“Oscar Masotta es un lugar de enunciación que ha marcado y marca un corte en la historia del psicoanálisis en lengua castellana, un corte que para muchos de nosotros significa un punto de origen, es decir, establece un antes y un después en los modos de leer, entender, transmitir y practicar el psicoanálisis”. (M. Bassols)
El nombre de un trabajo, un corte, una forma de leer, entender y transmitir, una plataforma de enunciación que no se reduce a sus enunciados, Oscar Masotta fue, es y seguirá siendo una invariante del psicoanálisis en lengua castellana. Ante todo, porque inventa una manera de decir, de forma clara y precisa, cuáles son y donde se encuentran los resortes fundamentales de la práctica y la teoría psicoanalítica. A lo largo de su producción teórica no deja de insistir en precisiones de diversos órdenes, histórico epistemológicas, políticas y éticas en cuanto al estudio del psicoanálisis.
En cuanto al estudio de la teoría, desde el año 64, parte de una precisión epistemológica general: No hay saber, conocimiento ni verdad, sin historia; y no se puede ubicar la historia sin sus invariantes estructurales. No sólo la historia de los conceptos en el contexto de la teoría, y según un orden de razones que rompe toda cronología enciclopédica, sino ubicando las coyunturas políticas, artísticas, filosóficas, teóricas, religiosas y socio-económicas en las cuales se formularon. Es decir, en este caso, al interior y el exterior del movimiento psicoanalítico.
Se suma así a nombres como los de Koyre, Bachelard, Canguilhem, Foucault entre otros y se sirve de Levi Strauss, Saussure, Jakobson y Benveniste apuntalado en los señalamientos que por esos años viene realizando Jacques Lacan en cuanto a la elucidación de la teoría freudiana.
La singularidad del trabajo de Masotta está en que su producción no queda reducida, subsumida, a una lectura lacaniana de Freud. De allí la constante conexión de Masotta con las producciones artístico – literarias, intervenciones político – sociales y económicas de su tiempo y lugar. Esto lo ubica, al decir de Jean Clavreul, en tensión con el cientificismo a-histórico de algunos médicos y de la pasión por las definiciones filosóficas.
Otra precisión, esta vez de orden ético, que podemos resumir en la siguiente pregunta ¿Cuál es el límite de la práctica psicoanalítica? El psicoanálisis es la única práctica en donde quién la habilita no debe hacer uso del poder que se le otorga. Voy a citar un párrafo bastante conocido del libro “Lecciones de Introducción al psicoanálisis”, en donde Masotta ubica claramente en donde se sostiene la ética del psicoanálisis. Es una respuesta que brinda Oscar Masotta a un oyente de sus clases en Barcelona por el año 1976. Quien pregunta podría ser ubicado dentro de lo que hoy conocemos como un foucaultiano promedio que, cuando escucha la palabra Psicoanálisis, repite de forma elocuente: “eso no es más que la pastoral de la carne por otros medios”.
“Le explicaré a Ud. por qué el psicoanálisis nada tiene que ver con una lógica del poder. O mejor, y si tiene que ver, es porque el psicoanalista trabaja contra esa lógica. El poder, si se quiere, es el analizado quien lo otorga: parte de eso tiene que ver con lo que se llama transferencia. Pero en análisis la transferencia es lo que debe ser analizado, lo que hay que liquidar, disolver. Pero aun, ¿se ha reflexionado sobre qué cosa es el poder? En primer lugar, todo poder se quiere central. Ustedes en España no lo ignoran. Pero en la situación analítica el psicoanalista se descentra hacia el analizante, al que conduce, apoya, hacia su descentramiento. Le induce, lo repito, a que sea errático... le conduce para que pueda hablar de lo que generalmente calla, de los objetos múltiples, erráticos, de su deseo. Pero, en segundo lugar, no hay poder sin relación del poder con el goce… en el discurso del poder, en la lógica del poder, el goce del otro queda ocultado. Prohibido y ocultado. Razón por la cual tanta gente ama a los amos… en cambio el psicoanalista no prohíbe el goce. Pretende dejarle hablar, devolverle a la palabra, dejar que se muestre, en la experiencia analítica misma, su origen, su estructura, las condiciones de su formación. Por lo demás el psicoanálisis deja al goce sobre la tierra. Los amos lo prometen para pasado mañana, lo anudan al castigo y al látigo, lo permiten si uno se redime, si paga sus culpas. Como el psicoanálisis nada tiene que ver con todo esto, tal vez es por ello que haya tanta gente que nada quiere saber del psicoanálisis”
El poder en el psicoanálisis es lo que hay que analizar, es decir desmantelar. El enamoramiento, la hipnosis, la sugestión y el goce son algunas de las variables necesarias para abordar el poder en psicoanálisis. No es posible ninguna reflexión seria sobre el poder si se excluye el goce. Es decir, en el cielo de los ideales no hay que perder de vista el siempre presente reverso obsceno. Y es en y por el análisis de las estructuras transferenciales que algo de estos mecanismos pueden ser develados, desarmados, intervenidos.
Una tercera precisión a ubicar es de orden política. En Oscar Masotta podemos hallar sin dificultad una respuesta directa a una pregunta elemental.
¿Dónde ubicar al psicoanálisis en cuanto a sus consecuencias socio-políticas? En términos socio-políticos el psicoanálisis fue, es y será una práctica antifascista o no será nada. Sobre este punto pueden leerse numerosas referencias en toda su producción, desde la primera intervención sistemática en el campo del psicoanálisis, texto del año 1964: “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”, hasta en su último e inconcluso libro, interrumpido por su temprana, trágica e inesperada, muerte en el año 1979: “El modelo pulsional”.
Es anitifascista porque trabaja contra todo discurso que promueva y reproduzca lo que Etiene de la Boetie llamó “servidumbre voluntaria”, el culto al uno total e inmóvil, la pasión sacrificial y la preservación de lo mismo. Porque desarma los discursos biologicistas y naturalistas sobre el mundo humano y sus derivas. Porque trastoca la línea demarcatoria entre lo normal y lo patológico, lo de uno y lo del otro, lo enfermo y lo sano. Y, por sobre todas las cosas, porque advierte de los peligros que conlleva todo posicionamiento subjetivo o grupal que pretenda señalar, en nombre de la pureza, donde está el mal a erradicar y, por eso mismo, el bien a conquistar. El psicoanálisis se opone a todo idealismo que ubica en el cielo las verdades de la tierra y es, por eso mismo, fundamentalmente político.
Oscar Masotta insiste innumerables veces en lo que se dio en llamar, en la historia del movimiento psicoanalítico, “El caso Jung”. Cuando Sigmund Freud se detiene trabajosamente, en varios momentos de su obra, a establecer las diferencias con Carl Jung, lo que está haciendo es mostrar que el psicoanálisis está radicalmente en tensión combativa con todo sistema que proponga el terror del uno sea este el gen, dios, la sangre, la raza, un ser humano o el arquetipo. Señala Oscar Masotta en el capítulo 11, del libro “Lecturas Freud – Lacan”, “Freud contra Jung” lo siguiente:
“La sexualidad infantil, profundamente edípica, para Freud tiene que ser real. Para Jung son sólo construcciones de los adultos. Primero son los arquetipos que habitan a los sujetos, por decirlo así, y son ellos los que son proyectados sobre la sexualidad infantil. Aparte de esto, que muestra la estructura idealista del sistema, Jung era fascista y terminó aceptando el Tercer Reich como todo el mundo sabe (puede leerse, entre otros, su texto “La situación actual de la psicoterapia” donde distingue el inconsciente ario del judío del año 1934. Es en ese mismo año en el que asume el cargo de director de la “Sociedad Internacional de Psicoterapia Médica” hasta 1939), …su historia demostró que había una conexión entre su teoría y la verdad del fascismo.”
Por último, quisiera agregar una cuarta precisión de orden práctico. ¿Cómo saber si un análisis funciona o no? ¿Existe un criterio de verificación en psicoanálisis? Si, un análisis camina, funciona dice Masotta, sí allí se abre una historia para el sujeto. No hablamos del acostumbrado derrame de relatos masturbatorios y nauseabundos, poblados de hazañas y penurias pasadas, propios de toda complacencia narcisista.
De lo que se trata en psicoanálisis es de un trabajo anclado en un nuevo y extraño amor denominado, por Sigmund Freud, de transferencia. Es a través de este rodeo amoroso, posibilitado por lo que Jacques Lacan denominó deseo del psicoanalista, que se abre la puerta a la creación de lo impensado.
Quien entra en un análisis, para quién se abre una historia, se introduce en una atmosfera enrarecida, un espacio intermedio entre la enfermedad y la vida, sustraída de todo lo que una vez fue, incrustada en lo que no puede dejar de ser y expectante de lo que aún no termina de nacer. La historia que se abre no está en el pasado, sino que es, al decir de Vittorio Gassman, “ese gran porvenir a mis espaldas”, algo que hay que historizar, hacer pasar, con y en la historia.
No se halla en las profundidades de uno mismo desde donde debe desplegarse, ni en el otro que la espera e interpreta, más bien, se arma en los intersticios impersonales y amorfos que entre ambos se agrietan; en lo que no cierra, en lo que siempre falta por decir, en un exceso ubicuo de la carne por separarse de todo aquello que la tritura y sojuzga; en el límite siempre fallido de las palabras; en la apariencia, azarosa y fugas, de una ficción eficaz.
Psicoanalista – Docente - Escritor