Es el final, va a suceder sin dudas. Sobre la mesa redonda roja están tendidas las monedas sacras y también profanas del I Ching, traducido por Wilhelm. Lo consulto más allá del oráculo para entender qué dice del amor. Sin otro fundamento que aquello que vibra mutando hacia su propia extenuación. La misma mesa roja donde desayunaba de niño, en la misma que escribí cada vez en estos años. Cada día de este verano es un vértigo infinito en el que confundo horas con segundos, segundos con años. Sin embargo, distingo la presencia del follaje y la fronda de la naturaleza que empuja a la vida aún en mi ciudad. Salgo a remar en el Delta escandaloso de mullida agua que atrae limo y descubro en las manos, que se cubren de ardor por la tarea de hacer con la madera de los remos, una verdad aún más firme que mi propia inteligencia. 

Estamos a la vera del Río Abra Vieja en lo de Los Charlys, que se aman y disponen para los que llegamos hasta allí algunos austeros manjares y el vino, bendito y tinto, aspereza imposible. Y entonces nado en las aguas abiertas, hago llover o me dejo llevar como un pez por la corriente mientras en la orilla alguien tira del sedal y atrae bogas, bagres y armadillos de mi fantasía, voy quedando desnudo sin mi armadura y solo soy el cuenco gelatinoso o etéreo de mis ilusiones, de mis distancias. La vuelta nunca es ardua si se rema a favor de la corriente y en un punto del trazado del Gambado, tengo que dirigir la mirada incesante y nostálgica a ese museo de sitio en que se ha convertido la casa en el Tigre en la que habitara también Haroldo Conti. 

Este Delta es la antesala al gran estuario del Río de la Plata en el que respiran las dos grandes ciudades en cada orilla, Montevideo y Buenos Aires, dos luciérnagas incandescentes. No podré escribir jamás ni Sudeste ni La balada del Álamo Carolina, porque no tengo raíz. Apenas recibí de la balconada de Buenos Aires, mirando a los franceses, el eco de un argelino que escribió El Extranjero. Te deseo país, incesante, aquí viví mis grandes amores, mis pequeñas osadías. Te deseo como se desea a la mujer amada. Intento honrarte, intento cuidarte primorosamente cada día. Tomar las calles no es cuestión que tenga que entenderse a la ligera, tomar la vida para que otros también existan. Este país me regaló la inquietud de mi carrera en la universidad pública, la capacidad de asombrarme, la curiosidad inalterada y errante.

Te escribo a vos, país, ahora que el mundo se aviene a la velocidad supersónica que hace que cualquier camino se vea como el canto afilado de una hoja de afeitar, ni siquiera tiene la textura de la navaja con la que comienza el Perro Andaluz de Buñuel, ya no es un corte surrealista, sino desgarradura de jauría depredadora de la manada de hienas alrededor del cordero. Entre el héroe y el mártir hay un paso alguien me dijo, y sin embargo empujo por hacer nacer, tomando riesgos calculados y otros incalculables. No debo distraerme me digo, pero el amor me pierde, me inocula de un veneno carnal y sagrado, no es solo amor país, es también amor por los míos, que me abrazan y me sostienen en la respiración desfalleciente, mientras intento retornar como renacido a la vida y a la estirpe de lo humano. El sol ladra desesperado por vivir y aquí se abrazan mis huesos y mis venas de un candor peligroso y sutil, respiro y siento, mientras tanto esto duele. ¿En cuántos brazos de Delta nos bifurcaremos para retornar y recuperar la república? Si a alguien le interesa todavía o acuerda conmigo, si digo memoria, verdad, justicia, es porque hubo camino. Si grito presente en cada plaza, si me hago presente en cada marcha, es porque algo retumbaba o trinaba fuera de mí, de mi entorno familiar y mi cadena espinal. Es la rueda de un murmullo que incluso llega desde las tiras de la fantástica Mafalda de Quino, la historieta y su literatura, mordaz y viva de revolución no domesticada. Ayer pude ver el especial televisivo dedicado a ella en National Geographic Latinoamérica. Si hasta en el último estertor desvencijado, le dio fama con el nacimiento de Guille y la llegada de Libertad. Es verdad que es burguesía precarizada, más bien sueños de clase media, ascendente y vapuleada. Y sin embargo hay un toque de originalidad tan argentina, tan tierna y pendenciera. Si hasta el decir de Mafalda otra vez sopa es decir milicos, sabrán ustedes de que hablo cuando hablo de esta mesa roja.

Sobre esta mesa roja, antes de iluminarme y carecer, la que me vio nacer y yo la quise. Como a un armonioso tótem de fórmica y madera, redonda como un mundo rojo, intenso, despavorido y mundano. Víctor Rodríguez, mi bisabuelo anarquista, rojo. Mi globo terráqueo de viajes y escaramuzas son las esquirlas con las que escribo, rojo mi color preferido. Ahora también puedo alejarme y decidir a dónde ir. Adonde debo ir llevándome rojo.

* Psicoanalista y escritor.