La década de los '90, caracterizada por el Consenso de Washington y las reformas económicas neoliberales, fue la década de los políticos tecnócratas. Los tecnócratas creen que la técnica y la planificación racional deben reemplazar a la política de las negociaciones, los apoyos y las concesiones. Entienden que el progreso o el bien buscado se consiguen mediante la despolitización, y desconfían de los valores, las ideologías y las lógicas de la política partidaria.

El Estado, en la mentalidad tecnocrática, es un implementador de políticas públicas que debe colocarse “por encima” de los intereses sociales. Domingo Cavallo fue, en Argentina, el representante de aquella estirpe especializada en reformas neoliberales en los “mercados emergentes”. Aunque la lista siguiente no es exhaustiva, nombraremos trece personalidades (Cavallo, Aspe, Salinas de Gortari, Zedillo, Gaidar, Lee, Singh, Cardoso, Ozal, Kandir, Malan, Bacha, Franco) de siete países (Argentina, México, Rusia, Taiwán, India, Turquía, Brasil) para describir al perfil del technopol o político tecnócrata de los '90, precursores y ahora “ayudantes” de esta generación “tech” que, en forma incipiente, vienen a redoblar la apuesta.

Para conectar el pasado con el presente, la obra Technological Sovereignty de Evgeny Morozov (2015) alerta sobre el riesgo de que las grandes plataformas reemplacen funciones gubernamentales, como la provisión de servicios básicos y la infraestructura digital. Ejemplos como Starlink, propiedad de Elon Musk, y las iniciativas educativas de Google y Amazon en África subrayan este proceso de privatización del Estado.

Plataformas

Yanis Varoufakis resalta las implicancias profundas en la libertad y autonomía de los usuarios. En lugar de consumidores o trabajadores independientes, los usuarios se transforman en “siervos digitales”, dependientes de plataformas que actúan como “señores” de la nueva economía. Les llama “nubelistas” y dice que no están interesados en maximizar sus beneficios mediante la competencia o la innovación productiva, sino que buscan mantener su posición privilegiada a través de la extracción de rentas, empleando datos y algoritmos para explotar cada aspecto de la vida de los usuarios. En esta dinámica, el control sobre los datos se convierte en una herramienta de dominación que desdibuja la línea entre el espacio público y privado, generando un sistema casi omnipresente​.

En este escenario, el poder y la riqueza ya no se derivan de los medios tradicionales de producción, sino de la posesión de las mencionadas empresas. Al consolidar la construcción de las bases de datos, estos empresarios poseen una capacidad inédita para mediar todas las interacciones financieras y generales, volviéndose esenciales para la participación en la vida de todos los días. Los individuos, por lo tanto, no pueden desvincularse de estos ecosistemas sin sufrir un costo significativo en términos de acceso y oportunidades.

En este modelo, la recolección de datos personales excede los límites del consentimiento informado, configurando un espacio donde los algoritmos no sólo predicen, sino también moldean comportamientos. La manipulación emocional, implementada mediante interfaces diseñadas para captar la atención y generar dependencia, fomenta un “entumecimiento psíquico” que inhibe el pensamiento crítico y reduce la capacidad de acción autónoma de los usuarios, socavando la privacidad al integrar el monitoreo constante en la vida cotidiana.

Adicción

Así Zuboff, introduce el concepto de “capitalismo de vigilancia” para describir un sistema económico en el que las grandes corporaciones tecnológicas convierten la experiencia humana en materia prima explotable, a través de la recolección masiva de datos, diseñando mercados predictivos en los que las acciones, decisiones y comportamientos de las personas se transforman en productos comercializables.

La consolidación de los gigantes tecnológicos y su creciente influencia sobre la gestión de recursos, el empleo, y las decisiones públicas anuncia una transformación radical en las estructuras de poder tradicionales. Los dueños de plataformas globales (Musk, Zuckerberg, Bezos, entre otros) están en el financiamiento de la campaña y la foto de ascenso de Trump. Podemos profetizar que ellos están liderando un cambio hacia un modelo en el que la (IA) y la IA generativa parecen apetecer reemplazar las funciones estatales, desplazando la deliberación democrática y promoviendo una gobernanza autoritaria de “la cosa pública”. Este fenómeno plantea riesgos sustanciales, incluidos el despido masivo de trabajadores humanos y la consolidación de un nuevo régimen, en el que la ciudadanía es subordinada a las lógicas algorítmicas.

La “rentabilidad de la minería de datos” radica en su capacidad para captar la atención de los usuarios y convertirla en un “activo”. Los algoritmos identifican patrones y refuerzan contenidos diseñados para generar y mantener la interacción. Este enfoque crea una especie de “economía de la adicción”, donde la repetición de estímulos cuidadosamente seleccionados, como notificaciones, recomendaciones de contenido y publicidad personalizada, no solo capturan la atención de los usuarios, sino que provocan la necesidad de estar conectados permanentemente. En muchos casos, esto se traduce en una dependencia emocional y psicológica similar a la que provocan sustancias adictivas, generando una interacción ininterrumpida con las plataformas digitales.

Nuevo modelo

En lugar de centrarnos en los riesgos laborales que sitió Acemoglu (premio Nobel), examinemos cómo la IA establece un nuevo modelo de capitalismo. Herramientas como ChatGPT o DALL-E, más allá de sus aplicaciones creativas, también generan datos masivos que se integran en sistemas diseñados para manipular comportamientos y limitar la independencia de las personas.

Este fenómeno activa la revisión de un eventual sistema totalitario que no solo observa, sino que moldea la vida humana según los intereses de una élite. La IA, en este contexto, no es simplemente una herramienta, sino un catalizador de un “nuevo orden technopolítico donde las decisiones no son tomadas democráticamente, sino por algoritmos que responden a intereses corporativos. Esto plantea una pregunta esencial: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a ceder a cambio de eficiencia tecnológica?

Frey y Osborne, identifican que 47% de los empleos en EE.UU. están en riesgo de automatización. Este fenómeno no solo afecta a trabajadores de baja calificación, sino también a profesionales de sectores como la educación, el derecho y la medicina, donde estos sistemas están ya siendo implementados. La transformación impulsada por la economía digital está redefiniendo las relaciones entre el trabajo, el capital y el Estado. Este paradigma emergente, liderado por plataformas tecnológicas como Amazon, Google, Meta y Tesla, ha transformado la estructura de los mercados, intimidándonos con el reemplazo de ocupaciones humanas a través de la sistematización prefabricada.

Las plataformas digitales han creado nuevas oportunidades de empleo, pero también han precarizado los derechos laborales tradicionales. Uber, Amazon y otras empresas han sido acusadas de explotar trabajadores mediante modelos de subcontratación y pagos a destajo, como lo documentan De Stefano y Aloisi. Una versión moderna de No logo cuando se denunció la subcontratación de producción desde las grandes marcas a las empresas en países en desarrollo que no tienen condiciones laborales aceptables (Naomi Klein). Este modelo plantea una profundización del dilema. Mientras las plataformas tecnológicas prometen flexibilidad laboral, también fragmentan la seguridad social y las relaciones laborales tradicionales, incrementando la desigualdad.

Soluciones para políticos

Los nuevos technopols implementan soluciones económicas a problemas políticos. Un ejemplo en la Argentina es Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado de la Nación. En la economía digital, se ha presentado con Elon Musk y Jeff Bezos, quienes, a través de sus plataformas, ofrecen servicios esenciales como transporte, comunicación y logística.

Evgeny Morozov señala que la privatización de funciones públicas genera un vacío democrático, donde decisiones esenciales se delegan a métodos opacos diseñados por empresas privadas. Por ejemplo, el uso de IA para asignar recursos públicos, gestionar sistemas de salud y monitorear a la población, amenaza con deshumanizar la gestión pública y consolidar un patrón de gobernanza totalitaria.

Varoufakis argumenta que esta dinámica crea un “nuevo despotismo”, sobre datos, recursos y ciudadanos. Para evitar un modelo de gobernanza autoritaria basado en IA, es crucial desarrollar marcos regulatorios internacionales, regular el impacto sobre el empleo y garantizar que los tableros ingenieriles actúen bajo supervisión democrática, reforzando las capacidades del Estado, creando infraestructuras digitales públicas que reduzcan la dependencia de corporaciones privadas, promoviendo un nuevo contrato social, adaptando los derechos laborales y sociales a las nuevas condiciones, asegurando una transición justa para los trabajadores desplazados.

Regulación

Frente a este escenario, resulta urgente fortalecer los marcos regulatorios internacionales. Es necesario crear instituciones capaces de reglamentar a las grandes plataformas y sus tecnologías de IA. Se necesita garantizar la privacidad y la participación del ciudadano, promoviendo mecanismos interactivos en las decisiones sobre implementación de IA en políticas públicas.

Para esto es necesario reforzar y no disminuir el rol del Estado como mediador, evitando la externalización de funciones estatales esenciales hacia corporaciones privadas. Un llamado a la acción es crítico para evitar males mayores, donde las plataformas y sus algoritmos dicten las reglas del juego, reemplazando los principios de justicia, equidad y democracia.

Acemoglu, Johnson y Robinson aportan el concepto de “instituciones extractivas”. Estas son las que concentran el poder y los recursos en manos de una élite, restringiendo la movilidad social y limitando la participación económica de la mayoría.

El sistema extractivo presenta una paradoja. Mientras las plataformas se promocionan como agentes de democratización y accesibilidad, en la práctica perpetúan una estructura de poder que beneficia a una minoría y limita las oportunidades de la mayoría, imponen barreras estructurales que dificultan la movilidad social, creando una forma moderna de servidumbre donde los usuarios dependen de un sistema controlado por élites digitales.

Esto reduce la capacidad de los individuos para actuar autónomamente y fomenta una estructura social en la que los recursos están concentrados en manos de unos pocos, lo cual socava el desarrollo inclusivo y aumenta las desigualdades económicas y sociales​. Esta dinámica es particularmente relevante en el análisis de los sistemas modernos, ya que operan de manera similar a las corporaciones extractivas, de la economía real centralizando los recursos y limitando la participación real de los usuarios.

Según se informa, Microsoft está satisfecho con ChatGPT de OpenAI, un programa de inteligencia artificial en lenguaje natural capaz de generar texto que se lee como si lo hubiera escrito un humano. Aprovechando el fácil acceso a la financiación durante la última década, las empresas y los fondos de capital de riesgo (Venture capital, Private Equity Funds) invirtieron miles de millones en una carrera de inteligencia artificial, lo que dio como resultado una tecnología que ahora se puede utilizar para reemplazar a los seres humanos en una gama amplia de tareas.

Problemas

El problema para los trabajadores es obvio, habrá menos oficios que requieran fuertes habilidades de comunicación y, por lo tanto, menos puestos que paguen bien. Los limpiadores, los conductores y algunos otros obreros manuales mantendrán sus puestos, pero todos los demás deberán poner atención. Pensemos en el servicio de atención al cliente. En lugar de contratar personas para interactuar con los clientes, las empresas dependerán cada vez más de inteligencias artificiales generativas como ChatGPT para apaciguar a los clientes enojados con palabras inteligentes y tranquilizadoras.

Menos empleos de nivel inicial significarán menos oportunidades de comenzar una carrera, lo que continúa una tendencia establecida por tecnologías digitales anteriores. Los consumidores también sufrirán. Los chatbots pueden ser buenos para manejar preguntas rutinarias, pero no son las que llevan a las personas a llamar al servicio de atención al cliente. Cuando hay un problema real, como en una aerolínea que se detiene o una tubería que revienta en un sótano, la gente desea hablar con un profesional empático y bien calificado. No desea que lo pongan en espera, ni hablar con un chatbot.

En un mundo ideal, surgirían nuevas empresas y ofrecerían un mejor servicio al cliente, así se apoderarían de una participación de mercado, pero en el mundo real, existen barreras de entrada que dificultan que las nuevas empresas se desarrollen velozmente. Las empresas existentes tienen grandes ventajas, incluidas importantes formas de poder de mercado que les permiten elegir qué tecnologías disponibles adoptar y utilizarlas como quieran.

Las nuevas empresas que ofrecen mejores productos y servicios generalmente requieren nuevas tecnologías, como herramientas digitales que pueden hacer que el personal sea más eficaz y ayude a crear mejores medios personalizados para la clientela de la empresa, pero como las inversiones en IA están poniendo la automatización en primer lugar, este tipo de herramientas ni siquiera se están creando.

La mayor parte de los ejecutivos siguen obsesionados con una estrategia arcaica contraproducente: reducir el empleo y mantener los salarios lo más bajos posible. Los ejecutivos persiguen estos recortes porque es lo que los jóvenes ingeniosos (analistas, consultores, profesores de finanzas, otros ejecutivos) dicen que deberían hacer, y porque Wall Street juzga su rendimiento en relación con otras empresas que también están exprimiendo a los trabajadores lo más que pueden.

La disyuntiva es clara: o permitimos que estas dinámicas avancen sin control, deshumanizando nuestras instituciones y perpetuando un régimen tecnocrático y extractivo, o asumimos la tarea urgente de fortalecer las regulaciones, proteger los derechos de los ciudadanos y priorizar el bienestar colectivo sobre los intereses corporativos.

Como señala Schumpeter, la destrucción creativa debe ser acompañada por un liderazgo ético que oriente el progreso hacia fines sociales inclusivos. La pregunta que debemos responder hoy es si seremos capaces de construir un futuro en el que la tecnología no sea un instrumento de dominación, sino un medio para ampliar las fronteras de la libertad, la igualdad y la dignidad humana.

*Director de Fundación Esperanza. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.