Se conocen diversos libros sobre el nazismo y el fascismo, pero muy pocos sobre la llegada de estos fenómenos y menos aún sobre la percepción de su advenimiento o creación por parte de un observador, un hombre común desprovisto de toda visión o ideología previa. Uno que narra los acontecimientos desde su memoria, que describe y reflexiona naturalmente sobre lo que pasa.
Su asombro y desconcierto inicial se van transformando poco a poco en un filme de terror, en una tragedia que trastorna su conciencia y sus sentimientos. Eso es el extraordinario Historia de un alemán, de Sebastián Haffner. Sus memorias de 1914 a 1933, escritas en 1939 pero que se hallaron entre sus papeles luego de su muerte en 1999.
El libro se terminó a comienzos de la Segunda Guerra, lo que pudo impedir su inmediata publicación, pero no se explica bien porque Haffner no haya intentado hacerlo en la postguerra, cuando publicó otros libros. Este fue su mayor éxito, si bien no pudo disfrutarlo.
El autor nos ofrece una autobiografía que trasciende lo personal para convertirse en una crónica lúcida y desgarradora del ascenso del nazismo. La obra, escrita con una pluma que conjuga la elegancia literaria y la precisión analítica, expone no solo los acontecimientos que llevaron a la caída de la República de Weimar, sino también las reacciones, complicidades y silencios de una sociedad atrapada en las contradicciones de su tiempo.
El libro es especialmente valioso porque no intenta explicar el nazismo desde sus líderes o sus políticas, sino desde las transformaciones íntimas de los individuos. Haffner observa, con una honestidad demoledora, cómo sus amigos, sus vecinos, y él mismo, se enfrentan al dilema de la adaptación o la resistencia. Su relato deja claro que el ascenso de Hitler no fue solo la obra de un grupo de fanáticos, sino el producto de una nación que, en su mayoría, eligió mirar hacia otro lado.
En los años de su infancia, la Primera Guerra, a la cual el optimismo humanista que le sucedió quiso llamar la Última Guerra, fue, según él, para los jóvenes de su edad, apartados de la contienda, como un torneo de fútbol en donde las noticias de las batallas ganadas eran goles a favor y en general las vivían como triunfos hasta la inevitable derrota.
Mucho del nazismo se tejió así, para Haffner, antes de Hitler, en los lugares más insospechados. Recuerda que en su escuela habían formado un club llamado Equipo de carreras de la Antigua Prusia, cuyo lema era “¡Antiespartaquismo, deporte y política!”, que bien podría pertenecer a las Juventudes Hitlerianas que surgirían mucho después.
El inicio
Historia de un alemán invita a reflexionar sobre la complejidad de los fenómenos que conmueven la historia humana. Estos no se construyen “de arriba hacia abajo”, sino que son fruto de un intrincado ensamblaje entre cultura, economía y política (siempre y cuando no se entienda esta última como circunscripta al Palacio).
De allí en más hubo varios pasos para la llegada de Hitler al poder. En noviembre de 1923 encabezó en Múnich un pusch o levantamiento, un torpe intento de golpe de Estado desde una cervecería que fue rápidamente reprimido, con muertos en acción y ejecutados aunque el mismo Hitler sólo terminó en la cárcel (allí fue bien tratado y escribió más tranquilamente el Mein Kampf, su denigrante manifiesto dictatorial y antisemita).
Otro hecho determinante fue el fin de la hiperinflación, lo que no significó el fin de los problemas. En agosto de 1924, el dólar valía un billón de marcos y existían salvajes revueltas callejeras, saqueos a comercios y tiendas, asesinatos políticos y desaparecidos. Hubo, entonces, un cambio del signo monetario apoyado por un gran empréstito norteamericano que paró drásticamente la inflación a costas de un mayor endeudamiento. Luego la crisis de 1930 hizo renacer los fantasmas. La desocupación alcanzó los 5 millones de personas agravada por una política claramente procíclica, deflacionaria y por la apelación sistemática del artículo 48 de la constitución que permitía al ejecutivo soslayar la aprobación parlamentaria de los decretos.
En julio de 1932, el nazismo triunfó en las elecciones legislativas con el 37% de los votos, una escalada formidable desde el 2,6 % obtenido en las elecciones de 1928. Pero Hitler después de su experiencia negativa de 1923 estaba ahora dispuesto a tomar el poder por medios legales (además de ejercer presión con el terrorismo en las calles) y contaba con tener una mayoría en el Congreso para que el presidente Hindenburg lo nombrara automáticamente canciller, pero no le alcanzó para obtener la mitad más uno de los diputados como lo establecía la constitución vigente.
En ese momento, Hitler no aceptó el cargo de canciller para gobernar con una minoría o en alianza con otras fuerzas políticas. Entonces dijo: "Si no nos dan la oportunidad de ajustar cuentas con el marxismo tomar el poder es inútil”, ya quería el poder absoluto.
Hitler fue finalmente nombrado canciller el 30 de enero de 1933, luego de varias manipulaciones políticas, en febrero de produjo el incendio del Reichstag provocado aparentemente por el mismo Hitler, que él atribuyó a los comunistas y le permitió eliminar del parlamento a muchos diputados opositores y el 5 de marzo, el partido nazi ganó las elecciones con el 43,91% de los votos.
El apoyo
Para Haffner, la llegada del nazismo al poder no tuvo nada de revolucionario, lo que revela una verdad mucho más aterradora: el pueblo apoyó la violencia y la sangre, y lo hizo con el aval tácito o explícito de los partidos tradicionales que en total sumaban en marzo cerca del 56% de los votos al Parlamento, expresando todavía la división de la ciudadanía. Después se persiguió y asesinó a muchos de los principales dirigentes opositores, se suprimió el parlamento y se asumió una dictadura plena.
Haffner narra los hechos de ese año, mientras el país se desmoronaba, definiéndose personalmente como un joven no judío, de 25 años ”producto promedio de la burguesía alemana culta y por lo demás un libro con bastantes páginas en blanco”. Y lo hace desde una posición que mezcla incredulidad, angustia y lucidez.
No se puede evitar advertir las resonancias que este relato tiene para quienes estudiamos los procesos históricos desde una perspectiva que tiene en cuenta, al mismo tiempo, razones estructurales y coyunturales. La república de Weimar no cayó solo por los efectos retardados de la derrota en la guerra o las puniciones económicas del Pacto de Versalles, ni tampoco por un acontecimiento puntual, sino por una compleja red de factores políticos, sociales y psicológicos que Haffner describe con gran agudeza.
Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales hemos visto cómo los momentos de crisis revelan las fibras más profundas de una sociedad. El autor lo demuestra al describir, montado en el día a día, como el miedo y la incertidumbre, sentimientos universales, pueden ser manipulados para justificar lo injustificable.
Por un lado, “El proceso interno consistía en un terror represivo: un control y una manipulación estatales fríos, perfectamente calculados y totalmente respaldados por el ejército y la policía…ladrones y asesinos actuaban como policías…tratando a sus víctimas como criminales” y la gente comenzó a actuar, primero sólo por miedo, pero luego también por un convencimiento personal. Entre otras cosas, el de “golpear antes de ser golpeado”,
Por otro lado, Haffner llama la atención por lo que considera la increíble traición de los partidos tradicionales ”una traición…generalizada y sin excepciones desde la izquierda hasta la derecha”. Los comunistas lo único que hicieron fue preparar la huida a tiempo de sus más altos funcionarios.
En cuanto a los líderes socialdemócratas, en la campaña electoral de 1933 se dejaron arrastrar, de una manera humillante, por los slogans nazis, subrayando su condición de “nacionalistas”. Otto Braun, su hombre fuerte, el día antes de las elecciones de marzo cruzó la frontera suiza donde había comprado anticipadamente una casa para vivir.
Y poco antes de su disolución como partido prestaron un apoyo unánime al gobierno de Hitler que Haffner denuncia: “En un informe parlamentario figura la siguiente observación ‘ovaciones en las cámaras y en las tribunas. El canciller del Reich también aplaude vuelto hacia los socialdemócratas’”. En cuanto a la derecha tradicional sus votos en el parlamento fueron para Hitler.
Responsabilidad
El diario de Haffner no es solo una memoria personal ni un tratado político: es un llamado a la responsabilidad histórica. Desde la Argentina, un país que también ha conocido dictaduras y crisis, las palabras de Haffner resuenan con fuerza. Nos interpelan a no olvidar que la libertad, aunque frágil, siempre merece ser defendida.
Hay en Historia de un alemán una reflexión que resulta fundamental para pensar en cualquier época de crisis. La democracia, nos recuerda Haffner, no es un sistema que pueda darse por sentado; es una conquista que exige un compromiso constante. Cuando ese compromiso se debilita, cuando la resignación o el miedo prevalecen, se abre la puerta a las formas más oscuras del autoritarismo. La obra es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, hay quienes eligen resistir, como el mismo Haffner. Esa elección, aunque parezca insignificante, es lo que permite que la esperanza sobreviva.