De las muchas cosas que están destinadas para uno, las dos o tres que aparecen primero son las que traen en su interior a todas las demás. Porque uno de los misterios de la música consiste en que en ella viajan cosas que sus creadores no pusieron ahí.
Todo empezó una noche a los 12 años, escuchando el programa de Tom Lupo, de invitado un tal Luca Prodan. Ni idea de que están hablando pero el tema que ponen me atraviesa como un rayo. Tres minutos después ya soy otra persona ,y en mi cerebro infantojuvenil se graba todo lo que dice ese tipo con acento raro: "David Bowie, Lou Reed, Peter Hammill", el tema se llama “Divididos por la felicidad” y es un homenaje a una banda que se llama Joy Division.
Divididos por la felicidad, el disco, se convirtió en el nexo entre la horrible primaria y la más que horrible secundaria. Los nombres que había tirado Luca y Punk, la muerte joven, las guías con la que empecé a recorrer la ciudad buscando más. Patti Smith, Iggy, PIL, Siouxsie, Eno fueron algunos de los primeros discos que conseguí y absorbí. No tenía dinero para comprarlos pero las disquerías te los grababan. Hasta que un día recorriendo bateas una tapa me golpea. Es la tapa más hermosa del mundo: una tumba. Saco el disco, lo doy vuelta y ahí están finalmente las dos palabras mágicas: Joy Division. Es el grupo que había sido tan importante para Luca que le había dedicado su mejor tema. Necesito escucharlo.
Vuelvo al otro día con un cassette, el único que tengo, un TDK que tiene grabado Thriller de Michael Jackson, que alguien de la primaria se olvidó en mi casa dos o tres siglos atrás, y les encargo que me lo graben. Cuando lo voy a buscar, el que atendía, un rubio grandote, me descansa con algo tipo: "Lo que tenias antes grabado no era muy Joy Division, ¿no?” Me lo quedo mirando y no digo nada pero por dentro pienso: "Tengo catorce años, pelotudo". No me importa, pienso, mientras camino hacia la parada del colectivo, ya tengo lo que quería.
Treinta segundos después de apretar play en el grabadorcito de mi cuarto me doy cuenta de que tengo mucho, muchísimo más de lo que quería: tengo lo que necesitaba, tengo lo que llevo esperando toda mi vida. Tengo lo que comúnmente se llama un encuentro con el destino. El primer tema es como si un caballo me pateara la mente y las tripas. Los elementos del punk rock se aparecen derretidos como lava chorreando de una montaña, inundando mi sistema nervioso y mi torrente sanguíneo con un aluvión de fuego, ruido y violencia en cámara lenta. Y surfeando todo ese infierno musical, ESA voz: desnuda, estrangulada, trémula. La más real, por lejos, que había escuchado en el rock. Pero esto no era rock, esto era como los tangos que escuchaba mi papá. Música de viejos que ya lo habían visto todo. Vanguardista y punk pero ancestral, antigua como la tumba en blanco y negro de la tapa y sus personajes: una mujer encapuchada que mira no sé a dónde, alguien ocultando su cabeza entre los hombros, un muerto yacente y llorado. El disco avanza y se vuelve más austero, más desolado, describiendo un arco perfecto, ascendente en el primer lado y descendente en el segundo. Con el segundo siendo la más perfecta despedida de un disco, una discografía, una banda y una vida.
Nada, absolutamente nada, me importa más que este disco. Consigo la plata y me compro el vinilo. En esos años pre internet vivíamos en el misterio que activa la imaginación. El diseño de Closer se aprovechaba de esto para dar la sensación de un artefacto místico, atemporal, indiferente a la sociedad y al mercado. En la tapa no dice el nombre del grupo, en la contratapa no están los nombres de los temas. No hay fotos de los músicos, ni sus nombres. Este objeto viene del futuro, o del pasado. O más bien viaja al pasado para traer el futuro. En un viaje oscuro, gótico, medieval. Pero no hay afectación, esta Edad Media no está hecha de castillos ni doncellas, de brujas quemadas ni de monjes ocultándose de ejércitos que avanzan en la nieve. Está hecha de autopistas y monoblocks, rascacielos espejados, fábricas. Una ciudad como la mía, habitada por gente como yo. Las ruinas de la utopía industrial serán las nuevas catedrales. En palabras de The Fall, su gemelo inverso, Joy Division es el presagio de una "nueva edad oscura". Me pregunto hoy si la vigencia de este grupo no consiste en que ahora estamos viviendo en el mundo que conjuraron hace casi medio siglo: nuevas viejas guerras santas, neo sectas, señores feudales digitales, crucifixiones y torturas virtuales.
Ahí estaba todo eso y también estaba mi propio futuro personal. No entendía las letras pero entendía la atmósfera. Esto era la poesía que me interesaba unida al rock que me interesaba. Vi claramente a qué me iba a dedicar.
Si la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos, mi versión fue escuchar Closer hasta pulverizarme la mente. Por el resto de ese año lectivo nunca saqué el disco de la bandeja. Escuchaba un lado y después el otro. Los demás discos me dejaron de importar. Si antes no hablaba mucho con nadie ahora ya directamente no hablaba ni escuchaba a nadie. El colegio era un campo de concentración y la sociedad una conspiración contra la raza humana. Soportaba el calvario cotidiano y al salir recorría librerías comprando y robando libros. ¿Triste, depresivo? Para nada, yo era feliz rechazándolo todo y encontrando las dos o tres cosas que eran para mí: Baudelaire, Dostoievsky, Kafka. Y el eslabón perdido: la marihuana. Así pasó un año entero, el año de Closer.
En algún momento terminó sin aviso, como había empezado. Volví a salir al mundo, empecé a recorrer la bohemia porteña y la noche conurbana, me hice amigo de los punks, saqué Closer de la bandeja y recomencé las búsquedas musicales.
Cuatro años después ya estaba tocando con Dios y empezando mi propio camino. En mi obsesión por crear algo nuevo, propio, auténtico intenté -infructuosamente çquizás- huir de su influencia. Años en los que intenté no sonar como ellos y en los que me hubiera cortado una mano antes de escribir este texto. Pero como con los padres, uno primero los ama, después los niega y después los acepta. Closer me puso en este sendero del que no pude salirme ni queriendo. Closer, mi único amigo en ese año mágico en el que habité solo el interior de mi mente, fue el padre que entró en mi vida para marcarme el camino y soltarme la mano. This is the way, step inside, me dijo, y yo lo escuché como si me escuchara a mí mismo.
Tomás Nochteff vive en Berlín, y fue parte de los grupos Dios y Mueran Humanos. Editó dos libros de poesía experimental. Actualmente es solista y forma parte de la banda de Anika. Se encuentra de gira por el país: toca hoy en Catamarca, el viernes 7 en Rosario, el sábado 8 en Santa Fe y el viernes 14 se presenta en Lucille (Gorritti 5520) junto a Rotman y Euroshima. A las 20.