaciones y comparaciones son cosas de periodistas, yo simplemente hago canciones”, se ataja), le significó también un extenso catálogo de conflictos con uno de sus mayores socios musicales, el guitarrista Ritchie Blackmore, con quien polemizó en público incluso mientras compartían grupo. El grupo es, desde luego, Deep Purple, al que el vocalista se sumó por primera vez en 1969, momento exacto en el que el quinteto inglés empezaba a desprenderse del útero beat que hasta entonces había parido a casi toda la escena rockera de fines de los ‘60, para dar nacimiento a la firmeza virtuosista del hard rock más clásico.
“Durante la primera mitad de la década del ‘60, la industria discográfica controlaba a los artistas, porque era propietaria de absolutamente todo. Cuando se destaparon los Beatles, cambió aquello que estaba instalado como verdad en el negocio, y la idea pasó a ser quebrar el sistema de las viejas formas de pensar, que eran restrictivas, controladoras e inconducentes. Sentíamos la responsabilidad de destruir eso y había mucho por hacer para alcanzar una libertad verdadera, que esencialmente nos permitiera componer nuestras propias canciones, sin importar lo que alguien de afuera pensara sobre ellas. Fue una verdadera revolución musical, porque ya la industria dejó de ser manejada por las compañías, ahora la manejábamos los músicos”, memora Gillan desde el sur de Portugal, donde suele descansar con una parte de su familia.
–El año pasado, Deep Purple fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll. ¿Qué le provocó eso?
–Tengo que ser especialmente cuidadoso con lo que diga acá, porque no soy estadounidense sino inglés, y nosotros no tenemos muchas de esas cosas en Inglaterra. De hecho, ni siquiera entiendo qué es un Salón de la Fama, me suena a algo más relacionado con los deportes. Es un tipo de reconocimiento que no tiene nada que ver con el rock, por eso no me sentí cómodo. Para responder a su pregunta: no significó nada para mí. No cambió mi vida ni un poquito.
–Más bien, parece haberle molestado un poco...
-¿Qué tiene que ver el rock con las instituciones? Sé que tenemos ciertos compromisos, que somos parte de la industria, que en un punto necesitamos que alguien se ocupe de la distribución, de la promoción, del marketing, esas cosas. Pero nada de eso termina de ser importante para nosotros, porque antes funcionaba de otra manera. Ahora la música se compra mucho online, es otra la dinámica, pero durante ese tiempo hacíamos nuestros mayores esfuerzos por evitar convertirnos en una institución. No queríamos que nos pusieran en un museo, lo veíamos como algo ofensivo. Lo único que queríamos era tener siempre nuevas ideas, generar nuevas formas de pensar, ser lo más revolucionaros que pudiéramos... Sentir que estábamos creando una nueva base para el mundo que venía. Para mí, el Salón de la Fama del Rock and Roll es una contradicción hecha en Estados Unidos. Honestamente, no sé por qué no me deprimió. No me enojó, pero que no estuve contento, eso es seguro.
–Mencionó algunos de los cambios que llevaron a la industria hasta el punto actual. ¿Cómo se lleva el grupo con esas condiciones?
–La tecnología trae muchos beneficios, pero también problemas. Recuerdo que el período de transición entre lo analógico y lo digital fue muy dificultoso; creo que cada CD editado hasta 1991 sonaba como la mierda. Era horrible, nadie parecía saber cómo grabar para el formato digital, pero ahora suena fantástico. En 1982 escuché Machine Head en un CD por primera vez y me sentí avergonzado, afligido. La forma en la que nosotros grabamos no cambio demasiado con el tiempo. Componemos las canciones, las arreglamos, ensayamos, vamos al estudio y todos tocamos la canción al mismo tiempo. No existen discusiones del tipo: “Bajemos el bajo y la batería, subamos los teclados y la guitarra”, el 99 por ciento de los solos están grabados en vivo en el estudio, igual que las secciones rítmicas. Por eso no nos importan mucho los micrófonos, las sobregrabaciones y esos detalles técnicos. Los estudios eran muy primitivos cuando empezamos, ahora la gente está más pendiente e informada sobre las técnicas de grabación y mezcla. Durante mucho tiempo no usamos siquiera estudios: hemos grabado en hoteles, granjas, casas, al aire libre... Ahora volvimos a los estudios. Cualquiera puede grabar un disco ahora, con ProTools y otro simple programa de computación se puede conseguir un sonido fantástico desde el cuarto de una casa.
En medio de la ebullición del hard rock, que era una topadora comercial en el mundo anglosajón, Gillan renunció a Deep Purple, adonde volvió doce años después, hasta ser despedido por Blackmore en 1989. Apenas tres años más tarde fue vuelto a reclutar, aún con una tensión insoportable con su compañero de banda, que terminó yéndose para dedicarle tiempo a Rainbow y a su proyecto folk Blackmore’s Night. La actual formación del quinteto, que incluye al inamovible Ian Paice en batería, a Roger Glover en bajo, a Steve Morse en guitarra y Don Airey en teclados –además de Gillan, claro—, apareció por primera vez para el disco Bananas, de 2003. Luego de dos trabajos de estudio en una década, el grupo esta vez volvió a grabar con su formación más duradera. Infinite, editado este año, sigue la lógica sonora del trabajo anterior, Now What?! (2013), también grabado y producido por Bob Ezrin en Nashville y Toronto.
Lo que más agitación produjo no fue el muy buen material en sí mismo (“es probablemente el disco de Deep Purple que mejor suena”, se entusiasma el cantante), sino las declaraciones subsiguientes de los protagonistas a propósito de qué lugar ocupa Infinite en la carrera de Deep Purple. Y ese lugar sería el último, sumado al nombre de la gira que los trae hoy a Tecnópolis: “La larga despedida”. Van a compartir escenario con Cheap Trick, Tesla y Viticus desde las 17, en el marco del Solid Rock Festival, donde originalmente iba a presentarse también Lynyrd Skynyrd, posibilidad de cayó debido a la enfermedad de la hija de Johnny Van Zant. La noticia es que probablemente sea la última vez que se vea a Deep Purple en la Argentina, después de una interminable lista de conciertos y una relación muy cercana con el público local.
–¿Es un “adiós” definitivo?
–Supongo. Tenemos que revisar la definición de “adiós”, pero debería ser nuestra última gira. No sé por qué, es el momento. No parecía ser una buena idea hace dos años, tampoco estoy completamente seguro de que lo sea ahora, pero alguien dijo: “¿Por qué no hacemos que esta sea la última?”, y yo dije “Bueno, está bien”. No podemos seguir y seguir, algún día tenemos que bajarnos. Todo el mundo tiene un pico y después empieza a decaer, las cosas bajan. No digo que haya pasado hasta este momento, pero puede pasar en cualquier escenario. Así que es mejor parar ahora, que estamos fuertes, somos poderosos y todavía lo disfrutamos. No quisiera padecer el hecho de estar sobre un escenario.
–Lo de los escenarios está claro pero, ¿también se bajan de los estudios? ¿Infinite es el último disco de Deep Purple?
–Honestamente, no lo sé. Tampoco lo pienso demasiado. No va a ser lindo retirarnos, eso es seguro. Pero vamos a decirlo así: no hay planes de una nueva gira ni de un nuevo disco. Lo vivimos como si fuera la última vez. Es el fin.
–De ser así, llama la atención que el último tema de Infinite sea “Roadhouse Blues”, una versión del clásico de The Doors. Los primeros discos de la banda también incluyeron versiones de canciones ajenas. ¿Por qué lo hicieron así?
–Eso es lo que me pregunto: ¿por qué? ¡Qué error! No estoy para nada contento con eso. Estábamos zapando en el estudio y quedó grabado. Cuando estamos en el estudio, la banda toca música todos los días desde el mediodía hasta las seis en punto, cuando paramos a tomar café o té. Después nos quedamos haciendo arreglos o grabando. Pero siempre está pasando algo, muchas veces algo creativo, otras hacemos ajustes técnicos, otras zapamos. Alguien se puso a grabarlo y quedó. Yo soy sólo uno más en la banda, no soy el único que tiene voto, y perdí. Pensé que se podía llegar a usar como un bonus track para la edición japonesa o algo por el estilo, pero no. No encaja con nada. Insisto, no me gusta nada eso. Pero bueno, tampoco es algo terrible.
–¿Cómo se prepara para una gira mundial de este tipo?
–No me preparo (se ríe). Simplemente aparecemos ahí y empezamos a tocar. Podemos armar una lista de canciones que nos gustan, pero nunca va a ser igual, porque nos gusta mucho improvisar. No soy muy adepto a ningún tipo de preparación, yo sólo hago música, viejo. Tampoco es que tenemos un vestuario especial ni nada por el estilo, hay demasiadas cosas por las que estresarse en el universo como para sumar algo más. Cuando empieza una gira, voy a la prueba de sonido el primer día, pero sólo el primer día. A lo mejor charlamos sobre algunos comienzos y finales, hasta estar seguros de saber qué estamos haciendo. Eso es todo. Tomamos una cerveza y estamos listos para la noche.
–¿Físicamente tampoco?
–Tampoco. Soy una persona muy activa, no necesito prepararme especialmente; no elongo, caliento, ni nada por el estilo. Simplemente me levanto de la cama y salto al concierto. Para mí es natural estar sobre un escenario y a la vez es un desafío no equivocarme, me pongo nervioso cada noche porque no sé qué va a pasar: estos tipos improvisan todo el tiempo y hay que estar siempre listo para acoplarse a algo diferente.
–¿Cómo es el vínculo humano después de tantos años juntos en la ruta?
–Hicimos algunos shows en Europa en el verano y no había hablado con los muchachos desde entonces. A la semana siguiente fuimos a Las Vegas para empezar la parte norteamericana de la gira y no nos vimos hasta el día del show. Nos encontramos directamente en el lugar, tuvimos una pequeña conversación sobre lo que íbamos a hacer, porque todos pretendíamos armar un set más corto, para tranquilizarnos. Me acuerdo de una vez que nos encontramos antes de un primer concierto, un par de años atrás: no nos habíamos visto por varios meses, el día antes del show nos encontramos en el lobby del hotel, fuimos al bar y nos pusimos a ver cómo nos había ido en las vacaciones, uno contó que había comprado un auto nuevo... Hablamos de fútbol, de cricket, de rugby. Después de un par de cervezas, me fui a la cama y en el ascensor me puse a pensar: “Esto es fantástico, no nos vimos en tres meses, y cuando nos vemos hablamos de deportes, de nuestras familias, de las vacaciones, y ni una sola palabra sobre la gira, nada de música”. Todo termina saliendo bien cuando se da naturalmente, así intenté que fuera siempre.